Hace varias décadas, un líder político-religioso absolutamente obcecado, en manifiesta expresión de su arrogante y absurda soberbia, decidió que una novela era condenable porque “no reconoce que el islam es la única religión verdadera en el mundo”; y desde su posición de poder se permitió lanzar a millones de personas fanatizadas –enceguecidas además con el ofrecimiento de un premio celestial– a la caza del autor, con la orden de darle muerte como escarmiento, para que “nadie se atreva nunca más, a insultar la santidad del islam”.

Fue así que Salman Rushdie en su derecho de expresarse escribió Los versos satánicos, y que todos los que participaron en la publicación de esa obra fueron sentenciados a muerte por el ayatolá Jomeini, con la promesa de los guardias fundamentalistas de cumplir el mandato de su imán; mientras el mundo observaba atónito esa persecución a un hombre culto y de sano pensamiento, por una masa seguidora del anatema dictado por dicho jerarca.

En enero de 1989, la comunidad musulmana residente en Bradford, Inglaterra, quemó ejemplares de la novela, y Rushdie señaló: “Este es un día muy triste, no solo para mí, sino también para la literatura inglesa”. Junto al recuerdo de los incendios de librerías por las huestes hitlerianas a nombre de la supuesta superioridad de una raza, permanecen en la memoria los desmanes contra la cultura bajo dictaduras militares latinoamericanas, y los soldados encendiendo hogueras de libros en las calles de las capitales y en los cuarteles.

Una especie de reencuentro con sensaciones de entonces nos llega hoy desde Europa, donde varios países son actuales escenarios de un considerable despliegue y notoria actividad relacionada con el islamismo, generando situaciones complejas preocupantes. Voceros suyos, invocando la defensa de Mahoma y el Corán ante “una conspiración del colonialismo contra el islam”, reiteran con su conducta una lamentable vigencia de lo impositivo, además de brindarnos un ejemplo de lo que puede significar la manipulación de la fe religiosa con fines políticos. Las agencias noticiosas nos cuentan lo que a ellas mismas las inquieta: el creciente terror sembrado en varias naciones europeas por la agresiva presencia y el comportamiento de fanáticos islamitas, obstinados en imponer su óptica y resabios de enfermiza religiosidad, traducida en odio discriminativo. A todas estas el “revolucionario” régimen de gobierno de Venezuela ha estrechado vínculos con el de Irán, y le es activo proveedor de uranio, siendo en verdad alarmante que unida a esa información nos alcanzan evidencias de actitudes y hechos que trascienden lo verbal. Súmase a ello que Nicolás Maduro asistió entusiasta a una reciente reunión de países islámicos.

Ante la execrable abundancia de espías y delatores (“patriotas cooperantes”), de asesinos y saqueadores, cual expresión de la grave degradación y menosprecio de la vida humana, que estamos padeciendo en una Venezuela militarizada escenario de toda forma de abuso del poder, mantengamos una consistente movilización popular. Las denuncias son necesarias y válidas, pero quedarnos solo en ellas nos reduciría a una condición plañidera.

Siendo la nuestra una población saturada de padecimientos, ¿hasta dónde vamos a tolerar tal tropelía de crueldad extrema? Es en definitiva un deber permanecer enfrentados a la barbarie, hasta la plena recuperación nacional de una alta valoración ética y principios esencialmente humanos


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