Nunca olvidaré aquella escena de la película Novecento, de Bertolucci (1976), en la que los campesinos italianos que tanto pelearon para erradicar el fascismo de Mussolini son convencidos de entregar las armas con las que se fajaron en esa lucha, a pesar de su escepticismo respecto a lo que les venía después.

La película es sobre la historia de dos amigos de la infancia, un terrateniente (Robert De Niro) y uno de sus siervos (Gerard Depardieu), quienes nacen, crecen y se desarrollan en la Italia de comienzos del siglo XX.

Al finalizar la guerra en 1945, Alfredo, el terrateniente, es enjuiciado ante un tribunal de trabajadores por su presunta complicidad en los crímenes que el capataz de su finca (Donald Sutherland), un cruel y despiadado camisa negra fascista, cometió contra sus trabajadores. Olmo, el siervo, se ha convertido en líder de los trabajadores y campesinos, y logra que Alfredo no sea ejecutado después de explicar a todos que “el patrón ha muerto”, sugiriendo que el injusto sistema social que imperaba hasta entonces también había sido derrocado. Representantes del nuevo gobierno, y sus soldados, van luego a recolectar las armas en poder de los campesinos, quienes se muestran un poco cautelosos. Olmo los convence otra vez, ahora para que entreguen las armas. Más adelante, cuando Olmo y Alfredo están solos, el último le dice al primero: “El patrono está vivo”.

Bertolucci, como varios de los grandes cineastas italianos, es no solo izquierdoso sino declarado marxista. Los comunistas siempre hicieron un mito de eso de que el pueblo debe permanecer armado para defenderse contra la opresión. De allí viene el invento de Chávez de la creación de las llamadas milicias, una de las más grotescas payasadas del socialismo del siglo XXI.

En 2001, en uno de sus viajes a Estados Unidos, Chávez visitó Hickory, una población de Carolina del Norte, a donde fue invitado por Cass Ballenger, congresista norteamericano originario de esa población. Chávez se sorprendió al enterarse de que el jefe de la policía local era elegido directamente por el pueblo, igual que el fiscal general del lugar y algunos jueces. Chávez no sabía realmente mucho del sistema político norteamericano al que siempre atacaba.

La ignorancia y la tergiversación se manifiestan de lado y lado. Así como pasa con el mito del pueblo armado, ocurrió con una de las modificaciones “revolucionarias” de Chávez para la Constitución de 1999: que a los militares activos se les permitiera votar. Recuerdo que había un columnista en particular, que todavía escribe, que vociferaba contra esta nueva concesión constitucional. Creía que la cosa ocurría solo en Cuba o en la Unión Soviética. Y resulta que no. En Estados Unidos, en la sociedad más capitalista del mundo, los militares activos votan. Es normal. Es su derecho ciudadano. Al igual que en Francia, en Canadá, en el Reino Unido o en Israel. Lo que no pueden hacer los militares en estos países es ser políticamente beligerantes, que es lo que hoy hacen los militares activos en Venezuela, desvirtuando el derecho que les dio la sociedad.

Lo de las armas en poder del pueblo tampoco es original del comunismo. La defensa de ese principio es precisamente uno de los factores que hace difícil que se regule la tenencia de armas en Estados Unidos y, en cierta medida, se reduzca la frecuencia de las masacres como la reciente de Las Vegas, donde fueron asesinadas a balazos 59 personas y heridas más de 500. La segunda enmienda de la Constitución de este país, aprobada en septiembre de 1789 y ratificada en diciembre de 1791, lo dice claramente: “El derecho del pueblo a tener y portar armas, no será infringido”.

La segunda enmienda, de entre las diez que integran la llamada Carta de Derechos, se incorporó a la Constitución por los grandes temores que la mayoría de los próceres norteamericanos tenía sobre la posibilidad de que la república que estaba naciendo cayera en manos de una tiranía. Los fundadores de la nueva nación eran aprehensivos respecto a la creación de una fuerza armada nacional que les recordara la presencia de los casaca-roja británicos. A los federalistas encabezados por Washington y Hamilton les costó muchísimo vender la idea de una fuerza armada nacional. El ejército continental de la revolución americana había sido esencialmente un agregado de milicias de los estados que después de la independencia quedó desbandado. Las milicias estadales tuvieron suprema importancia durante la revolución y en los primeros años del gran experimento republicano democrático. La segunda enmienda completa, con su redacción rara, reza así: “Una bien regulada milicia, siendo necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas, no será infringido”. La milicia era el pueblo armado.

Por supuesto que los intereses creados no evaden la discusión sobre las medidas a tomar frente a la recurrencia de las masacres. La Asociación Nacional del Rifle (NRA, en inglés), que representa a los portadores de armas y tiene un gran apoyo financiero de la industria del armamento que se vende al detal, aporta mucho dinero a las campañas electorales de quienes defienden sus intereses, alegando que defienden la segunda enmienda; y también hace campaña contra aquellos candidatos que piden regulaciones que asomen algún tipo de control a la venta de armas, sean semiautomáticas o de uso militar y policial. La NRA está considerada como el tercer grupo de mayor poder de influencia en el Congreso de Estados Unidos.

Quienes promueven regulaciones de algún tipo a la tenencia de armas en los Estados Unidos generalmente recurren al argumento de que los ciudadanos siempre tendrán acceso a las armas para irse de cacería o practicar deportes de tiro al blanco, incluso para protegerse en sus hogares. Quienes se oponen alegan que cualquier regulación de la tenencia y porte de armas, incluso el registro de antecedentes para la venta, puede llevar a la eliminación de la segunda enmienda. La verdad es que en el fondo, la segunda enmienda existe no para proteger los derechos de los cazadores y deportistas, sino para proteger a los ciudadanos en su derecho de estar armados.

En derecho, las leyes pueden ser reguladas. Se hace la norma y de ella puede derivarse una regulación. Es por ello que hay armas cuyo uso está prohibido para la población en general en Estados Unidos, aun con la existencia de la segunda enmienda. El uso de ametralladoras o armas automáticas, que al sostener el gatillo repiten automáticamente el disparo, no está permitido en Norteamérica. Pero la venta y adquisición de los llamados rifles de asalto y de armas semiautomáticas sí lo está.

El asesino de Las Vegas tenía en su habitación un verdadero arsenal, dentro del cual destacaban rifles semiautomáticos a los cuales les adaptó un disparador que los convertía en un arma casi automática. Este dispositivo también es de venta legal. La NRA y los recalcitrantes enemigos de las regulaciones de armas están abiertos ahora a regular estos adaptadores, aunque no las armas semiautomáticas, que estuvieron prohibidas temporalmente por una ley que expiró en 2004, gracias a la presión de la NRA.

Se trata, pues, de un profundo dilema.


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