Venezuela enfrenta uno de los momentos más complejos de su historia. Hugo Chávez y Nicolás Maduro, enceguecidos por una fracasada visión ideológica del Estado y la sociedad, han conducido a nuestro pueblo a una dolorosa tragedia caracterizada por el hambre, la violencia, la muerte, la corrupción, el crimen organizado y la diáspora. Desde el mismo momento en que alcanzaron el poder, se dedicaron a violar los principios fundamentales de la Constitución de 1999 con el fin de establecer un régimen totalitario, represivo, ineficiente y profundamente corrupto. En el PSUV deben de existir numerosos militantes que creen, de buena fe, que en nuestro país se construye un régimen de justicia social. Están equivocados. Piensen solo en el número de víctimas producto de la represión oficial durante estos dieciocho años; analicen los fantasiosos proyectos en los cuales se han perdido miles de millones de dólares y el indiscriminado saqueo del erario nacional realizado por una inescrupulosa camarilla ante la mirada cómplice de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

El año 2018 va a significar para la dirigencia democrática venezolana un inmenso reto. Lamentablemente, las actuales perspectivas no permiten ser optimistas. La oposición venezolana, después del inmenso triunfo de las elecciones parlamentarias de 2015, perdió el rumbo. Lo ocurrido es inexplicable. Voy a tratar de exponer mi punto de vista sin responsabilizar a nadie de los errores cometidos. No creo que sea el momento para hacerlo. Sin embargo, hay que analizar los hechos con objetividad, tratando de determinar las causas que nos han conducido a la actual situación política. Para ello, debemos ubicarnos en diciembre de 2015. Los resultados de la elección parlamentaria fueron tan impactantes que todos pensamos que el gobierno de Nicolás Maduro estaba prácticamente derrocado. Grave error. El chavismo y el madurismo no creen en la alternancia republicana. Esta realidad hay que conocerla. Están decididos a maniobrar, utilizando los medios que sean necesarios, para no entregar el poder. Su falta de escrúpulos lo facilita.

En ese momento no se actuó con la rapidez y eficacia necesarias para impedir las estratagemas que el régimen madurista pensaban aplicar contra la mayoría calificada de la oposición en la Asamblea Nacional. La ilegal designación de los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, por la anterior Asamblea Nacional, mostraba claramente el camino que pensaban tomar. El segundo paso era declarar en desacato a la Asamblea Nacional. Lo permitimos sin oponer una férrea resistencia. Posteriormente, buscó ganar tiempo mediante el diálogo y el “jueguito” del revocatorio. Su real objetivo era evitar que ocurrieran las elecciones de gobernadores. Solo lo permitieron en el año 2017, después de haber elegido, mediante un monumental fraude, la inconstitucional asamblea nacional constituyente comunal y de haber desestimulado e impedido el ejercicio del sufragio. La lección para la dirigencia opositora es terminante: en las actuales circunstancias hay que jugar con inteligencia, firmeza y rapidez, solo negociando si existen importantes garantías internacionales.

El sector radical de la oposición realizó una fuerte campaña de protesta nacional durante el año 2014, la cual fue reprimida por el régimen madurista mediante una brutal acción de la Guardia Nacional que causó la muerte de 43 venezolanos, 700 heridos y varias decenas de detenidos. El impacto moral de la detención de Leopoldo López y el elevado número de muertos y heridos debilitó su capacidad de lucha y comprometió la protesta. La experiencia del año 2014 mostró que la dictadura era capaz de violar los derechos humanos sin importarle las consecuencias. Los hechos violentos del año 2017 fueron provocados por el propio gobierno. La dirigencia opositora no tomó en cuenta la anterior experiencia. Una movilización multitudinaria de carácter pacífico se transformó, en pocos meses, en un grupo de activistas que, con gran valor, enfrentaban las atrocidades del régimen. El saldo de 135 muertos, 1.500 heridos y 2.000 detenidos mostró que este tipo de acciones, al no involucrar a la totalidad de la población, no provocan consecuencias políticas.

Estos errores en la estrategia y debilidades en la acción nos han conducido a la actual situación nacional. A pesar del rechazo generalizado en contra de la dictadura, los venezolanos están desmotivados para la lucha ante el convencimiento de que el régimen madurista puede permanecer indefinidamente en el poder. Tal sentido de impotencia ha conducido principalmente a los jóvenes a emigrar, con los riesgos que eso significa, antes de vivir en una sociedad sin libertad individual y sin posibilidad de realización personal. Este mismo sentimiento de fatalidad es lo que ha generado la creciente abstención en las elecciones regionales y municipales. Además, hay que saber que el régimen ha encontrado eficientes formas para convencer a los sectores populares de que es posible conocer por quién se vota, generando en ellos un gran temor por las delicadas consecuencias personales y familiares. También, es justo decirlo, la ambigua posición de algunos dirigentes opositores ha contribuido sustancialmente al desinterés de los electores.

Esta realidad exige una importante rectificación de la oposición democrática. Hay que saber que un acuerdo político entre los tres partidos de mayor militancia, Primero Justicia, Acción Democrática y Voluntad Popular, no está en capacidad de derrotar al régimen madurista. Se requiere una nueva estructura opositora, en la cual se tome en cuenta al resto de los partidos y a las organizaciones de la sociedad civil, para constituir una verdadera unidad política con el objetivo de derrotar a la dictadura. Eso, por sí solo, no basta. Se requiere designar una dirección política competente que pueda tomar decisiones rápidas y eficientes. Logrado este primer paso, es necesario reflexionar y discutir a profundidad las acciones a tomar para impactar a los sectores democráticos y así lograr transformar el sentimiento de derrota en uno de victoria. Estoy convencido de que ese impacto podría lograrse con la escogencia de nuestro candidato presidencial, a través de transparentes elecciones primarias, y una muy seria discusión y exposición de un programa de gobierno.

Además, es imprescindible que esa elección primaria de nuestro candidato presidencial entusiasme de tal manera a la opinión pública que asistan millones de ciudadanos a votar. La presencia exclusiva de dirigentes de partidos políticos, en esa elección primaria, no produciría la emoción suficiente para poder garantizar la presencia masiva de electores opositores en las elecciones presidenciales. Para hacerlo, se requeriría de uno o varios candidatos independientes que compitan, en buena lid, con los representantes de los partidos políticos. También es imprescindible que se depongan los intereses grupales y personales. No hacerlo, tal como ocurrió con la proliferación de aspirantes en las recientes elecciones, genera el rechazo popular. Un aspecto fundamental es la escogencia, lo antes posible, de nuestro candidato para poder fortalecer su liderazgo nacional. En este sentido, se oyen en la opinión pública diferentes propuestas de figuras nacionales con suficientes cualidades éticas, e intelectuales. Ojalá tengan el valor moral suficiente para aceptar postularse en la elección primaria de la oposición. Venezuela exige, en tan difíciles circunstancias de nuestra historia, el sacrificio de sus mejores hijos.

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