I

Quien mire, aunque sea por encimita, la historia del pensamiento político, advertirá que la inclinación hacia la verdad no ha sido considerada una virtud. Dicho de otra manera, más suave, ha sido vista, más bien, como una herramienta indispensable en la actividad política. Recuerdo haber leído hace unos cuantos años El conocimiento inútil, una obra de Jean-François Revel, intelectual francés, varios de cuyos capítulos se vertebraban en torno a la idea de que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Da curiosidad pensar cómo los habría escrito en estos tiempos digitales.

II

El término posverdad expresa un fenómeno propio de la sociedad actual, permeada por la circulación permanente de información, en la que, de acuerdo con la forma en que lo describe el DRAE (2017), Internet y las redes sociales aportan a los usuarios información que confirma lo que ya piensan o sienten, en detrimento de hechos contrastados y verificables, apelando más a las emociones que a la razón, a los prejuicios que a la objetividad, generando, así, decisiones basadas en creencias, y no en hechos reales. Al final de cuentas, y en términos menos académicos, es una palabra que pone de manifiesto cómo se juega con la realidad, y se la desconoce, se la cambia, se la mutila o se la versiona para que no se parezca a ella misma.

La obra de Goebbels, genio de la propaganda nazi, el de la famosa consigna de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, sería actualmente encasillada dentro de la posverdad. Lo sería porque, como se apunta en algunos textos sobre el tema, el antónimo de verdad no es posverdad, el antónimo de verdad es mentira.

III

Indica el profesor Silva-Herzog Márquez, politólogo mexicano, que la verdad es el piso y el techo del debate público. Por muy contrarias que sean, las opiniones serán legítimas siempre y cuando respeten la verdad factual. Así las cosas, la libertad de opinión es una farsa, a menos que se garantice la información objetiva y que no estén en discusión los hechos mismos. “Cada uno tiene derecho a su opinión, no a sus datos”, asevera.

Una política sin verdad, añade, sería una política negada al diálogo. No solamente evidenciaría el reino de la demagogia, sino que cancelaría la posibilidad misma de la convivencia. Cuando no hay asiento para la verdad, concluye, desaparece cualquier posibilidad de entendimiento.

IV

Internet le ha dado otra energía a la mentira política, haciéndola más extendida y eficaz, aunque vale la pena destacar que se han venido desarrollando ciertas herramientas para combatir la posverdad, a partir de algunas las plataformas virtuales de verificación de hechos. Sin embargo, estamos muy lejos de los desafíos planteados.

Se habla de la desvinculación de política y verdad como un efecto directo del impacto de la tecnología en la democracia; impacto que, por cierto, no es el único que le ocasiona (no olvidemos la repercusión que ha tenido, sobre todo a partir del desarrollo de la Big Data, en la construcción de un sistema de vigilancia social). El filósofo británico A. C. Grayling, haciéndose eco de una opinión cada vez más frecuente en los círculos académicos, argumenta que la posverdad es un fenómeno que daña el tejido completo de la democracia moderna. Es, por tanto, un asunto que supone la necesidad de encontrar fórmulas para encararla. La verdad es, así pues, una necesidad política, imprescindible para que funcione la democracia.

V

Los párrafos anteriores ventilan someramente algunas cuestiones que tienen una relevancia enorme para Venezuela. Este gobierno admite, sin duda, varios calificativos para poder ser definido. Pero me parece que el que más claramente lo define es el hecho de que está sustentado en la mentira. En este sentido, y sin necesidad de tener que irme muy lejos en el tiempo, cabe preguntar qué explicación se dará sobre la reciente muerte, en la sede del Sebin, de Fernando Albán, concejal de Primero Justicia, quien además había sido detenido alegando su supuesta responsabilidad en un suceso –el de los drones que sobrevolaron Los Próceres–, del que tampoco pareciera saberse lo que en realidad ocurrió.


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