Un buen montón de “expertos”, “analistas“, “intelectuales” y “etcétera y etcétera”, todo así entrecomillado, está muy preocupado por la crisis de la democracia y, muy en especial, por los “procesos electorales”.

Esta inquietud se ha acentuado a raíz del “fenómeno Bolsonaro en Brasil”. Ya venía dado desde antes –para ellos– por el “fenómeno Trump en los Estados Unidos” y por el “Brexit” británico. ¿Qué le pasa a la gente que ahora se vuelca para el otro lado?, se preguntan los “expertos”. Conclusión: el sistema está en crisis; no visualizan ni la posibilidad de que la gente se canse y quiera cambiar y usar su poder soberano, por los carriles democráticos y la vía electoral, como corresponde, para manifestar su disconformidad. Son cosas de la democracia que los analistas parecen no dominar.

Les llama la atención el “fenómeno Bolsonaro”, pero no el “fenómeno López Obrador” en México. Este se postuló tres veces; en las dos primeras en que perdió denunció fraude, en estas últimas, que ganó, para nada. Como dijo Cristina Kirchner, se trata de una “gran determinación democrática del pueblo mexicano que ha decidido comenzar un nuevo rumbo”. Cuando es así no hay crisis ni fallas, el problema es cuando votan a Bolsonaro.

¿Por qué el pueblo brasileño reaccionó de esa manera, por qué canalizo así su indignación?, se preguntan. Pero ninguno siente curiosidad por descifrar por qué casi la mitad de los argentinos estarían dispuestos a votar a Cristina Kirchner no obstante estar ella involucrada e imputada por monumentales actos de corrupción. Se lamentan porque la “indignación popular” se canalice hacia cierta dirección, pero nadie hace mención al caso Podemos.

Difícil que por ese camino puedan desentrañar el nuevo estado de cosas. Quizás, para empezar, deberían analizar cómo han afectado al sistema democrático y han desvirtuado los procesos electorales los regímenes encabezados ayer por Hugo Chávez y hoy por Nicolás Maduro en Venezuela, lo que han hecho Daniel Ortega y su esposa para apoderarse y seguir en el gobierno en Nicaragua, o Evo Morales en Bolivia. Puede que les surjan algunas pistas sobre cómo comenzó a corromperse el sistema democrático y, muy especialmente, los procesos electorales. Podría dar pie a más de una teoría, máxime teniendo en cuenta los antecedentes poco democráticos de cualquiera de lo citados.

Hay mucho para ver y a partir de ahí sacar explicaciones a fin de explicar lo que hoy tanto inquieta a los “expertos”.

Debemos reforzar nuestra adhesión a la democracia y a la defensa de los Derechos Humanos, dice alguno de ellos.

Y he aquí que también por este lado, pueden surgir explicaciones. Porque en esos foros en que se ocupan del “fenómeno Bolsonaro” no dedican ni un minuto a la tragedia venezolana y a las masacres en Nicaragua, lo que demuestra cuáles son la conducta y la línea. No se trata de derechos humanos sino de “izquierdos humanos” (II HH). Y eso es lo que irrita al ciudadano a partir del momento en que toma conciencia de que le están robando sus derechos fundamentales, sus derechos inalienables, los que no se pueden enajenar. De a poquito se los van recortando, con cupos, derechos de minorías, discriminación positiva, pensiones, y el ciudadano es el que cede y pierde derechos. Y no solo eso, cede sus derechos y arriba paga y hasta con propina, la que también antes era una decisión personal, voluntaria y a criterio propio y ahora es obligatoria y con porcentaje sugerido. Y no solo le paga a los beneficiarios que figuran en la carátula, sino a todos los que “viven” de la defensa de esos “colectivos” y de esos II HH.

En algún momento la gente se da cuenta y se enoja y hay casos en que se enoja mucho y quizás cuando tiene chance, y el voto es uno, actúa a impulso de brutal ferocidad y dispara para cualquier lado. O dice basta.


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