El origen de la máscara se remonta a la historia ancestral.  Los estudiosos la vinculan con la actividad de caza. Supone simulación y ocultamiento. Lleva consigo un gesto individual solapado tradicionalmente presente en los rituales colectivistas religiosos o lúdicos, e igualmente en las representaciones teatrales. Alguien aseguró que colocarse una máscara –de cualquier material y expresión– es en sí mismo un acto trascendente.

Las máscaras integradas a la puesta en escena de Entramado, la obra  de danza de Rafael González, que acaba de finalizar temporada en los Talleres de Realización del Teatro Teresa Carreño, son sorprendentes por el espíritu inquietante que portan y los singulares valores estéticos que las acompañan. El artista plástico Julio Loaiza, su diseñador, creó una galería de rostros y formas que remontan a estadios primitivos, a la vez que proclaman una vigorosa contemporaneidad. El intrincado filamento que las conforman las acerca a una naturaleza agreste, que encuentra equivalencia en el mundo actual.

Entramado es un proyecto estrenado en 2016 por la agrupación Espacio Alterno, que ahora ofrece redimensionado Teresa Danza Contemporánea. La íntima y cercana ceremonia inicial con este nuevo abordaje se presenta como un acto colectivo más expansivo. Sin embargo, su esencia ritualista con sus intrínsecas atmósferas se mantiene, aunque enfatizando en una orientación gregaria por sobre una introspección espiritual compartida. Antes se trataba de un reducto, ahora es una comunidad.

La obra parte del reconocible lenguaje coreográfico de Rafael González, ubicado entre el sentido ritual y la expresión abstracta, unido indefectiblemente a sus intereses plásticos en la puesta en escena. Doce danzantes se desplazan con exhaustividad por el amplio espacio concebido a la medida de esta experiencia ceremonial. El centro es una suerte de altar amparado por un escultórico techo de caña, lugar sagrado en cuyo alrededor se realizan las acciones corporales: solos, dúos y grupos. Al rito interiorizado le sucede el movimiento frenético de los cuerpos danzantes, por momentos imponiéndose a él. La última sección ofrece hallazgos: el sexteto de mujeres en fila sobre una línea blanca, la danza circular grupal en ambos laterales del espacio, así como el acto final de purificación, todos construidos de gestualidad sencilla y movimientos no codificados.

Entramado representa una experiencia escénica estimulante. Sobresale por su notable concepción visual y un colectivo de  danzantes que evidencian, ante todo, identificación y compromiso. Entre el rostro al descubierto y la máscara oculta la ceremonia tuvo lugar.


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