Unos días más que otros la situación que atravesamos en Venezuela se hace emocionalmente insoportable. Digo emocionalmente sobreentendiendo que todos los que aquí vivimos experimentamos día a día la creciente pérdida de algo que se acerque a una mínima calidad de vida. Son esos días en que uno no quisiera aterrizar en la realidad ni acercarse a las noticias, o asomarse a las redes sociales que invariablemente nos golpean con el caos en que está sumido nuestro país. Uno de esos problemas desoladores es el de la migración masiva de nacionales.

Ya no se trata solo de la desgracia de que los hijos de la clase media y alta hayan migrado en búsqueda de mejor futuro, privando así al país de élites vitales para su desarrollo. Lo que comenzó con esa migración de profesionales se ha ido convirtiendo progresivamente en un fenómeno masivo de todos los sectores sociales y los más pobres tienen que hacerlo en las más hostiles condiciones imaginables.

Según cifras de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), más conservadoras que las que se manejan usualmente, es de más de un millón y medio de migrantes, pero casi 80% de la emigración reciente ha salido durante los años 2016 y 2017. Y calculan que en 2018 el número podría rondar los 3,4 millones, lo que la ubicaría en casi 10% de la población total del país, no es poca cosa.

La pérdida de poder adquisitivo por la hiperinflación, la escasez de alimentos y medicinas, la violencia generalizada, la violación a los derechos humanos y en definitiva la falta de oportunidades son algunas de los razones que han causado el desplazamiento forzado de los venezolanos que ha separado un sinnúmero de familias y, lejos de detenerse, amenaza con crecer.

La magnitud de este fenómeno ha llamado la atención de distintos organismos internacionales. En días recientes el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas difundió imágenes sobre el éxodo de venezolanos al calificarlo como el país con mayor migración de América, especialmente hacia el punto fronterizo en Cúcuta en busca de comida y medicinas. Anteriormente el programa de refugiados de Naciones Unidas (Acnur) había alentado a los países del mundo a garantizar protección a los venezolanos que emigren para que tengan acceso a los territorios y los procedimientos para solicitar asilo en condición de refugiados. La Unión Europea ha ofrecido al gobierno de Colombia ayuda económica para recibir a los migrantes venezolanos, y la OEA se ha comprometido a trabajar conjuntamente con Brasil, por citar solo algunos esfuerzos recientes.

Los países fronterizos son los más afectados por la migración; Colombia en primer lugar, luego Brasil. Esto explica las permanentes declaraciones del presidente de Colombia sobre la necesidad de resolver la crisis política de Venezuela como única vía para enfrentar el grave problema que es para su país la presencia de centenares de miles de venezolanos refugiados. La reunión de Temer y Santos para abordar este problema es altamente sintomática de la preocupación de ambos países por su traumado vecino. No olvidemos que son países con una importante problemática social propia.

Lo antes expuesto explica que Venezuela concentre la atención de los distintos organismos multilaterales y regionales, que se complica debido a la rotunda negativa del gobierno de Venezuela de reconocer las dramáticas dimensiones de ese éxodo de millones, encerrado como está en una burbuja de falsedades que impide la búsqueda de soluciones y los lleva a confrontarse con las más variadas organizaciones internacionales.

De esta manera la migración venezolana, sin duda una de las manifestaciones más dolorosas de la devastación nacional, es paradójicamente un componente importante de la presión internacional, regional y muy especialmente de sus países vecinos para una solución de la crisis venezolana y una de las expresiones más evidentes para juzgar el peligro desestabilizador de la dictadura venezolana sobre la región.


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