Escribí estas líneas mientras languidece el miércoles, día oblicuo cual lo adjetivó, en una de las Cien breves novelas-río contenidas en su enigmática e irónica Centuria (1979), el escritor italiano Giorgio Manganelli, ensayista y fabulador aficionado a las acrobacias narrativas, y útil, creo, para percatarnos de no haber realizado las tareas de lunes y martes, y posponerlas sin más para jueves y viernes. Sí, es  atravesada la jornada merculina y, acaso por eso, dé pie para ser usada como interjección de escatológicas connotaciones, espetada por más de uno cuando Maduro decidió echar más leña al devastador fuego  hiperinflacionario, triplicando el salario mínimo y situándolo en menos de un dólar al mes; sin embargo, dos importantes hechos históricos, dignos de ser recordados por haber acaecido en miércoles fechados primero de julio, como este domingo ―de lágrimas y no risas, a pesar de celebrarse el Día Internacional del Chiste―, nos suministrarán suficiente tela para cortar y confeccionar la colcha de retazos de la semana. El primero de ellos ocurrió en 1874 en Filadelfia, ciudad donde se firmó la Declaración de Independencia de Estados Unidos, amén de su Constitución. Para beneplácito de sus habitantes, ese veraniego miércoles abrió sus puertas uno de los primeros jardines zoológicos de carácter público del continente ―si hemos de confiar en Wikipedia, fuente del saber virtual favorita de los holgazanes, el primer zoo del Nuevo Mundo estuvo en Tenochtitlány y perteneció al emperador azteca Moctezuma, «un santuario de seres extraordinarios» según testimonios de maravillados cronistas de India y del mismísimo Hernán Cortés―.

La apertura de una casa de fieras quizá solo tenga interés anecdótico, pero viene a cuento porque en sus espacios, informó CNN, mora un aséptico gorila al que no le gusta ensuciarse las manos y camina erguido como un humano. Que un mono parodie al hombre tiene mucho de cómico y poco de trágico; en cambio, que este, su pariente más cercano, remede a aquel nada tiene de gracioso y sí bastante de siniestro. Sucede en un país, el nuestro, gobernado por gorilas uniformados e imitadores y colaboracionistas, orangutanes y chimpancés disfrazados de civiles, verbigracia los hermanitos Rodríguez, pavlovianamente condicionados para una venganza extensiva a quien cuestione su cosmovisión ―weltanschauunhg, precisaría en pedante registro el frenólogo de la (in)comunicación y la (in)cultura―, corresponsables de la transformación de Venezuela en duplicado tropical del distópico mundo novelado por el escritor francés Pierre Boulle (La planète de singes, 1963) y cinematografiado con singular acierto por el cineasta norteamericano Franklin Schaffner (Planet of the Apes, 1968), en la que simios resentidos con el perdido eslabón de su pasado someten y esclavizan a los humanos y   les dan caza a fin de privarlos de la voz y exhibirlos para regocijo de los micos.

Concierne a la nación, y justifica la referencia al zoológico filadelfino, el poco respeto por la fauna mostrado por un régimen sedicente defensor de la causa ecosocialista, causa con la cual el redentor y su apóstol salvarían al planeta del diluvio capitalista ―propósito plasmado en la sarta de tautologías y redundancias hilvanadas a guisa de introducción al plan de la patria, colección de simplezas improvisadas para explicar por qué estamos como estamos―, sin abordar un arca de Noé, pues el modo de dominación dictatorial imperante en Venezuela dispensa a los animales el mismo trato recibido por los ciudadanos y se les condena a la despiadada dieta Maduro, es decir, a morir de hambre. Y, porque en revolución lo extraordinario se hace cotidiano, la muerte en circunstancias nada naturales de un paquidermo, si no se oculta o pasa desapercibido, es suceso merecedor de no más de un párrafo en las páginas de curiosidades y misceláneas. De la prensa oficialista, claro está. Porque el deceso de Ruperta, la elefanta vedette del Parque Zoológico de Caricuao ―tenía 48 años, mas no murió de vieja sino de desnutrición aguda― fue ampliamente reseñada en medios internacionales, que vieron en su atroz final otra faceta de la poliédrica crisis nacional, cuya existencia niegan los cabecillas de la roja y verde oliva oligarquía cívico-militar y sus cortesanos, con el capcioso y nada sutil argumento de que mal puede hablarse de crisis en una República (¿?) llamada a convertirse en potencia mundial, ¡vaya pa’l Callao tomorrow night!

El otro hecho de excepcional relevancia fue la adopción, en una conferencia internacional realizada en Berlín en 1906, de tres letras, SOS, fáciles de transmitir en código Morse (tres pulsaciones cortas, tres largas y otras tres cortas), como señal internacional de auxilio. Posiblemente, y dado el vertiginoso desarrollo de las comunicaciones, el código en cuestión haya caído en desuso, pero el acrónimo, casi una imagen que lo dice todo, es parte inseparable de las consignas con que los venezolanos claman por ayuda humanitaria a objeto de paliar tanto su creciente déficit proteínico, cuanto las carencias de fármacos e insumos sanitarios. Negado a que esa ayuda se concrete, como se negó Chávez durante la tragedia de Vargas a aceptar auxilio norteamericano, Maduro ha hecho mofa de ese clamor y pone en evidencia su ignorancia supina al confundir el significado adquirido por el uso de las tres letras salvadoras con la forma del verbo ser en segunda persona del presente indicativo de los argentinos.

Con los zoológicos diezmados por la hambruna, la señal de socorro desprestigiada por el analfabetismo presidencial y las cárceles a reventar, nada de extraño tendría que la dictadura destine los espacios correspondientes al cautiverio animal a la reclusión de sus adversarios. Tal vez se les antoje a los celadores hacer suya la sureña conjugación ensalada y colgar en el pecho de los reos un cartel con la leyenda «SOS un traidor a la patria». Esta aterradora posibilidad debería estimular un masivo respaldo a quienes, inspirados en las cada vez más frecuentes huelgas sectoriales, siembran la esperanzadora idea ―que pareciera germinar y es ya materia de discusión― de un paro nacional, capaz de encauzar a las diversas corrientes opositoras en un caudaloso movimiento que ponga término a la militarización del país, dé al traste con la asamblea comunal prostituyente y acabe con la ilegítima presidencia de Maduro. Quienes todavía se apegan al libreto de la negociación y la salida constitucional respirarán aliviados cuando, ante una eventual y decisoria rebelión popular, aparezca, ostentando una esplendorosa y muy mona sonrisa de yo no fui y sus artes de prestidigitador dialéctico y torero de salón, el zapatero dialogante. A aquellos por pendejos y a este por creernos merecedores de sus monerías, habría que sacarles la lengua y tirarles una trompetilla. ¡Miércoles!


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