Nadie abandona su país sino por guerras, genocidios, persecuciones, hambrunas o revoluciones. De eso sabemos los venezolanos que hemos atestiguado cómo más de 3 millones de compatriotas han dejado atrás su ciudad, sus amigos, su ambiente, para buscar un destino más favorable que el país destruido y pateado por el socialismo. De ser la nación puntal en la recepción de migrantes, pasamos a coronar la estadística hemisférica de huidos. Aquí nadie quiere quedarse porque el futuro parece un chiste de mal gusto. En América todos somos migrantes, y en general nadie es inequívocamente de un sitio hasta que logra cronometrar su hora de llegada. Basta someterse a un examen de ADN para ver cómo somos el cruce de muchas rutas. Hay un desprecio por los migrantes hoy en día. Quien desciende de migrantes debería ser condescendiente con el tema. Una de las características de los caraqueños es tener al menos un abuelo extranjero. Entre 1936 y 1958 llegaron a nuestro país unos 800.000 europeos, de los cuales medio millón permaneció. Los grandes países fueron construidos sobre la base de migraciones históricas. ¿Qué es España sino un mosaico de iberos, celtas, fenicios, romanos, germanos, judíos y árabes? Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil y Venezuela han sido elevados y mejorados por la migración. Porque el migrante tiene una característica extraordinaria: sabe que debe empeñar su mejor esfuerzo porque llega a un sitio nuevo donde solo por su trabajo será reconocido. Las migraciones suelen ser controladas como sucedió en Venezuela con el Instituto de Colonización y Migración y luego el IAN. Pero pueden ser descontroladas como pasó en nuestro país en los setenta o producto de una crisis de refugiados como acontece a diario en este traficado mundo. Hace poco un ex alumno me escribió un correo para poner en venta unos libros ya que se marchaba al extranjero. Le dije que los llevara con él y me envió una foto de su morral, porque viajaría por autobús, en la que me aclaraba que toda su vida la había reducida a esa mochila. Esta es la catástrofe del socialismo depredador.

En el mundo globalizado se produce lo que la sociólogo Saskia Sassen ha denominado la ciudad global producto de muchos aluviones migratorios. ¿Qué son Nueva York, Hong Kong, París, Londres, Los Ángeles? Conglomerados globales donde el carácter de la urbe acoge las múltiples personalidades de esos viajes realizados a su interior. Centros cosmopolitas donde sus habitantes viven la cultura de lo variado. Estos espacios urbanos son la aspiración de quienes aspiran a la calidad de vida de estos nodos civilizatorios que combinan la libertad política y la libertad económica. Arthur Koestler, brillante escritor húngaro que se terminó estableciendo en Inglaterra, citaba un flemático dicho británico no exento de ironía y desprecio: “Sed gentil con los extranjeros que no tienen culpa de serlo”. No en balde las manifestaciones de migrantes en el Reino Unido ufanan cartelones como que “estamos aquí porque ustedes estuvieron allá”, una suerte de quid pro quo certero. Pero el inglés estándar que tartamudea sus frases a medio terminar sigue viendo con indiferencia aquello. No cabe duda de que el brexit es la última distancia con lo foráneo.

Solemos identificar a una nación de acuerdo con sus habitantes que conocemos, decía con propiedad el barón Alejandro de Humboldt colocando la tilde en que los prejuicios estaban a la orden del día. Hace poco se produjo un lamentable asesinato en Ecuador. El homicida era venezolano y el presidente Lenín Moreno publicó un tuit donde ordenaba la creación de unas brigadas para controlar la migración venezolana. Al adjetivar con ignorancia demuestra que nunca leyó al naturalista de Tegel. En nuestra Venezuela cada vez peor pero múltiple por su historia de llegadas, que le abrió las puertas a migrantes de todo el mundo sin mirar con recelo sus nombres, las calles de nuestras ciudades fueron alguna vez una modesta Babel. Los venezolanos en el extranjero quisieran ser recibidos como lo hicimos nosotros. La reciprocidad muy pocas veces es un hecho cierto. Tengo afecto por esas ciudades globales de muchos rostros. Son el primer paso para construir sociedades más entendidas y menos refractarias. En síntesis, para hacer del mundo un sitio mejor. Como lo que fuimos alguna vez con la nostalgia de querer volver a serlo.


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