El secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, en una conferencia la semana pasada en Austin, Texas, confirmó lo que ya todo el mundo sabe: que los venezolanos somos víctimas de una brutal dictadura que, además, le niega a su propio pueblo el acceso a comida, medicinas y hasta la vida.

En el mismo contexto, Tillerson aseguró que habrá un cambio y agregó: “En la historia, tanto en Venezuela como en otros países del hemisferio, los militares han hecho esos cambios y han llevado a cabo transiciones pacíficas, pero no sabemos si esto pasará en Venezuela”.

La duda de Tillerson no es sobre la irreversibilidad de un cambio y la transición política en Venezuela, planteamiento sobre el cual fue detallado y reiterativo. La incertidumbre parece centrarse en si ocurrirá pacíficamente o no.

El asalto a la institucionalidad por una mafia cívico-militar no hace viable ninguna salida electoral, que bien podría funcionar en una democracia de verdad y con garantías constitucionales. Pero en Venezuela no es posible.

El agotamiento de todas las fórmulas institucionales y el estado de indefensión en que se encuentran los venezolanos solo deja en el terreno dos escenarios probables: el levantamiento militar como resultado de una fractura en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana o, en su defecto, la actuación de una fuerza militar multinacional que se imponga a la FANB y detenga inmediatamente las agresiones a la población civil.

La cúpula militar respondió a Tillerson con un comunicado retórico que, por su arenga, seguramente fue elaborado por Padrino López. La respuesta fue débil. Contiene afirmaciones falsas que son dramáticamente desmentidas por la realidad. Refiere una democracia pluralista y una extraordinaria inversión social que supuestamente ha hecho el régimen. Lo cierto es que Venezuela es un país destrozado por una supuesta “revolución” con más víctimas que las ocasionadas por la última Guerra Federal.

Al final del comunicado se invoca una presunta “fuerza armada unida monolíticamente”, en un escuálido intento por ignorar la profunda crisis de la FANB, que hoy se expresa en corrupción, complicidad y, sobre todo, en la desprofesionalización de sus funciones.

A esto hay que agregar el malestar que reina en la sociedad venezolana y que se siente también en el corazón de la FANB, donde las solicitudes de baja y las deserciones masivas se han convertido en actos discretos, pero continuos de rebelión. La realidad es mucho más potente y terminará pulverizando al frágil monolito.

Las declaraciones de Tillerson no fueron otra cosa que un breve sumario del estado de la cuestión, especialmente diseñado para ser procesado por los militares venezolanos. El colapso del país es definitivo en manos de Nicolás Maduro. Los países vecinos no serán indiferentes ante un problema que hace tiempo dejó de ser exclusivamente de los venezolanos.

Estos son los temas que en este momento discute Rex Tillerson con gobiernos de América Latina: México, Argentina, Perú y Colombia.  Se trata de una iniciativa para articular una coalición militar internacional que libere a Venezuela en caso de que la correlación de fuerzas internas siga siendo desfavorable a la población civil.

De una u otra forma, con los elementos que se conocen al día de hoy, la salida será –inevitablemente– por fuerza militar. Pacífica o no, dependerá del papel que en su conjunto, como institución, decida desempeñar la FANB. O sigue alineada con el régimen contra el pueblo venezolano o se convierte en un factor de cambio, tal como sugirió Tillerson.

@humbertotweets


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