Ni una ni otra. Puro cuento. Eso fue lo que hizo el presidente obrero Nicolás Maduro, recrearnos con un cuento narrado de acuerdo con su muy escasa imaginación creativa. Con un contenido muy inverosímil, no creíble ni por quien lo concibió y narró; y mucho menos para quienes escuchábamos con paciencia franciscana el mensaje presidencial de la Memoria y Cuenta correspondiente a 2017, en un escenario que no era el establecido por nuestra carta magna; es decir, la Asamblea Nacional.

En contravención al orden institucional, como es su costumbre, el obrero presidente procedió hacerlo en la ilegítima asamblea nacional constituyente. Para el improvisado acto cuentístico, el presidente estuvo acompañado de su esposa, la llamada primera combatiente, y un séquito de jerarcas del PSUV. Acto seguido, sin más preámbulo y rubor, el ahora atacante de la Iglesia comenzó su imaginario cuento, lleno de ausencias y olvidos deliberadamente articulados para decir una retahíla de frases vacías, y un mareo a los radioescuchas y televidentes, como yo, de sus escasos y escuálidos resultados como gran administrador de la hacienda pública nacional.

Con un cuento estructurado a su mejor estilo, repitiendo como loro momentos de nuestra historia, propia y exógena, haciendo alabanzas a Zamora, Fidel y Chávez, el último padre de la criatura y del gran desastre que vivimos, transcurrió la interminable cadena de radio y televisión, que dejó al grueso de la población con los ojos claros y sin vista.

Como buen émulo del golpista Hugo Chávez y conmilitón de este en la guerra que emprendieron contra todas las instituciones de la República, se limitó a estructurar un muy mal cuento que solo él y sus acompañantes se lo creen. En el acto no se habló de los inmensos problemas que padecemos todos los venezolanos, ni de las soluciones inmediatas.

Ni por la cabeza le pasó la tragedia que viven los enfermos por la carencia de medicinas, ni de la escasez de alimentos, ni de las calamidades hospitalarias a lo largo y ancho del país, ni del caos del trasporte público en cualquiera de sus modalidades, la inseguridad personal, el drama de conseguir efectivo, el caos de todos los servicios públicos; mejor dicho, se hizo el desentendido.

Todo lo que habló fueron cosas banales, sin efecto práctico e inmediato, referencias históricas que poco o nada aportan al drama cotidiano de quienes aquí habitamos. Fue sin dudas un cuento de nunca acabar, cuyo personaje central era y es la incertidumbre. Se limitó a hablar y expresarle a la audiencia todo un rosario de iniciativas por acometer como si estuviera estrenándose en el cargo y en la revolución. Todo fue en tiempo futuro. Vamos a hacer, vamos a crear, vamos a implementar, vamos a iniciar. Vamos a ser una potencia. Nada dijo de lo que debía decir, en relación con los logros y objetivos alcanzados durante su macabra y atroz gestión. No explicó porqué Pdvsa está en serios aprietos financieros. Por cierto, lo de la baja de los precios petroleros ya no es excusa, pues estos han mejorado, pero producimos menos debido al asalto que han hecho sostenidamente desde la época del golpista de la gallina de los huevos de oro. De eso ni pío. Tampoco de la producción que está en sus límites históricos más bajos, ni de la corrupción obscena; amén de otros aspectos que son del interés de todos los venezolanos. De ello nada dijo. Solo habló y habló sin que sus palabras tuvieran un peso específico ni mucho menos contenido alguno. Al contrario, mientras más se extendía en su interminable perorata, más atónitos quedábamos por la fantasía del contenido del cuento presidencial. Un mitómano consumado que falsea la realidad. Esa es la verdadera guerra. La guerra de la mentira y el engaño. No la inventada por el obrero presidente Maduro y su clan alcahuete, esa absurda “guerra económica”. En honor a la verdad, el presidente pudiera dedicarse cuando se quede sin trabajo, que será pronto, a echar cuentos. Lo único, y el detalle está, que tendrá que saber escribirlos. Y no creo que pueda. Total, Ni memoria, ni cuenta. Así anda Venezuela.

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