El siglo V, antes de Cristo, es generalmente considerado como uno de los períodos más importantes de la historia del mundo. En esta época fue cuando Protágoras y Heráclito visitaron Atenas y cuando se escribieron algunas de las más bellas tragedias griegas. Protágoras escribió muchísimo, pero nada ha quedado, para estudiarlo se depende de Platón, de quien se conservan escritos significativos. Ahora bien, cuando las fuentes son muy pobres, las interpretaciones son azarosas, subjetivas. Los sabios modernos han puesto los materiales en orden (sobre todo, H. Diels, Die Fragmente der Vorsokratiker, 5ª. edición revisada por W. Kranz, 3 vol., Weidman, Berlín, 1934-1939; existe un ejemplar en la USB).

Fue un siglo de las luces. Los pensadores y profesores liberaron al hombre de las supersticiones: Fue una época científica y de una revuelta contra ideas preestablecidas, un conflicto entre religión y ciencia fomentado por la actividad intelectual ateniense, cuya preeminencia tiene mucho que ver con las relaciones entre el pensamiento político y la coyuntura política caracterizada por el triunfo de Atenas contra los persas, mayormente, en la batalla de Salamina que implicó una expansión rápida en el mar Egeo del poderío naval griego, que arrojó extensión del comercio marítimo. Los pobres que habían combatido en Salamina estaban dispuestos a darle un chance a sus hijos suministrándoles “la mejor educación que se pudiese comprar”, pues el Estado exigía un alto nivel de educación a los ciudadanos que querían estar a la altura de sus objetivos, lo cual planteó la pregunta de importancia política: ¿qué tipo de educación prepara mejor al hombre para participar en la vida de la ciudad (“polis”)?

Al poder político y a la propiedad material se unía, pues, la demanda de una educación política, emergiendo de este tríptico un pensamiento que le otorga mucha relevancia al individuo, quien, antes de Solón no contaba para nada en Atenas y muy poco todavía hasta las guerras. Lo que imperaba era el Estado ateniense, pero los ciudadanos se contentaban, puesto que tenían una gran libertad personal, no había, o muy poca, interferencias del Estado en su vida privada o en sus esfuerzos para ganar dinero y mantener su familia. No había razones para quejarse de la ciudad. Pero, cualquiera que fuese el tipo de constitución, se necesitaba ciudadanos fuertes, enérgicos, capaces, virtuosos (areté), características que no fueron consideradas en la Atenas democrática como un privilegio de las familias nobles. Píndaro, por ejemplo, opinaba que la virtud innata era mejor que la adquirida por el estudio. Es más, muchos pensaban que no se podía enseñar.

La educación era posible, deseable, y la cuestión de saber si se podía enseñar la virtud, incluyendo la buena conducta, no se planteó antes de que, según Platón, Sócrates no se la formulase a Protágoras. Había una necesidad y un deseo de estudiar, por lo cual vinieron de otras partes eminentes profesores (sofistai, sofistas). Uno de ellos fue Protágoras, era de Abdera, llegó a Atenas, tuvo amistad con Pericles, quien lo envió a legislar a Thurioi.

De la lectura de las obras de Protágoras, Platón conoció su doctrina política que expuso en el diálogo Protágoras. Podemos tener la seguridad de que el mito contado por Protágoras lo tomó Platón de la obra de aquel: “Sobre la condición original de la humanidad”. Se refiere al origen primitivo del hombre que explica mediante un mito, mitad tradicional, mitad inventado, tratando de responder a la pregunta: “¿Cómo pueden los hombres vivir juntos de la mejor manera posible?” Con el mito Protágoras trata de reconstruir la historia real apoyándose en el mito de Prometeo y dice que Zeus envió a Hermes para entregarle al hombre “respeto y derecho” (aidos y diké). El mito termina cuando Hermes le pregunta a Zeus: ¿Cómo va a distribuirse entre los hombres el respeto y el derecho? Si seguirá el mismo plan con que distribuyó la técnica (tecnai), esto es, si será para algunos o para todos. Zeus respondió que para todos, pues si solo algunos poseen, las ciudades no existirán, con lo cual sugiere el carácter personal del reparto, y al final del mito, la idea de isonomía, (de igualdad, recordar en geografía las líneas isotérmicas, aquellas que unen los puntos de la tierra con igual temperatura), que era la palabra clave de Otanés junto a la de democracia.

Tenía Protágoras una serie de principios guías evidentes en el funcionamiento de la constitución ateniense durante la época de Pericles. Para redactar una constitución habría seguido, además de los anteriores, tres principios, a saber: 1) Todos los hombres son iguales ante la ley, cada uno es responsable de sus actos; 2) los hombres capaces de instruir bien son más útiles que otros y reciben en consecuencia honores y ventajas (principio que se aplica actualmente en Alemania), y, 3) lo que favorece a la ciudad está moralmente seguro, pero el individuo no es el árbitro de lo que ayuda a la sociedad. La falta de sentido moral en todo individuo origina que todas las decisiones tomadas no favorezcan a la sociedad, lo cual sería socialmente desastroso.

Es evidente que las constituciones contemporáneas contemplan muchas de las ideas y principios de Protágoras, pero en muchas también son “letra muerta”, sobre todo, la libertad individual y la invasión del Estado en todas las actividades de la sociedad, a causa de la acción política contradictoria y a la naturaleza del régimen político tiránico que busca conservar el poder apelando a la corrupción, a la crueldad, por ejemplo, negar operaciones quirúrgicas a quienes no posean el carnet de la patria, así como vacunas para niños cuyos padres no tengan esa identificación, elaboración de listas que privilegian adherentes del chavismo, creándose auténticos cismas sociales que son fuentes de odios, discordias, resentimientos, arrojando inevitable intranquilidad y tensión sociales. En un país donde predominen estas prácticas políticas, aunadas al desastre económico, jamás experimentará la paz colectiva. Y ello es, tal vez, la causa originaria de por qué Venezuela se retrotrae en su desarrollo a pesar de las favorables condiciones naturales, financieras y humanas para emprenderlo.

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