El pasado martes 10 de octubre, en el Aula Magna de la Universidad Católica Andrés Bello, el embajador de Japón en Venezuela, Kenji Okada, nos regaló una charla sobre el “milagro económico” de su país después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. La misma nace de las preguntas más frecuentes que le hacen en el mundo entero: las causas de dicho milagro y por qué no hay disturbios cada vez que sufren un desastre natural.

Las respuestas que ofrece dejan en el venezolano un sentimiento de tristeza, al corroborar que no poseemos ninguna de dichas características o condiciones. Aunque quizás sí tengamos una: somos hijos de Occidente; a diferencia del Japón, el cual tuvo que adoptar dicha cultura para salir adelante. “Wakon-yosai”, frase que significa la combinación del espíritu japonés y el conocimiento occidental. A pesar de las grandes diferencias: ¿tiene Japón algo que enseñarnos en esta terrible crisis que padecemos los venezolanos?

El embajador advirtió que “las fórmulas” de otros países no necesariamente se pueden aplicar exactamente en Venezuela. A pesar de ello no dudó en recomendarnos: estar abiertos al mundo, convencernos de que la recuperación es posible y por ello cultivar la esperanza y la confianza en el país (especialmente entre los jóvenes). Cada palabra, cada idea era un aguijonazo en nuestra conciencia: ¿cómo animar a los jóvenes que en su mayoría sueñan con emigrar?

Es difícil conseguir las respuestas, pero los eventos de este tipo nos invitan a soñar, son herramientas que nos pueden ayudar. El milagro en sí tiene aspectos comunes con las medidas que se han aplicado en varios países iberoamericanos y que gracias a ello han logrado sacar de la pobreza a porcentajes importantes de su población. Nos referimos a la participación en el sistema económico internacional de la mano de organizaciones como el Fondo Monetario Internacional, entre otros; la seguridad jurídica (respeto a la ley, las libertades y especialmente a la propiedad privada), un tipo de cambio realista, alta tasa de ahorro, renuncia a la guerra (reducción al mínimo de los gastos militares), reforma agraria y un alto nivel educativo. El milagro no es tan milagro, porque sus causas son conocidas y se han aplicado a culturas parecidas a la nuestra. Esto aspectos son los factores occidentalizantes.

En lo que respecta al espíritu japonés, sus grandes aportes son la cortesía, la disciplina, la laboriosidad y la armonía. Se rechazó el individualismo occidental valorando la conciencia colectiva de su tradición cultural. Los japoneses son agradecidos y humildes, y con admiración pude percibirlo en el embajador, quien se levantó y nos hizo una reverencia a todo el público. E incluso cuando nos acercamos varios profesores, nos saludó con la respectiva inclinación por la gran importancia que le dan a los docentes en el país asiático. Es admirable cómo transformaron su espíritu guerrero (contenido en el bushido) como uno de los medios para lograr ser potencia mundial a partir de su derrota en 1945, demostrando que los sacrificios no necesariamente poseen una sola forma de expresarse. Me hace pensar con optimismo que los venezolanos podemos cambiar algunos aspectos de nuestra idiosincrasia (el vivismo, por ejemplo), porque no estamos condenados a padecer sus nefastas consecuencias.

Al final me faltó agradecerle al embajador por esa parte importante de nuestra formación infantil que representaron los dibujos animados de origen nipón. Fueron tantas las historias que disfrutamos con gran pasión, y no me refiero solo a los robots como Mazinger Z, sino también a las hermosas adaptaciones que han hecho de los grandes clásicos de la literatura.

Japón no resulta tan extraño y lejano a los venezolanos como muchos podrían pensar, y por ello esperamos que sus experiencias sirvan para inspirar nuestra recuperación nacional cuando estos tiempos oscuros hayan pasado. Excelentísimo embajador Kenji Okada: arigatou gozaimasu.


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