Lo mejor de la presidencia de Donald Trump es haber rebajado sustancialmente los impuestos a las corporaciones. En un planeta ávido de inversiones internacionales es inteligente hacerlo. Hay que competir y esa es una forma de lograrlo. Uno de los principales requisitos para crear puestos de trabajo es que exista una tasa impositiva baja.

Es verdad que beneficia a 3% de la clase alta norteamericana, pero también es cierto que esos poco menos de 10 millones de personas pagan casi 60% de los impuestos nacionales. Culpabilizarlos de la pobreza relativa del 15% del país es falso y demagógico. Es una lástima, no obstante, que la reforma fiscal no haya sido más generosa con las clases medias estadounidenses. Se han beneficiado, pero poco.

Lo mismo ocurre con las regulaciones. En principio, Trump ha hecho bien en reducirlas. Las regulaciones excesivas son contrarias a las actividades económicas. Lo establece inequívocamente el Doing business del Banco Mundial. Por ejemplo, es una vergüenza el tiempo real que le toma a un constructor o a un empresario industrial comenzar sus tareas en Miami-Dade, pero sospecho que lo mismo sucede en todo el país.

Trump también ha acertado en el opaco terreno de la definición del adversario. Corea del Norte es un enemigo y hay que tratarlo como tal. Lo mismo sucede con Irán. Ambos están empeñados en afectar y destruir a Estados Unidos. Es a Israel y no a los países árabes al que corresponde designar su capital. Media docena de presidentes norteamericanos antes que Trump prometieron mudar la embajada a Jerusalén. Él lo cumplió. Todo lo que tiene que hacer Washington es construir su legación en la zona tradicionalmente israelí de la ciudad.

Por último, hizo muy bien en recibir a Lilian Tintori, la mujer de Leopoldo López, y mostrar su rechazo al régimen de Maduro. Venezuela, Cuba y Bolivia son países del llamado socialismo del siglo XXI, enemigos declarados de Estados Unidos. Ecuador ha dejado de serlo. La Nicaragua del siglo XXI es como el ornitorrinco: un mamífero que pone huevos y tiene pico de pato. No se sabe muy bien qué es. Hasta ahora grazna consignas de izquierda, pero gobierna a la derecha, como si Daniel Ortega fuera un hijo postizo de Lenin y de Pinochet con la cara de un Somoza marxista.

Veamos sus principales errores.

Si se demuestra, fue una canallada darles entrada a los rusos en el sistema electoral de Estados Unidos para perjudicar a los demócratas. Es muy peligroso pedirle ayuda coyuntural al enemigo. Si es cierto lo que se sospecha, hoy Trump y su administración están en manos de Vladimir Putin. O Trump baila al son de la balalaika o los rusos le entregan a la prensa un dossier con todos los detalles de la colaboración.

Ha sido una crueldad política y humana de Trump tomar como rehenes a casi 800.000 dreamers y negarles la condición de residentes hasta tanto los demócratas accedan a asignar los fondos para construir el muro que separará al país con México. La mayoría de los norteamericanos no cree que el muro sea una buena idea,

63% de los estadounidenses respalda a los dreamers. Suelen ser jóvenes estudiantes de origen mexicano, pero sociológicamente norteamericanos, ilegalmente traídos a Estados Unidos por sus padres. Muchos ni siquiera hablan español. Dejarlos en el país y permitirles que trabajen y creen riquezas les conviene a todos.

Trump lo ha hecho todo mal con México: el dichoso muro, denunciar el TLC, insultar a sus vecinos con frases racistas, hasta el punto de que es posible que la exasperada población de ese país elija en los próximos comicios a Andrés Manuel López Obrador, un candidato antiyanqui que seguramente será perjudicial para ambas naciones.

Como también ha errado con relación a Europa, al elogiar a los eurofóbicos de la Unión Europea, ya fueran los británicos partidarios del brexit, o a todos esos ultranacionalistas franceses, austríacos, húngaros, holandeses o polacos que comparten con Trump esa peligrosa visión de corto alcance que pone por delante los intereses de la nación propia (put America First), sin advertir que el nacionalismo y su secuela el proteccionismo son viejas plagas que nos empobrecen en el terreno económico y nos suelen matar en el campo de batalla.

Y no es menor todo lo que se puede censurar a Trump en el campo de las formas. Su machismo demodé. La manera indelicada en que trató a los puertorriqueños, tirándoles rollos de papel como se les lanza semillas a las palomas. Sus tweets nada presidenciables, enzarzándose en disputas triviales, sus enfrentamientos con el FBI, sus ataques a demócratas o republicanos que no se le pliegan, olvidando que la “cordialidad cívica” es una parte sustancial del espíritu republicano, en el sentido más amplio y mejor de la palabra.


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