Hace poco tiempo, el arzobispo de Mérida, cardenal Baltazar Porras Cardozo, fue designado administrador apostólico de la Arquidiócesis de Caracas, luego de que al arzobispo titular, cardenal Jorge Urosa Savino, le fuera finalmente aceptada su renuncia por razones de edad, tal como lo estipula la norma vaticana. El cardenal Porras es un hombre de medios. Con reconocida experiencia al respecto. Conoce los procesos comunicacionales y en muchas etapas de su trayectoria como dignatario de la Iglesia, ha logrado proyectar con fuerza su mensaje en la opinión pública.

El que uno haya estado de acuerdo o no con ese mensaje, en tales o cuales épocas, es otro punto. Pero lo cierto es que, en general, ha tenido una presencia mediática de importancia a lo largo de muchos años. Y esa presencia no solo ha sido de carácter personal, sino también institucional, sobre todo en los períodos en los que le correspondió dirigir la Conferencia Episcopal Venezolana. No obstante, en tiempos recientes no he tenido la oportunidad de percibir la proyección del mensaje del cardenal Porras, al menos no con la misma intensidad que en otras ocasiones.

Entiendo que ello sea difícil, cuando además de sus tareas propias como arzobispo de Mérida, también ha asumido las complejas labores de administrador apostólico de la arquidiócesis caraqueña. Sin duda, debe estar recargado de trabajo, y sus excelentes relaciones con el Vaticano deben sumarle aún más responsabilidades y, acaso, limitaciones, porque la posición de la Secretaría de Estado de la Santa Sede en relación con el delicado tema de Venezuela, no necesariamente ha estado en sintonía con la dirección colectiva de los obispos venezolanos. Y por si todo esto fuera poco, el cerco de la hegemonía comunicacional y la censura y autocensura también afectan al cardenal Porras, en especial porque el poder establecido conoce sus posiciones críticas.

De allí que sea necesaria una mayor presencia suya en la escena nacional. La convocatoria de una Misa por la Esperanza va en ese sentido. Es positiva, porque son muchos los que necesitan la voz del cardenal Porras. No una voz estridente y carente de sindéresis, no, sino una voz que plantee las cosas con justicia, con valentía y con dirección de futuro. No se trata de politizar el mensaje de la Iglesia, pero esta siempre debe acompañar al pueblo en sus padecimientos y en las posibilidades que se puedan abrir para salir adelante. El contexto venezolano del presente no puede ser más exigente.

Venezuela está sumida en una catástrofe humanitaria sin precedentes en su historia moderna, todo lo cual hace más obligante el mensaje oportuno, razonado y comprometido de la Iglesia venezolana. Siendo el cardenal Baltazar Porras Cardozo su figura principal, su responsabilidad en la elaboración, actualización y proyección de ese mensaje es de primera importancia. No es, desde luego, una responsabilidad exclusiva ni mucho menos, pero sí primordial. Confiemos en que pueda cumplir con su deber.

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