Los seres humanos de alguna manera u otra solemos tropezarnos con personas que ejercen y hacen uso de conductas reiterativas; de ser embusteros a todo dar. Los ubicamos desde los pupitres de kindergarten hasta los universitarios. Desde los amigos anudados en etapas de prepubertad, hasta los recién adquiridos. Desde los compañeros de trabajo y demás relacionados. Podría aseverarse sin temor alguno que se trata de una patología singular.

Los politicastros suelen ser proclives a hacer uso y abuso de tal conducta. Los venezolanos en la hora actual somos espectadores pasivos y víctimas propicias de los cultivadores irredentos de la mentira. Estos especímenes provienen tanto de la oposición, como del oficialismo. ¡Ya hemos perdido la capacidad de asombro! ante ésta bastarda y ruin avalancha desenfrenada.

El gran mitómano por antonomasia en los últimos veinte años resultó ser “el comandante eterno” ya desaparecido. Sus innegables recursos histriónicos –sin duda alguno que los poseía a raudales– los heredó gratuitamente (y sin mérito alguno) la cabeza de “Maduro y su combo”. No voy a desperdiciar espacio narrando algunas de sus recurrentes fábulas forjadas con desparpajo inigualable. Solamente deseo reseñar una sola. Se trata de la frase acuñada con maña: “El presidente obrero”. Sus dos únicos trabajos remunerados, que yo recuerde, fueron los de guardaespaldas de José Vicente Rangel en sus aventuras electorales en la cuarta república; y la de chofer del Metrobús caraqueño. Como buen sindicalero; asumido el cargo gremial, no volvió a conducir el autobús nunca jamás. Gozando del correspondiente “permiso remunerado”.

Por tal razón no debe extrañar su absoluta falta de consciencia obrera. Aquella que atesora y respeta sin parangón alguno la honrosa cualidad de ser trabajador manual o intelectual (en el mismo rango). Su invariable tozudez al negarles a los jubilados del Seguro Social el innegable derecho de usufructuar sin limitación el llamado “bono de alimentación”. Esta decisión demuestra no solamente falta de solidaridad clasista. También abandono de solidaridad humana. ¡Los jubilados estamos a término! Al fin y al cabo todos vamos –como los ríos que irremediablemente habrán de desembocar a la mar– al encuentro con la vejez y su término natural. Por ello aspiramos a que cuando transitemos por esa ineludible etapa de la vida, lo hagamos disfrutando de los beneficios sociales que por ley nos corresponda. Todos sabemos que la pensión de vejez no es una prebenda común y silvestre. Proviene fundamentalmente de nuestras cotizaciones…

Maduro persiste en repartir regalías a diestra y siniestra. Masivamente. De manera reiterada. Los denominados bonos de ayuda económica (importantes por lo demás para paliar la hambruna galopante que nos oprime) a disímiles estratos de la población (el típico plato de lentejas). Aquí vale la pena recordar que la Asamblea Nacional otorgó mediante ley positiva tal derecho; el bono de alimentación o “cestaticket” a los jubilados. La robolución feíta, como es su costumbre, hizo caso omiso a su indelegable y constitucional obligación de acatar sin remilgos ni reparos a la ley. Simplemente se metió el texto legal en su voluminoso bolsillo trasero.

El anterior párrafo sirve (ojalá así sea) como “ayuda memoria”. En la hora del despiste global en que nos encontramos. Para todos aquellos que esperan infructuosamente que la Asamblea Nacional en la actual coyuntura cumpla con el rol establecido por la Constitución Nacional. A todos aquellos tontos útiles; como adoradores impenitentes de mitos imposibles, que esperan por vía del milagro, que el republicanismo y la democracia se restauren por sobre el totalitarismo vigente.

Decíamos que los compatriotas  estamos envueltos por mitómanos. En cabal ejercicio de esa impúdica acción cuasi profesional. El único recurso que nos queda a los conciudadanos; a quienes nos negamos a naufragar en el barro de la obsecuencia, es combatirlos con las armas disponibles. Con la verdad como enseña exclusiva. Sobreponiéndonos valientemente a toda clase de avatares en la hercúlea tarea de vencer al miedo. Aceptando –casi como un axioma– que siempre habrá una causa por la que vale la pena luchar con denuedo con el riesgo siempre inminente de perder todo.

En 1962, estudiando segundo año de bachillerato, era presidente del centro estudiantil de mi casa de estudios. Conocí en aquella época a una adolescente –menor que yo– que fue, en parte, “mecenas”, para las escuálidas finanzas del órgano estudiantil. Producto de un romanticismo de su parte para conmigo. Se comentaba en aquella época que ella estaba ligada afectivamente con el presidente de la República. No la volví a ver nunca jamás. Hace tres meses, por obra de la tecnología, me contactó a través de la web. Vive fuera de Venezuela desde hace cuatro décadas. Así que 56 años después nos dijimos “virtualmente” lo que nunca hicimos personalmente. En una especie de inaudito flirteo “redivivo”. Todo iba de maravillas. Había convenido en venir especialmente este mes a nuestro país para vernos y compartir –“tete a tete”– a lo que hubiera lugar. En los diálogos telefónicos y de “chateo” hablamos de lo divino y de lo humano. Me dijo, entre muchísimas cosas, que su honorable madre “había dado albergue a Rómulo Betancourt en una de sus visitas clandestinas a la Venezuela perezjimenista”. Me vi en la necesidad de indicarle que ni RB ni ninguno de los denominados miembros de la vieja guardia de AD habían ingresado clandestinamente a Venezuela. Le expliqué con detalles la inexactitud de su comentario. Le dije al final que, por simple y cómoda complacencia para con ella, no podía ni aceptar su versión ni mucho menos “hacerme el loco” ante su aserto (indudablemente producto de información errónea o mal entendida y siempre emanada de su buena fe). El resultado fue que la incipiente magia resucitada de manera espontánea y acelerada –luego del largo periplo– se había desvanecido sin pena ni gloria. Fue para mí el alto precio que hube de pagar para no cohonestar inexactitudes. Ni mentiras, ni verdades a medias. Suelen ser –estas últimas– peor que las mentiras.

De tal manera que es una cuestión de principios –casi de honor– el afrontar todas las mentiras con las verdades pertinentes. Apenas han transcurrido pocos días de la aplicación plena del llamado nuevo cono monetario. De la instauración del novísimo salario mínimo. De la renovación de cincuenta productos alimenticios y de primera necesidad con precios concertados con los factores productivos correspondientes. Del equiparamiento del dólar aceptado oficialmente con el llamado bolívar soberano. Donde hubo una aceptación tácita y de hecho (hay que reiterarlo) con el dólar paralelo (desmintiendo plenamente el argumento oficial de la llamada “guerra económica” instaurada por Dólar Today y el “imperialismo norteamericano”). Donde, para la fecha de redacción del artículo, se han producido enmiendas a la lista de dichos precios. Se ha disparado nuevamente la brecha entre el dólar oficial aceptado, en relación al dólar paralelo. Donde nuevamente los bancos se ven imposibilitados de dotar a su clientela habitual los billetes nuevos. Donde las estanterías de los mercados y bodegas están limpias de limpieza casi absoluta. Donde la inflación se ha disparado “virulentamente”… Acabo de pagar en un “tarantín” –casi de postín– 90 bolívares soberanos por 2 escuálidas empanadas y un café con leche.

Ante todo esto los mitómanos oficialistas nos aturden con sus monsergas tradicionales. Con todos los desafueros, incapacidades intrínsecas y errores recurrentes. Siempre tienen a mano explicaciones sibilinas. Sus razones son diáfanamente conocidas. Padecemos, además de la mitomanía oficial; la de los llamados “toderos” recurrentes. La rotación de los altos prebostes (la mayoría de ellos robustos, “bien jamados” y rollizos a discreción) en los principales órganos burocráticos así lo certifica. Un país serio no puede marchar bien, de manera adecuada y con diáfana competencia cuando los ministros se suceden los unos a los otros sin concierto alguno. Ayunos todos de la necesaria competencia intelectual. Se han dado casos donde han acontecido más de cinco cambios de ministros en un año… Nuevamente los maestros se las verán negras. Los profesores de educación media andarán en nebulosas; y, los docentes universitarios, pasarán de un castaño oscuro a tinieblas absolutas con la designación del nuevo ministro de educación.

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