En una de las tantas colas humillantes que hacen las personas para lograr que el Estado-PSUV les permita obtener algún servicio o bien, dos personas hablaban en voz baja sobre los tiempos de la democracia puntojista (1958-98). Sus relatos describían una era dorada en la que se podía comer, y siempre aquella frase: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Y lo más impactante fue cuando la conversa se desvió del recuerdo de la prosperidad a la memoria de la libertad y el derecho de elegir, en ese momento las lágrimas le corrieron por el rostro al que hablaba y el otro en un intento de animarlo le dijo: “Pronto renacerá la democracia en Venezuela ¡no perdamos la esperanza!”. Ante el fracaso del modelo marxista-chavista-madurista que nos ha llevado a una tragedia de hambre y desesperación, mucha gente ha comenzado a olvidar los defectos de la democracia y a soñar con ella como una especie de utopía.

Toda persona sensata conoce el peligro de los mitos políticos, los últimos 20 años son una prueba de su capacidad destructiva. El gran filósofo alemán Ernst Cassirer (1874-1945) nos advirtió de la aparición de un “pensamiento mítico” en el siglo XX que se había impuesto al pensamiento racional, en su obra póstuma El mito del Estado (1946). Los mitos son parte de nosotros, por ello Cassirer hablaba de “domarlos” con las diversas expresiones de nuestra racionalidad. En este sentido no podemos negar la existencia de ciertos mitos, lenguajes, ritos y símbolos que fortalecen nuestra cultura política democrática; e incluso el hecho de que deberíamos estimularlos prudentemente. De manera que podamos combatir los mitos que nos han hecho tanto daño: el culto a los hombres fuertes, a los líderes providenciales, a los mesías políticos, y ¡a Bolívar! Por no hablar de la terrible fantasía de vivir en un país rico y en el mejor país posible, donde el Estado rentista-populista nos liberará de la pobreza. La lista es larga y el chavismo-madurismo los ha usado casi todos.

Ante esta advertencia considero que fortalecer un mito democrático puede ayudar a afianzar las bondades de dicho sistema y las libertades económicas frente a las formas autoritarias y estatistas. Pero más allá de un tiempo pasado mejor, la democracia se ha convertido para muchos como en un ideal de libertad, como un sueño que es parte esencial de su vida y su ser; la democracia es parte integral de la identidad venezolana como muchos creen que es el culto por Simón Bolívar y, ¡Dios quiera!, el republicanismo. Como señalamos en un artículo anterior sobre el 23 de Enero (El Nacional, 17-01-2018): el mito puede tener un significado que una y guíe nuestra acción colectiva, porque como afirmó uno de los principales fundadores de la politología en Venezuela: don Manuel García-Pelayo (1909-1991) en su libro Mitos y símbolos políticos (1964): el mito como creencias sustentadas en las emociones y expresadas en símbolos unen y movilizan para la acción política.

El mito democrático ya está “andando” y lo veo como profesor, pero también como ciudadano. Llena de coraje y valentía a muchos jóvenes que han luchado y luchan por la democracia en estos tiempos oscuros, y por ello han sido asesinados y heridos en protestas o encarcelados por muchos meses e incluso años. Al ver su ejemplo siempre me pregunto: ¿de dónde han aprendido a amar la democracia si no la han vivido, si solo han conocido el autoritarismo? La respuesta está en el mito que sus padres le han inculcado al hablarles del pasado de una Venezuela libre, y en la confianza que tienen de poder hacerlo mejor que las generaciones que les precedieron.

Para que el hermoso mito democrático sea parte de la solución, debemos cultivarlo y reelaborarlo: fortaleciendo su condición utópica, su capacidad aglutinadora y sus nobles valores cuyo centro son la lucha y el logro del respeto de la dignidad de toda persona humana. También hacerlo parte esencial de nuestra historia nacional: la Generación del 28, el 14 de febrero de 1936, la Revolución de octubre, el 23 de Enero de 1958 y el Pacto de Puntofijo, los logros sociales y libertarios de los 40 años de democracia (1958-98), y la lucha contra el autoritarismo-populista-marxista representado por el chavismo-madurismo, y que a su vez está en íntima relación con la lucha de muchos pueblos desde la Revolución francesa, pasando por las reivindicaciones sociales, los derechos de las mujeres, las guerras mundiales y las olas democratizadoras. Es una tarea pendiente en la cual los académicos tenemos mucho que aportar. Nos espera un futuro mejor, no lo dudemos un segundo.


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