I

Él se queja públicamente. ¡Es una aberración! ¿Cómo se les ocurre? ¿Dónde queda la libertad de expresión? Pobrecito, digo yo, no le dan el derecho de expresar lo que siente, se debe sentir muy mal. Es como cuando uno quiere gritar y tiene una mordaza. Es como cuando uno quiere correr y tiene los pies amarrados. Es como cuando se habla a una audiencia de sordos. Es como cuando uno tiene un nudo en la garganta y, en vez de hablar, se lo traga. Eso revuelve el estómago, revuelve la cabeza, revuelve la vida.

Ese sentimiento llena la existencia en cuestión de segundos. Pero imaginen sentir eso por largo tiempo. Pienso que el pobre ministro debió en ese momento recordarse de los cubanos, que tienen décadas sin poder decir lo que sienten y entonces llevan la vida como quien ve llover, no sienten pasión, no tienen ánimo, no tienen nada qué decir porque todo se lo han tragado.

Como una foto vale más que mil palabras, el ministro pensó que el medio preciso para expresar lo que pensaba era Instagram. Es un hombre a todas luces actualizado con las herramientas de las redes sociales y debe, por supuesto, tener un teléfono de última generación. Entonces compuso su post: del lado izquierdo, un plano medio de Pedro Carmona con la mano derecha levantada para tomar juramento. El lado derecho del post era un plano medio de Juan Guaidó en la misma posición. Nada más que eso, con una leyenda (imagino que para los que no reconocen a los personajes, porque la comparación habla por sí sola, diría el ministro): los dos presidentes juramentados por Washington.

De más está decir que esa es la tesis que están manejando ellos, desde Nicolás para abajo, pero que no les ha resultado exitosa. Sobre todo porque fueron miles los venezolanos que le tomaron juramento a Guaidó el 23 de enero y no se cansan de decir, también por las redes sociales, lo que vieron, sintieron e hicieron: ser testigos del momento en que este muchacho se apretaba los pantalones y tomaba las riendas del Ejecutivo.

II

Pero el pobre ministrico se sintió burlado, porque Instagram tuvo la osadía de censurarle no una, sino dos veces, su post. Y entonces montó en cólera por otra red social, Twitter, diciendo que se había comunicado con los responsables para poner su queja. ¡No me dejan expresarme!, seguro gritaba en medio de la pataleta.

Lo cierto es que sus miles de seguidores no pudieron ver la originalidad del ministro que, siguiendo las instrucciones de su querido Nicolás, quería divulgar por los cuatro vientos eso de que Guaidó era un títere del imperio.

Lo compadezco, de verdad, sobre todo porque sé lo que es no tener teléfono ni señal de Internet ni los canales de televisión que quiero ver, ni periódico que leer ni programas de radio que escuchar.

III

La psicopatía de esta gente es evidente. No se dan cuenta del daño que hacen ni siquiera cuando ellos, por obra del azar, se ven en el mismo atolladero. Ministro, ¿verdad que duele que lo censuren a uno? ¿Verdad que da mucha rabia querer decir algo y no tener un canal por dónde decirlo?

Eso no les pasa solo a los cubanos, espero que se entere. Nos pasa a los venezolanos por obra y gracia de su gobiernito, del que ha sido partícipe, del que ha obtenido todas las prebendas, del que ha sido cómplice, del que ha disfrutado tanto hasta el punto de no querer soltar el coroto.

¿O me va a decir que no supo que desde el 23 de enero las comunicaciones en este país son más inestables que de costumbre? Bueno, pregúnteselo al mal llamado psiquiatra, su compañero de gabinete, que maquiavélicamente maneja el derecho de los venezolanos a su antojo.

Avíseme qué le respondió Instagram, o inténtelo de nuevo. Ponga una foto de Juan Guaidó pero en la que se vea levantando la mano delante del gentío que le tomó juramento. Esa seguro que no se la censuran.


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