Mi artículo de la semana pasada, aquí mismo en El Nacional, “Entre estímulo y reacción”, versó sobre el modelo de la Hélice de Conflicto para gerenciar acciones que evitan la violencia. El mismo consiste en materializar decisiones que agrandan la brecha entre la disposición a la acción del grupo violento claramente identificado y la probabilidad de ocurrencia de la acción violenta misma.

También, el pasado julio de 2018 escribí un artículo para El Nacional que versó sobre el libro Factfulness: ten reasons we are wrong about the world and why things are better than you think (en español: Plenitud de hechos: diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo y por qué las cosas son mejores de lo que pensamos), escrito por Hans Rosling (1948-2017), PhD, médico sueco,  profesor de salud internacional en el Karolinska Institutet, director de la Fundación Gapminder, una fundación que tiene como objetivo explícito que no seamos ignorantes en cuanto al mundo y a lo que él contiene.  Adicionalmente, Rosling fue quien dio los primeros y decisivos pasos que impidieron que la epidemia de ébola de 2014 se propagara al resto del mundo. El libro completo se consigue fácilmente en la Internet.

En su libro, Rosling nos hace una invitación “operativa” a pensar distinto a través de la reconsideración de 10 instintos (las 10 razones) que contribuyen a crear la versión “sobredramatizada” del mundo. Tales 10 instintos son: la brecha, la negatividad, la línea recta, el miedo, el tamaño, la generalización, el destino, lo simple, la culpa y la urgencia. Este artículo versará sobre el instinto de la urgencia mientras que el instinto del miedo quedará para algún otro futuro artículo.

Rosling documenta con una serie de anécdotas personales aquellas situaciones caracterizadas por tres elementos concurrentes: tenemos miedo, estamos bajo la presión del tiempo que se agota y estamos bajo la creencia de que nos encontramos en el peor escenario. En tal circunstancia, nuestra habilidad para pensar analíticamente se ve fatalmente comprometida por la urgencia de materializar decisiones rápidas conducentes a la acción.

Los respetados lectores seguramente habrán visto aquellos programas de venta de productos en TV en donde se apela a nuestro instinto de la urgencia con frases como “compre ahora o pierda para siempre la oportunidad”. Así, el llamado a la acción inmediata tiene como consecuencia que seamos menos críticos al pensar y que tomemos la decisión de compra inmediatamente.

El instinto de urgencia hace que tomemos acción inmediata en presencia de un inminente peligro percibido. Tal instinto nos fue de muchísima utilidad en nuestro pasado prehistórico. Por ejemplo, al darnos cuenta de la presencia cercana de un tigre o un león, no tenía mucho sentido realizar un análisis meticuloso de la situación.

La actitud hacia riesgos futuros constituye un problema grave para aquellos activistas y personajes que trabajan sobre escalas de tiempo que van un poco más allá de lo inmediato: ¿cómo nos motivan a la acción? Pues frecuentemente intentan convencernos de que un riesgo incierto futuro es un riesgo seguro inmediato. Es decir, apelan a nuestro instinto de urgencia: es ahora o nunca.

Si bien esta metodología puede movernos a la acción inmediata, también crea estrés y conduce a decisiones muy pobres (como aquella de las fracasadas guarimbas), ello sin mencionar el daño que tales activistas y personajes le hacen a su propia causa. Por ejemplo, por allí hay un economista que justifica la intervención militar con una muy pequeñísima arista de la Teoría de Juegos: el dilema del prisionero sin iteraciones. En opinión de este economista, la coordinación entre la militarada se logra “en caliente”,  con la intervención militar. Hay incluso ya un abogado y “politólogo”, que incluso fue nombrado por la AN como representante diplomático de nuestro país en Canadá, que le asigna a la intervención militar cualidades de derecho.

Estos activistas y políticos que nos presentan los hechos más urgentes de lo que en realidad son para llamarnos a la acción o llamar a otros a la acción, son activistas tipo “Pedro y el lobo” y recordemos cómo termina dicha historia: con varias ovejas dentro del estómago del lobo y con el pobre Pedro desprestigiado.

La ecuación de Hans Rosling sobre el décimo instinto es que el miedo más la urgencia conducen a decisiones drásticas y estúpidas con colaterales impredecibles.

Vamos bien, ¿cuál es la prisa?

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