A propósito de la clausura del Congreso Constituyente de la Clase Obrera, el pasado 11 de octubre 2018, propuesto por el presidente Nicolás Maduro, y desarrollado desde el 31 de agosto a escala nacional, es oportuna la ocasión para verificar la existencia de un empoderamiento de los trabajadores venezolanos, ya que en el discurso oficial se manipula gracias a una inmensa maquinaria mediática nacional e internacional del Foro de Sao Paulo y las viudas del estalinismo, sobre un supuesto estadio de felicidad de “la clase obrera” producto del socialismo del siglo XXI.

El origen teórico de lo anterior parte de los catecismos de materialismo dialéctico de la Editorial Progreso de Moscú y de los radiomanuales de Georges Politzer, impartidos a febriles generaciones de militantes latinoamericanos en La Habana, en cursillos donde el participante, entre ellos el actual mandatario nacional, se graduaba de revolucionario en tan solo un semestre, y les inoculaban dogmas cuyo objetivo preestablecido era y es justificar tiranías en nombre de revoluciones que no existen.

Veamos los resultados en el trágico caso venezolano. El primer mito se centra en la omnipresencia de la clase obrera en la economía universal y nacional, según la jerga del inefable presidente, cuando en realidad la clase obrera ya no existe más en su papel de vanguardia política y social de las primeras décadas del siglo XX, debido a que hubo cambios tecnológicos, económicos y sociales que la han reducido a la más mínima expresión. Robert Castell, en La metamorfosis de la cuestión social (1996), demuestra que luego de la posguerra, hacia la década de los ochenta, se operó una destitución del obrero industrial que representó hacia finales de siglo pasado solo 15% de la clase trabajadora.

En referencia a nuestro país, la clase obrera fue impactada a partir de la sustitución de importaciones, la calificación tecnológica, el ascenso social de nuevas profesiones y el surgimiento de tecnológicos universitarios, un desplazamiento notable a solo una representación no mayor de 20% de la mano de obra nacional. Por lo que el término “clase obrera” no se corresponde con la actual composición de la población formal activa.

El segundo mito, la clase obrera gobierna en Venezuela, mayor estafa no puede ser posible en cualquier proceso político del continente. Aquí quienes realmente gobiernan son los militares, más de 5.000 cuadros de oficiales (generales, coroneles, comandantes, capitanes, etc.) ejercen funciones como presidentes de empresas del Estado, ministerios, institutos autónomos, gobernaciones, alcaldías, fundaciones. Realmente, la vía de ascenso social es estudiar y acceder a algún título de las academias militares; entre tanto, se cuenta con los dedos de una mano la presencia de “obreros” en funciones de Estado.

El tercer mito, la clase obrera mejor pagada en el continente. El nuevo cono monetario y la fijación del nuevo salario mínimo han significado una desgracia para los trabajadores venezolanos, ya que permitió el establecimiento de un contrabando ideológico, el salario igualitario y la imposición del tabulador autoritario que redujo al ridículo la meritocracia del trabajador.

El cuarto mito, empresa cerrada será productiva en manos del Estado. El cementerio de empresas que han quebrado es lapidario; en el sector industrial desde 1999 se han reducido de 15.000 a tan solo 3.500, y en el sector comercio se registra el cierra de más de 200.000 empresas. Lo que determina el trágico saldo de 3.000.000 de empleos perdidos. Por otra parte, donde el Estado ha expropiado y asumido su conducción, el saldo rojo y la quiebra resalta el fracaso del estatismo en nuestro país.

El quinto mito, el enemigo de la clase obrera es el empresario privado, culpable de la explotación y la miseria. Realidad que demuestra lo contrario: los mejores contratos colectivos se ubican en el sector privado, y los contratos colectivos desmantelados y precarizados son los del patrono Estado.

Desde el inicio de esta gestión se ha intentado fabricar una nueva religión para justificar los desmanes del Estado en la cual este es el redentor ante la pérdida de la condición de vida digna del pueblo venezolano, circunstancia oportuna que demuestra lo contrario de una gestión que ha sido la sepulturera del futuro de la patria y promotora de la diáspora de más de 4.000.000 de compatriotas, a pesar de los actos bufos de la operación vuelta a la patria.


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