Mucho tiempo pasó la sociedad venezolana sumida en un letargo, hipnotizada por cánticos de mentiras y arrullada por música del engaño. Sin embargo, desde principios del mes de abril de 2017, impulsada por las nefastas sentencias del Tribunal Supremo de Justicia, despertó. Alzó su voz para gritar libertad, tomó las calles para dejar su huella democrática. No hay gas lacrimógeno que pueda dormirla de nuevo; no hay melodía tocada por los perdigones que pueda someter este nuevo despertar del país. El venezolano sufre insomnio de libre albedrío, de autodeterminación, independencia y autonomía. Ya no sueña, construye una nueva nación.

Los que alzan su voz son señalados de fascistas o terroristas de manera muy ligera, sin estudiar a fondo las causas del descontento popular. Son 18 años de desmanes, discriminaciones, persecuciones, encarcelamientos y exiliados, que han provocado una gran rabia con esta forma tan sectaria de conducir el destino de Venezuela.

Además, hay que sumarle el deterioro en la calidad de vida, acompañada con devaluación, inflación, deficiencia en los servicios públicos, escasez de alimentos y medicinas, inseguridad y corrupción descarada y grotesca. Esta revolución se convirtió en una comedia, pregonando por un lado la virtud de ser pobre, pero por el otro los apóstoles del bolivarianismo tapizaban sus almas con dólares imperialistas. Toda una gran hipocresía.

Se han esmerado en criminalizar las protestas, catalogando a los ciudadanos de delincuentes, sin temblarle el pulso en utilizar la crueldad para reprimir y asfaltar con sangre inocente las calles de la patria. Tarde ha reaccionado el pueblo en darse cuenta de que el socialismo no es amor, sino un gran martillo que aplasta al que piensa diferente. Pero sin dejar atrás el cinismo oficial, hablan de montar ese circo de la paz y el diálogo a través de una asamblea nacional constituyente comunal, elegida por sectores sesgados del chavismo-madurismo, para convertirse así en un foro ampliado del Partido Socialista Unido de Venezuela, un congreso de la patria, en pocas palabras, es constituir para imponer una dictadura, donde se esmerarán en adorar la siembra del muerto eterno y las bondades que ha logrado el socialismo en estos años, para así escribir una nueva constitución a su imagen y semejanza; pura paja, más mentiras y engaños, se aferran a esta nueva falacia para llamar a una supuesta conciliación y generar un ambiente de diálogo, pero sin cesar en las agresiones, insultos y mancillando el Estado de Derecho.

Ya la política no importa, lo que quiere la gente es vivir mejor, con seguridad, con libertad, no sentir que el país ha dejado de ser una sociedad democrática, para convertirse en una patraña constitucional. El venezolano lucha contra el conformismo en aceptar el abuso, la mentira y la maldad como forma de vida. Se quiere salir de esa trampa donde están secuestrados los valores democráticos. Nos debatimos entre el pesimismo y la angustia, entre la democracia y la tiranía.

Las multitudes que invaden nuestras calles y avenidas son compatriotas desesperados por ser oídos, para denunciar a un régimen que ha fomentado el odio social, que no respeta las leyes, que restringe cada vez más la libertad de información, con el fin de construir una realidad falsa, que se acomode a sus necesidades de conservar el poder, a toda costa.

El problema de Venezuela no es la Constitución Nacional, sino haber sido violada en infinidad de veces, mancillando su espíritu e interpretarla según los intereses del gobierno de turno. La concordia no se construirá cambiado todo para que todo siga igual y, así, apaciguar las quejas y buscar cierta estabilidad para tener aval los revolucionarios en sus desvaríos ideológicos. Hay que mostrar el camino hacia la libertad, la tolerancia y el respeto hacia aquellos que piensan diferente. No puede haber diálogo con inhabilitaciones, presos políticos, persecución y represión. Porque mientras más presión haya, más venezolanos protestando alzarán su voz.


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