Un régimen que tiene diecinueve años transitando los caminos de la mentira para someter a un pueblo que le creyó, no puede sorprenderse si ese pueblo desde su más profunda decepción deja de creerle. Eso es lo que está sucediendo en Venezuela, realidad que lo más representativo del régimen se niega a reconocer.

Es absolutamente cierto que los gobiernos autoritarios, mucho antes de ser desplazados del poder y  en modo particular cuando acuden a la mentira y la represión continuada en todas y cada una de sus formas, a pesar del miedo infundido por sus métodos de represión, muy variados por cierto, sufren el desprecio de la gran mayoría de los gobernados. Diecinueve años, que es, hasta ahora,  la sumatoria de los gobierno de Chávez y de Maduro,  en esas prácticas no son poca cosa y mucho menos cuando los resultados de la supuesta revolución han sido tan decepcionantes, que  en algunos casos pudieran ser  considerados como crímenes  de lesa patria.

Para nadie es un secreto que este régimen, en materia de aceptación popular,  viene en picada y con grandes posibilidades de hacerse añicos. Por lo tanto no es para nada cierta la afirmación del hombre del mazo y el insulto, cuando dijo con la histeria y la rabia que lo caracteriza:  “Este pueblo está  resteado con la revolución bolivariana”. 

Nada más lejos de la verdad porque si algo se ha hecho materia viva y sentimiento tangible, a toda hora a lo largo y ancho de este asfixiado país, es el rechazo de todo el pueblo a las políticas de este régimen, tanto de aquel que decidió marcharse porque las ventanas del futuro les fueron canceladas por un régimen autocrático lleno de propósitos oscuros, como de aquel que por razones de  supervivencia decidió  utilizar el carnet de la patria y por supuesto los disidentes que decidimos quedarnos aquí a luchar contra todas las embestidas, tanto las actuales como las que están por venir con ese paquete explosivo que es la nueva conversión monetaria y sus atroces efectos futuros.

Para nadie es un secreto que el régimen viene transitando por el camino del totalitarismo, que a diario ha ido repitiendo los métodos estalinistas para imponerlo, que todos sus pasos han sido dados de acuerdo con un plan cada día más siniestro, como lo demuestran el estado de ruina en lo económico, en lo político, en lo social  y en lo moral en el que se encuentra el país. Que cada uno de los días a lo largo de estos diecinueve años este régimen se aferró  a la mentira, a la amenaza y a la represión para conservar el poder, que es en verdad lo único que le interesa. Que como todo régimen que utiliza el lenguaje despótico con absoluto y prepotente desparpajo, es capaz de inventar cualquier tipo de escenario para justificar la represión.

Pero tampoco para nadie es un secreto que nada de eso le funcionó, pues este pueblo  ha venido descubriendo desde hace tiempo su inagotable red de mentiras. En esa memoria yace como un estigma el engaño sufrido cuando le dijeron que derrotarían la corrupción y pudieron constatar que en la medida en que se multiplicaban los problemas de la gente, la corrupción daba signos inequívocos de un descomunal crecimiento.  

En esa memoria está el engaño sufrido cuando les hablaron de ser parte esencial de la democracia protagónica, y al poco tiempo comprobaron que lo que habían hecho y siguen haciendo es matar a la democracia utilizando las armas de la democracia. Lo mismo ocurrió cuando les dijeron que el verdadero poder residiría en el pueblo y fueron descubriendo, poco a poco, que el pueblo no tenía ni voz ni voto, porque el poder se concentró en las manos de un solo hombre que decidió que él era el pueblo. Supieron entonces que la Constitución no había sido hecha a la medida de los sueños de la gente, sino a la medida de los delirios  de un déspota.

Por supuesto que un pueblo engañado como el nuestro tiene sobradas razones para no creerle absolutamente nada a quienes son capaces de mantener, con cinismo y desparpajo, un recital de mentiras y promesas incumplidas. No se le puede creer a quienes violan a diario la Constitución, y secuestran las instituciones hasta convertirlas en partes del sistema de impunidad que los protege. Un pueblo que cuenta con una experiencia vivida a lo largo de casi veinte años escuchando esa mezcla de excusas, halagos, amenazas, historietas, lugares comunes, frente a los repetidos fracasos de la mal llamada revolución, no puede creer nada que salga de  semejante capacidad de engaño.

¿Cómo creerle a Maduro cuando jura y perjura que se dedicará exclusivamente a la batalla económica –eso fue lo que dijo en su primer discurso como presidente electo– cuando en sus manos y gracias a sus políticas la economía se derrumbó? ¿Cómo creerle cuando habla de la patria potencia,  si después de diecinueve años, le vemos sufriendo una crisis terminal, una diáspora intencionalmente provocada, anémica, hambrienta y al borde de su destrucción? ¿Cómo puede hablar de paz y seguridad con un promedio superior a los 20.000 muertos por año a manos de la violencia? ¿Cómo puede este régimen, después de diecinueve años de catastróficos desaciertos,  hablar de prosperidad cuando arruinaron a Pdvsa, condenaron nuestro oro a esa trágica rebatiña sin orden  ni concierto  que conocemos como Arco Minero, si acabaron con la agricultura, con la ganadería, con el valor de nuestra moneda, dieron muerte a un aparato productivo en pleno crecimiento, nos hicieron más dependientes que nunca antes, y han ido cercenando con alevosía y ensañamiento la democracia, la libertad hasta llegar a un objetivo absolutamente dictatorial y totalitario, como es la criminalización de la disidencia?

Este régimen ha hecho de la mentira uno de sus soportes, con ella tiene ya dos décadas en el poder, a los que habría que sumarles todos los años mintiendo contra la democracia, y lo ha hecho mintiendo tan compulsivamente que la gente se las descubre antes de terminar de expresarlas. Cómo creerles cuando hablan  aun de cosas que pudieran ser objeto del  beneficio de la duda, como es el caso  de los hechos ocurridos en el desfile de la avenida Bolívar, sobre el que gracias a esa manera tan suya de construir los escenarios, cuando el gobierno ha tratado de aclarar los hechos, ha terminado por oscurecerlos, sembrando muchas dudas en la gente sobre su veracidad.

Es lógico suponer que la gente –cuando digo la gente me refiero a todos los que vivimos a diario la falta de comida, de medicinas,  de transporte– que sufrimos el empeoramiento acelerado de todos los servicios, vemos a la nación en su deterioro cada día más paupérrima y estamos a punto de entrar en una nueva mentira de los cinco ceros menos, que lejos de solucionar los problemas de la inflación anuncia tragedias de considerables proporciones, está en su total derecho de no creerle a estos filibusteros del poder que, con impudicia, se hacen llamar revolucionarios.


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