La vida en batalla del general George S. Patton está llena de triunfos, así como de numerosas leyendas que han sido llevadas al cine, a la literatura, al anecdotario del “Old Blood and Guts”, como se le llamaba por su temperamento.

En diciembre de 1944, el ejército alemán impulsó su último ataque de la guerra en las Ardenas, región boscosa y montañosa que abarca zonas de Bélgica, Luxemburgo y una parte de Francia. El general Eisenhower, viendo que estaban en medio de un fracaso rotundo, llamó al general Patton, a quien consideraba como el único que sería capaz de revertir la situación. Patton aceptó el reto y emprendió la marcha con sus tanques rumbo a las Ardenas; el avance se dificultó por la lluvia, la niebla y las inundaciones; además, sin apoyo aéreo era imposible seguir adelante.

El III Ejército no tenía suministros, los soldados no poseían alimentos, estaban hambrientos, cansados; Patton se vio al borde de la derrota. ¡Pero Patton era Patton! Llamó al capellán O’Neill y le exigió, léase bien, le exigió, que escribiera una oración para que Dios auxiliara a su ejército. O’Neill redactó la oración suplicándole a Dios que finalizaran las lluvias y que se mejorara el clima para poder avanzar. Prodigiosamente, al día siguiente, el clima mejoró de manera notable. ¡O’Neill fue condecorado por Patton “por sus buenas relaciones con Dios”!

Esta anécdota de George S. Patton, si es que alguno la conoce, parece que, mutatis mutandis, inspiró a la directiva de Pdvsa; ante la crisis de la industria, fue “convocada” una misa con el fin de pedirle a Dios que mejorara la producción petrolera.

He hablado de la anécdota del general Patton, sin perder de vista las distancias incomparables entre una situación de la II Guerra Mundial y la situación actual de Pdvsa, justamente para señalar que solo pueden tener en común el convencimiento de una inminente derrota. ¡Emular a Patton requiere de mucho!

Además, creo indispensable acotar que la santa misa es la celebración excelsa por antonomasia en el catolicismo, como también lo es en varios de los grupos del cristianismo. Y ello se fundamenta en que tanto en la Iglesia Católica, como en las iglesias ortodoxas, la Iglesia Copta y la Iglesia Anglicana, la Eucaristía es el manantial y el cenit de la vida de todo aquel que se llame cristiano. Hace unos años, S. S. Benedicto XVI, papa para esas fechas, decía que “la celebración de la misa es mucho más que un ritual, es una misión”.

Como fines esenciales de la misa, el catecismo mayor de S. S. Pío X establece que “el sacrificio de la santa misa se ofrece a Dios para cuatro propósitos: 1º., para honrarle como conviene, y por esto se llama latréutico; 2º., para agradecerle sus beneficios, y por esto se llama eucarístico; 3º., para aplicarle, para darle alguna satisfacción de nuestros pecados y para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio, por lo cual se llama propiciatorio; 4º., para alcanzar todas las gracias que nos son necesarias, y por esto se llama impetratorio”. Agrego que el Concilio de Trento puntualizó: “Si alguno dijere que el sacrificio de la misa solo es de alabanza y de acción de gracias, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz, pero no propiciatorio; o que solo aprovecha al que lo recibe; y que no debe ser ofrecido por los vivos y los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades, sea anatema”.

Alguien podría objetar mi argumento y decir que se le puede pedir a Dios en una misa alguna ayuda personal; eso es cierto. Aquí el problema es otro; se están usando los más sagrados símbolos del catolicismo para fines netamente políticos, para disfrazar el lamentable estado de la industria petrolera venezolana.

Además, de manera tácita, se recurre a la Providencia para que realice un milagro y así la devastada Pdvsa vuelva a convertirse en la otrora empresa reconocida internacionalmente como modelo de eficiencia y competitividad.

Se quiere apelar a la creencia, basada en el pensamiento mágico, de que bastaría la Voluntad Divina para que se arregle el ahogo de la producción del petróleo. Obviando, claro está, que de manifestarse esa recuperación, obedecería a razones no providenciales. Estamos en presencia de la falacia post hoc, ergo propter hoc, en otras palabras, después de esto o debido a esto.

Quizás el milagro consista en que se acepte, de una vez por todas, la inoperancia de las acciones llevadas a cabo durante este largo período de destrucción de la vida de Venezuela y salgamos de este marasmo social, político, económico, cultural.


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