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A @hectorschamis

La OEA nace en medio de los estruendos insurreccionales que, desde entonces, y ya son 70 años, no han cesado de quebrantar, ensangrentar e impedir el logro de su más venerable propósito: consolidar la identidad democrática y contribuir a la estabilidad del Estado de Derecho en la región. Ve la luz a la sombra de un magnicidio, el comienzo de la guerra civil colombiana y el estreno en la política regional del Hitler tropical, el cubano Fidel Castro Ruz, principal causante de la tragedia política que ha ensombrecido la historia de varias generaciones de latinoamericanos desde su asalto al poder de su país en enero de 1959. Décadas de impotencia de las mayores consciencias liberales activas durante esos 70 años. Nos referimos al asesinato de Eliécer Gaitán, al bautismo de fuego insurreccional de Fidel Castro, así haya sido como simple asomado, y al esplendor y muerte de Rómulo Betancourt, su némesis. Durante casi toda su historia, la OEA ha sido la convidada de piedra de dictaduras y tiranías, no ha servido para otra cosa que para el cortesano y palaciego encuentro de los cancilleres latinoamericanos y el rizo de una historia de claudicaciones, alcahueterías y tolerancias. Casi que una mácula en la torpe historia diplomática de América Latina.

Como casi todas las constituciones que han orlado de bellas frases y maravillosas intenciones el comportamiento bárbaro y salvaje de nuestras naciones –ese librito que permite que se haga con él lo que se quiera, como diría el dictador venezolano José Tadeo Monagas a mediados del siglo XIX–, la OEA también ha sido un jarrón chino. Su Secretaría General, la Côte D’Azur para las vacaciones en Washington de políticos de segunda línea, inútiles, jubilados o terminales. Pero elegantemente vestidos. Y desde hace algunos años, la cómoda antesala de aspirantes a la Presidencia de sus países. César Gaviria la usó en el primero de los sentidos. José Miguel Insulza, en el segundo. El primero, en un grave desliz en el que fuera acompañado por sus pares socialdemócratas Felipe González y Carlos Andrés Pérez, le abrió las puertas diplomáticas al castrismo. Los segundos pretendieron recibirlo de regreso en su seno, en gloria y majestad. La OEA alcanzaba su más prístina verdad: ser un empolvado despojo parlanchín y presumido de democracias decadentes y señores chic encargados de parlantes diligencias inútiles.

Fue entonces cuando un milagro produjo su resurrección: la aparición intempestiva e inesperada de Luis Almagro, que de haber sido el joven canciller del presidente José Mujica, ultraizquierdista de la vieja guardia guerrillera uruguaya, se convertiría en un auténtico, lúcido y valeroso paladín de las causas libertarias de una región que está sedienta de libertad sin encontrar quien la ayude a obtenerla. Y quien, demostrando la mala voluntad y las querencias totalitarias de su predecesor, el castrosocialista chileno José Miguel Insulza, puso a valer un instrumento perfectamente preparado para enfrentar la crisis latinoamericana y ponerlo al servicio de las mejores causas. Si hubiera estado en manos voluntariosas y hubiera sido la verdadera voluntad de la región, prisionera de viejos y anquilosados esquemas estatistas, demagógicos y caudillescos.

Mentía descaradamente el socialista chileno cuando impedía toda acción a favor del aherrojado pueblo venezolano contra el monstruo vesánico de las tiranías que tanto daño le ha causado a lo largo de toda su historia y ahora volvía a asomarse tras la careta bolivariana de sus peores desafueros en la figura de un uniformado demagogo clownesco, charlatán, irresponsable y cruento. Se negó Insulza a aplicar la Carta Democrática amparado en una supuesta legalidad que requería de la aprobación previa de la dictadura cuestionada por la flagrante violación de dichos principios para proceder él, profundamente disgustado por un artículo en que me enfrentara con el recién electo presidente de Uruguay e íntimo amigo suyo, Tabaré Vázquez. Quien tendría el tupé de ofrecerle a la dictadura venezolana un intercambio de petróleo por intelectuales uruguayos. ¡Como si los venezolanos hubiéramos sido una manga de analfabetas! “Ustedes, los opositores venezolanos, son intragables, contarán con el permanente rechazo del mundo. Y el mío. Y, por favor, no me mandes más de tu basura opositora”. Fue nuestra última comunicación.

Cumplió su promesa al pie de la letra: le puso la proa a todas nuestras iniciativas en favor del retorno de la democracia a Venezuela. Tolerando de paso todos los desafueros de la tiranía. ¿Cómo no haberse admirado de la gestión de su sucesor, situado en las antípodas, y agradecerle su coraje, su dignidad y su lucidez hasta el fin de nuestros días? A veces los hombres hacen la historia. Esperemos que este sea el caso.


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