El uso y abuso de la «libertad de expresión o de opinión» en las redes sociales nos ha dejado en los últimos días y semanas algunos ejemplos muy negativos sobre todo en un país fracturado y destruido en su capital más valioso como lo es el social.

Una actriz reconocida se enfrasca en una discusión pública con una periodista utilizando todo tipo calificativos y adjetivos, ese video se volvió viral en segundos. Se convirtió en un tema de conversación, de análisis y conclusiones que no aportaron para nada a que se recuperara el ya destruido tejido social. Precisamente, uno de los “logros” de la revolución chavista.

Los comentarios de los seguidores de ambas figuras más allá de llamar a la calma siguieron alimentando el conflicto y demostrando cuánto camino nos falta por recorrer.

Recientemente en las mismas redes sociales, que pronto tendremos que llamarles rings sociales, se volvió a generar una controversia cuando un grupo de alumnos de una universidad privada del país decidió publicar una foto de un donativo de alimentos que le iban a entregar a un profesor. Por allí los puristas y los influencers quienes actúan como esos nuevos gurús mediáticos comenzaron a opinar y a buscar análisis antropológicos y sociales sobre esa acción. Obviando que quizás el único pecado real fue haberlo hecho público.

No es casual que en Venezuela se utilicen la descalificación, el insulto y los señalamientos de todo tipo ante cualquier circunstancia que se genere en la sociedad civil.

Un diputado a la Asamblea Nacional, o de lo que queda de ella como institución, suelta en un audio calificativos contra otra dirigente opositora sin importar las consecuencias de su declaración; y es que en un país sin moral lo importante es aparecer en esa suerte de cartelera social conocida como trending topic sin valorar la causa, lo que buscan; lo importante es estar allí.

Desde el chavismo se frotan las manos y entienden que nunca tuvo tanto sentido aquel dicho: «divide y vencerás» porque si algo está claro en las filas del partido de gobierno es la capacidad de disfrutar y contemplar cómo su mejor aliado para mantenerse en el poder han sido algunos de sus “opositores”.

Yo prefiero quedarme con estas historias que ocurren en mi estado Lara, procuro contarlas; sin tener la certeza de ser leído pero con la convicción de saber que están allí y que, a pesar de no generar controversia porque no son mediáticamente conocidas, suceden a diario y son la muestra de lo que estoy seguro ocurre en todos los rincones de nuestro país.

Es la verdadera resistencia, esa que permanece activa. Quizás silente pero activa.

Marianny se presenta en todas las actividades posibles que se realizan en Cabudare y en Barquisimeto y, dependiendo de la movilidad, hasta a las que pueda asistir en cualquier lugar del país. Su voz ronca pero de suave melodía la combina con su ímpetu y con las ganas de alcanzar un cambio necesario en Venezuela.

Ella comienza por la base, desde el municipio que a mi entender es donde debe gestarse ese cambio tan necesario en una nación que hace rato dejó de ser una república para convertirse en un antro de socios corruptos que hicieron de la represión y la violación de los derechos humanos su bandera.

Marianny era hasta hace poco concejal de un municipio donde todo el «poder» estaba en manos de la oposición desde el alcalde hasta todos los concejales que formaban parte del consejo municipal.

A pesar de todo, ella no dejó de organizar actividades, nunca se rindió. Durante la revuelta ciudadana de 2017 estuvo allí en su silla de ruedas y su ímpetu participando como una ciudadana más que sufre y padece los estragos de la tiranía.

Nunca pidió nada, siempre ofreció todo. En alguna de esas actividades una camioneta la arrolló intencionalmente con la fortuna de no ocasionarle daños mayores más allá del susto. Marianny Linarez es activista político de Voluntad Popular. A Marianny nunca la escuché diciendo que debía inscribirme en su partido.

A Elena Valvuena, o Elenita como al final todos le decimos, la conocí en Valle Hondo justo una de las zonas más emblemáticas de las protestas en Cabudare; ella llegó con sus almuerzos y comidas para los que estábamos en las calles ejerciendo el derecho a la rebelión contra la tiranía y la represión.

Elenita y su equipo de ciudadanos voluntarios llegaron a preparar más de 300 almuerzos diarios para los presos políticos. Les colocaban mensajes de esperanza en los envases. Se movían con donaciones de la sociedad civil para poder cubrir la demanda de comida en el momento más álgido de la rebelión. Nunca escuché un no por respuesta.

Me tocaba llamarla: “Elenita, necesito 10 almuerzos para los abogados que están de guardia en el edificio nacional”, ese edificio que se convirtió en la representación de la vergüenza de la justicia en Lara donde jueces y fiscales del Ministerio Público ordenaban prisión sin contemplación como unos autómatas que reciben órdenes de arriba porque les daba miedo perder sus puestos de trabajo.

Y la respuesta de Elenita siempre fue: Vengan a buscarlos a tal hora.

Elena visitaba todos los días a los detenidos en el destacamento Alí Primera de la Guardia Nacional, una especie campo de concentración en la zona norte de la ciudad donde se llegaron a cometer los delitos más terribles que se puedan imaginar contra los detenidos.

Elena es militante de Acción Democrática; nunca la escuché diciendo que debíamos inscribirnos en su partido.

Marlene siempre estuvo presente, colaboró junto a la profe, como le decíamos, a solventar y agilizar todo lo referente a las solicitudes burocráticas que solicitaban los jueces cómplices de la tiranía; jueces que sin portar el uniforme militar y sin armas también ayudaron a criminalizar la protesta ciudadana y a obligar a los detenidos a resolver papeles como cartas de buena conducta o conseguir en algunos casos hasta 20 fiadores por detenido para “negociar” una medida de libertad que les permitiera al menos dormir en sus casas.

Ellas militan en Avanzada Progresista; nunca escuché un comentario relacionado con su partido o tendencia política como pretexto para no ayudar a los detenidos y a sus familiares.

Ana es estudiante de la Universidad Yacambú, es parte de Primero Justicia; pero antes de ser militante de este partido es venezolana. Así lo decía y sentía a la hora de salir a las calles. Es una chica muy joven y siempre comprometida para participar y apoyar todas las actividades ciudadanas que promovimos desde Funpaz. Conocía y era consciente de que lo vivido durante todo 2017 iba más allá del color o la línea del partido.

Nunca, al igual que el resto, comentó nada en relación con hacer o dejar de hacer porque hubiese una línea de su partido.

Y así fue como la sociedad civil con sus diferencias básicas y hasta necesarias se unieron en una sola voz. Una voz que ha sido silenciada por la fuerza militar de quienes poseen las armas y quienes le han dado un uso criminal contra una población que se cansó de tantos atropellos y violaciones de sus derechos humanos.

Así como ellas fueron muchos los que se activaron a participar y a colaborar, precisamente de allí, de nuestra experiencia ciudadana es que nace la frase que se ha convertido en nuestro lema: “Más calle, menos teclado”


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