Federico Jiménez Losantos publicó Memorias del comunismo, un éxito en España: 40 horas antes de salir a la venta ya había dos ediciones agotadas. El autor confiesa que trabajó durante 20 años para integrar textos que no eran anécdotas sobre los crímenes de Lenin o Stalin.

Ha sido buscar la explicación al imbatible retorno de un sistema atroz, culpable de más de 100 millones de muertes, hambrunas, gulags y destierros. Al final, las piezas encajaron, la clave se impuso: el comunismo es una ideología contra la propiedad. Un sistema que domina la vida, los bienes y la libertad de las personas, edificado sobre el terror.

Oponerse cuesta la vida. La propiedad se revela en su dimensión de hecho moral y no solamente económico, perteneciente a la integridad del ser humano.

En principio, la propiedad solo puede surgir como producto del accionar humano. La propiedad no emerge espontáneamente; está allí cuando el ser humano actúa, crea, produce, transforma y establece relaciones con base en el acatamiento de derechos, deberes y responsabilidades.

Esto es lo que contiene la expresión de John Locke cuando define la propiedad: “Poder decidir sobre mi vida, mis bienes y mi libertad, cosas que constituyen la esencia de la propiedad”.

Al reconocer la propiedad de tu vida, la existencia humana está en juego; todo aquello que el individuo es y lo que agrega en el transcurso natural de la vida es valorar los códigos culturales que otorgan significación a la existencia humana en contra de la violencia y la represión. Decidir cómo se quiere vivir, con quién se desea vivir, ser libre para pensar, crear algo nuevo.

En un segundo plano está el aprecio de las cosas, objetos, materiales e inmateriales que la persona ha producido con su esfuerzo y conocimiento. Universo de pertenencias inalienables que expresan toda la potencialidad del ser humano. Nuestra ilimitada posibilidad de agregar al mundo natural, visiones y aspiraciones convertidas en objetos, en palabras, libros, máquinas, vestidos, música, tecnología…

A partir de allí Locke integra la propiedad de la libertad. Pensar en situaciones en las que la libertad es arrebatada. Libertad para decidir en todos los planos de la vida: lo afectivo, ideológico, cultural, político y filosófico. El poder de elegir un camino, una manera de ser, escribir poesía, fabricar, inventar. La pregunta gravita sobre lo que se decide escoger: autonomía o sumisión. Indagar sobre la dimensión de la renuncia; es decir, si acepto que alguien decida por mí, ¿qué significa en el plano de mi existencia personal?
De tanto ser dominante y estar presente no logramos ver al modelo de propiedad comunista que nos gobierna. Es como el aire, no lo tocamos, pero si no lo tenemos morimos; le arrebata a la persona el derecho de ser, ser humano. El propietario es el Estado, tras la mentira de que así estamos todos representados. Pensemos, ¿será esto cierto? Si el Estado es propietario, todos somos propietarios. Si vemos al Estado como una institución, una armadura de reglas de juego, normas, límites, permisos y restricciones, la delimitación de un campo casi físico, que nos domina ¿estamos o no estamos allí como personas? Ese campo casi físico, como un nous presocrático, impone unos límites. Nosotros ponemos la vida con nuestras acciones, nuestras obras, nuestras preferencias.

Cuando el Estado o campo casi material se convierte en propietario de todo, ¿dónde queda nuestra existencia, nuestros sudores, nuestros sueños? ¿Podrán existir, coexistir o están predeterminados? ¿Tenemos el valor para hacernos esta pregunta?

Luchar por un modelo de propiedad distinto es batallar por nuestra existencia y por la libertad. No existe Estado de Derecho en una sociedad en la que la propiedad de todo lo que produce riqueza está concentrada en el Estado. El mercado y la libertad económica son fantasmas, desaparecen; cuando la propiedad está en las manos de quien gobierna, imposible opinar o disentir.

Cien millones de personas asesinadas y miles de millones medio muertos de hambre es el balance del comunismo que roba la propiedad de nuestras vidas. No hay cambio en Venezuela sin modificar el monopolio del Estado sobre nuestras riquezas. El Estado cierra la participación de los ciudadanos en la prestación de servicios públicos, hoy estamos sin agua y sin electricidad.

Gracias a Jiménez Losantos por persistir en la lucha contra la mentira comunista, revestida de falsa superioridad moral. En esta tierra caribeña sabemos reconocer su olor a muerte.

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