La independencia puede ser la clave para recuperar la marca país del cine venezolano, dentro y fuera del territorio.

El estreno de dos películas nacionales viene a confirmar la potencialidad del séptimo arte, cuando busca derroteros experimentales y autónomos.

Los críticos discutirán sus resultados económicos y estéticos. Pero es innegable el valor de ambos títulos como una respuesta al esquematismo de las comedias de explotación, los melodramas de miseria social, el historicismo chavista y la degradación farandulera del gremio.

A todo ello le plantan cara Translúcido y Madame Cinéma.

La primera nace de un ejercicio de minimalismo y contención de la puesta en escena, al reducir la narrativa a la historia íntima de un enfermo terminal.

La cinta evita subrayar los códigos manidos de la tragedia y el telefilme novelero. Relata su argumento con recursos austeros, entre las técnicas de la guerrilla digital y las aplicaciones móviles de la generación del milenio, bajo la notable influencia de los movimientos periféricos de Nueva York, ciudad donde se desarrolla la trama (de una autoayuda consciente e irónica).

Translúcido vuelve al origen de la escuela underground y de los gritos primales de la vanguardia mumblecore. Así lo expresan sus actuaciones naturalistas.

En la pieza, el protagonista decide acabar con su vida, notificarlo a sus seres queridos y despedirse en compañía de ellos.

La premisa es sencilla, directa y reconoce adaptar un género audiovisual. Tuvimos noticia del impacto global de Mar adentro y Las invasiones bárbaras, cuyos guiones hablaban del fin de los ideales modernos a través de la reivindicación de la eutanasia como derecho.

La obra de Leonard Zelig comparte el sabor agridulce de las apuestas kamikazes mencionadas.

Descomprime con humor los giros lacrimógenos del libreto. Los personajes beben, fuman marihuana, hacen el amor y organizan el plan de suicidio del líder de la manada, sin complejos de culpa o llamados moralistas de atención.

En general, Translúcido quiere inspirar esperanza y aroma de renacimiento, en medio de un clima de profunda adversidad, desde el exilio. Imaginen lo relevante del mensaje en la actual coyuntura de migración (provocada por la dictadura).

Leonard Zelig es un realizador prometedor a la altura del compromiso y del reto contemporáneo.

Lo mismo devela el trabajo conjunto de Jonathan Reverón con la legendaria Margot Benacerraf, para contar su biografía y la de un afecto mutuo por la memoria histórica de las imágenes patrimoniales.

En tiempos de olvido y de erosión fascista de los hitos del pasado, Madame Cinéma simboliza un esfuerzo de resistencia y persistencia de un legado. Una herencia cultural negada a pactar con los hilos del poder represivo: la censura, la cacería de brujas, la purga estalinista de nuestros recuerdos.

Las evocaciones del impresionante cortometraje Reverón, del totémico documental Araya y de la fundación de la Cinemateca Nacional, logran vacunar al espectador contra los efectos de decretar un estado de alzhéimer colectivo.

A la tiranía le conviene imponer la política del arrase, con el propósito de disolver al tejido civil de creadores y emprendedores libertarios.

Ahí radica el principal mérito de Madame Cinéma. Es decir, invitarnos a redescubrir el compromiso de la constancia en la carrera de una autora de talla mundial, abriendo interrogantes sobre su trayectoria.

Ella estuvo en el lugar indicado y supo aprovechar el momento para construir instituciones imperecederas. Lástima que la Cinemateca sea hoy víctima de la programación entubada del PSUV.

Si el filme echa en falta más largometrajes en la obra de Margot, el público extraña alguna opinión respecto a la realidad del presente.

¿Qué piensa Benacerraf de la expropiación de su sala a cargo de los esbirros y burócratas del ministerio rojo rojito?

Parece el instante adecuado de fijar una posición, frente a las delirantes decisiones bolcheviques de los regentes de la Cinemateca. No en balde, su presidente asiste a la tribuna de odio de Zurda Konducta para alabar los clichés de la propaganda madurista.

Madame Cinéma es un producto cargado de buenas intenciones, pero descompensado en edición, fotografía y acabado plástico.

Discutiría además la locución por entero, considerándola un lastre, con defectos de sonido, en el caso de la voz de Fernando Trueba (de quien se toman palabras fuera de contexto, perdiendo la oportunidad y el tiempo de agregar información alusiva al tema de fondo).

Tampoco soy fanático del tono engolado de Leonardo Padrón, aunque debemos admitir su capacidad para formular las únicas interrogantes incómodas en el bucólico perfil.

Considero un poco ingenuo el diseño animado y el empleo de las marionetas.

En última instancia, Madame Cinéma suma puntos de calidad a la oferta vernácula. Junto con Translúcido vislumbra un futuro de colores distintos para la oscuridad de los años recientes.

¿La primavera trae una esencia de cambio en el ambiente?


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