En la necesidad de compartir con la familia, en medio de la hecatombe política, económica y social, tomo mi carro y monto a la familia a lo que inicialmente debió ser un paseo a El Hatillo, espacio por excelencia de escape de la ciudad dentro de la misma zona metropolitana.

Casi llegando a las 5:00 pm el volante del carro empieza a sentirse rígido para los giros, por lo que empiezo a suponer que hay un problema con el aceite de la dirección de mi vehículo. A penas al estacionar, me cercioro y ratifico mi duda: se había botado todo el aceite, por lo que el paseo se me arruinó.

Decidido a salir de regreso de manera inmediata para evitar que se hiciera más tarde y tratando de ver si podía llegar con el carro al taller de mi mecánico de confianza que queda al otro extremo de la ciudad, en El Paraíso, me dispongo a la próxima etapa de una aventura sin retorno, conseguir un pote de aceite para garantizar que el vehículo pudiese llegar con algo hasta el taller sin quemar la bomba.

En la esquina un kiosquero muy amable me muestra un letrero: “Aceite a domicilio”, en ese momento pensé “que maravilla, asunto resuelto”, pero apenas empezaba la odisea. Después de cinco llamadas infructuosas decido volver a molestar al kiosquero para decirle “nadie contesta”. Después de colocar una cara algo lastimera el kiosquero se compadece de mí y me indica dónde presume que pueda conseguir a esa hora la casa o tienda más cercana para comprar el aceite.

Después de darme una dirección incomprensible para mi aturdimiento y rabia del momento, me dispongo a no volver a preguntar la dirección y aventurarme a ver si la consigo.

Después de tres cuadras, conseguí una tienda que no tenía aceite para la dirección, otra que estaba cerrada y la tercera… la tercera al final no la conseguí.

Me devuelvo quejándome de mi suerte, de la hora y la ciudad donde me tocó quedarme accidentado.

El último plan… devolverme al kiosco y volver a preguntar, cosa que no fue difícil ya que cuando apenas llegué sin haber hablado ya todos sabían lo que había sucedido: “¿No conseguiste verdad?”.

De inmediato el ya casi protector “señor kiosquero” le dice a un mototaxista: “Epa vale, llévalo a la bomba” y de inmediato se activan todas las rutas posibles a donde podríamos conseguir el “bendito” aceite. Después de hacer los cálculos de rutas respectivas, nos asalta la parte más compleja del problema cuando pregunto: ¿Y cuánto me cobras mi pana por ida y vuelta pa’ buscá el aceite? y el pana me responde: “Son 12 bolos la tarifa mínima solo de ida papá”.

Antes de retirarme del carro, la tía de mi esposa, sabiendo que no tenía nada de efectivo me dio lo que tenía, 19 billetes de 1.000, y mi esposa me dijo: “Seguro con eso resuelves”.

Necesitaba 24.000 bolívares o “24 bolos” mínimo para garantizar ir y venir para traer el aceite, que al final ni sabía si haría falta ya que desconocía si lo botaría de inmediato al colocarlo.

Nuevamente con mi cara lastimera de caraqueño perdido en El Hatillo le dije al pana: “¿Tengo 19.000, lo demás lo resolvemos por transferencia, te parece?” y el pana me respondió: “No tengo cuenta, pero vamos y vemos cómo resolvemos”… ante un hecho de solidaridad como ese, no me quedó más que montarme en la moto y ya en el camino iba pensando: “¿Cómo compenso este gesto de panaburdismo?”.

Arrancamos la ruta, y para no hacer muy largo el cuento, después de recorrer zonas que desconocía que eran de El Hatillo (solo conocía la plaza y el centro comercial) en ninguno de los nueve locales había o no estaban abiertos en su mayoría.

De regreso lo que más me dolía era pensar que debía entregar el último efectivo que tenía tres semanas sin ver.

Al llegar resignados a la parada nuevamente le pregunto a mi pana, ya casi mi hermano de aventuras, cuyo nombre nunca pregunté: ¿Y cómo quieres que te pague mi pana? y la sorpresa no se hizo esperar: “Cómprame un pedazo de queso ahí mi pana y estamos resueltos”.

Emocionado porque no tendría que gastar el efectivo de la tía, y podría pagarle al pana con algo que él mismo pedía, me fui a comprar el queso frente a la parada de mototaxis pensando: “A lo que hemos llegado, pagar con un pedazo de queso el justo valor del trabajo de alguien, aun peor, teniendo con qué pagarle pero imposibilitado de poder hacerlo, este es el trueque de una crisis”.

Al llegar al abasto para pedir el queso, alegre porque ya se acababa parte de la odisea, resignado de que dejaría el carro y lo buscaría al día siguiente, frente al frigorífico veo que la realidad continúa: no hay queso, y la verdad es que no había nada más que un solo medio cartón de huevos y otros cartones completos, además de chucherías y mucho, pero mucho licor.

Desesperado ya, me devuelvo donde mi pana el mototaxista, y le digo que me acompañe en mi desventura: “Hermano no hay queso, ven y dime qué prefieres”, sin embargo no lo dejé decidir y apenas entramos le dije: “Agarra el medio cartón de huevos”, que aunque sabía que era más del doble de lo que valía la carrera, me hacía salir de mi desespero por escaparme de la pesadilla, que aún no terminaba.

Al disponernos a pagar, una cola de 40 minutos para pagar fue acompañada del portugués dueño del abasto, que nos contó que ya solo le quedaba un punto de venta y que cuando se dañara tendría que cerrar el negocio que prácticamente ya estaba cerrado, con más de la mitad de los anaqueles vacíos.

Al final pagamos, él, mi pana, feliz porque fueron 90.000 bolívares en huevos, proporcional al tiempo de trabajo según su propia valoración, pero yo indignado de las peripecias que debemos hacer producto de un gobierno que en un bloqueo imaginario y autoconvocado y una “guerra económica” donde el principal enemigo es el pueblo, que es atacado inclementemente por la ineptitud del mismo gobierno, me retiré a buscar a mi familia 2 horas después, derrotado por negocios que se ven obligados a cerrar temprano, escasez del aceite de dirección, la escasez de efectivo, del queso y de los puntos de venta.

Claro, no puedo dejar de comentarles que sí logré salir de El Hatillo y al día siguiente después de conseguir un pote de aceite en 430.000, al echarlo en el carro y prenderlo, se derramó absolutamente todo en el piso del estacionamiento. ¿Que cómo hice? Jajajaja, se los dejo a su imaginación.

Posdata: No dejo de soñar y trabajar todos los días por cambiar esto, que no solo no merecemos sino que estamos obligados a impedir que siga empeorando, por mi mente no pasa irme del país, pero a veces comprendo a aquellos que han decidido hacerlo; lo único que me hace quedarme, con muchas oportunidades para irme, es la decisión de no entregarles lo que es nuestro a unos forajidos, mi dignidad puede más que su odio y miseria. Ahhh, todavía tengo el carro en el taller.


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