Con el alma encogida y los ojos húmedos con lágrimas fugaces guardamos con el debido respeto el último homenaje a nuestros héroes muertos en esta lucha por recuperar la democracia.

¿Ha valido la pena esas pérdidas de jóvenes promesas, talento en formación, futuros padres o cariñosas madres por venir?

Esta pregunta me la hago sin encontrar una respuesta satisfactoria, por el contrario, con angustia hoy quisiera planteársela al presidente Maduro, la señora Flores, al diputado Cabello, al ministro Padrino López, al profesor Istúriz, y sus camaradas Bernal, Varela, Rodríguez, Chávez y Vielma Mora.

Esta duda se las transmito, pues supongo que sienten o han sentido el amor paterno, el cariño materno y la felicidad fraternal. Supongo que ustedes son tan de carne y hueso como los padres de esos jóvenes caídos, por lo que estoy seguro de que si les correspondiese guardar ese minuto de silencio, sentirían como yo y el resto del país, un crujir del corazón.

No hay bandera ni ideología que justifique la muerte de un joven. Es comprensible defender a ultranza la vida, el derecho a ella, pues sin vida no hay humanos y sin humanos no hay sociedad y sin ella no hay patria.

Contrario a ese derecho, y deber por cierto, de proteger la vida nos aparece la obligación como personas de preservar la libertad. Si algo tiene el ser humano diferente con los animales es precisamente el libre albedrío, la razón, y su capacidad de escoger.

Allí radica la incógnita ¿es justificado el sacrificio de esos jóvenes a quienes hoy rendimos honores?

¡Claro que sí! una y mil veces sí. Señores sátrapas del poder, gerifaltes de la destrucción, amos de la corrupción: ¿no tendrán ustedes dentro de sus almas alguna reserva de arrepentimiento, o tal vez han de buscar en el espejo del sufrimiento ajeno la chispa que le encienda la contrición necesaria para pesar en esa balanza que es la justicia, si lo que hoy hacen, está dentro de lo que la historia juzgará como arbitrariedad o corrección?

Los hombres sensatos y prudentes admiten, sin dudas, la verdad de los principios establecidos por nuestra moral y costumbres. ¿Qué será de nuestra patria si prevalece como un veneno ese ensañamiento y crueldad hacia quienes piensan y aspiran distinto a ustedes?

Hay un tiempo para indignarse, igual que hay un tiempo para contener la ira. La Patria es como una madre tierna y compasiva que no exige la muerte de sus hijos, desea ardientemente que todos vivan y sean felices, por eso sí se sacrifica y llora con pasión.

Basta de silencio, ojalá que no guardemos ni un solo minuto más y que de ahora en adelante nos unamos todos en la algarabía de un grito que al unísono diga «Viva Venezuela». Está en sus manos.


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