Como el vocablo, ¿concepto?, “imperialismo”, forma parte importante de la retórica de Maduro, es mucho mejor analizar las teorías serias acerca del imperialismo que fueron desarrolladas a finales del siglo XIX para ver paso por paso el proceso del imperialismo. Se dijo en el artículo anterior sobre la materia que hay seis susodichas teorías: la conservadora, la liberal, la marxista, la sociológico-psicológica, la de Joseph Schumpeter, la de la dependencia I, propuesta por Johan Galtung, y la dependencia II, que propuso Samir Amin.

En cuanto a la conservadora, históricamente, el primer desarrollo proviene de estadistas sociológicamente conservadores, según los cuales la expansión de los imperios es necesaria, como lo proclamó Jules Ferry en Francia, y Banjamin Disraeli, Cecil Rhodes, Rudyard Kipling, y muchos otros en Inglaterra. Este conjunto de teorías conservadoras dice: el imperialismo es necesario para conservar el orden social existente en los países altamente desarrollados; el imperialismo es indispensable para asegurar el comercio, los mercados, para mantener el empleo y la exportación de capitales, a la par que se canalizan las energías y conflictos sociales que tienen lugar en la población de las grandes metrópolis hacia países extranjeros donde pueden asentarse sin correr riesgos de quiebres o debilitamientos de las naciones originarias. Las alternativas a la expansión en África, escribió Cecil Rhodes, serían riots (motines, manifestaciones, protestas) de desempleados en Manchester, opinión compartida por Ferry y otros. Es importante anotar que esta teoría, esto es, la del capitalismo virtualmente necesitando expanding markets y expansión imperial al exterior para evitar la destrucción ya por depresiones económicas ya por conflictos sociales, o ambos.

La teoría liberal establece que hay un proceso económico que promueve el comportamiento imperialista, pero que es innecesario. Mientras Rhodes y Ferry abogan por la necesidad del imperialismo, Hobson argumentaba que es una política conveniente a ciertos intereses creados, pero que es innecesaria. Imperialismo es, según Hobson, sobre todo, subconsumo, es decir, causado por grandes grupos de empresarios que buscan combinarse para crear monopolios y pagar menos a los trabajadores; y este aspecto monopolístico de la competitiva economía privada empresarial arroja underconsumption, subconsumo, en la población de los países metropolitanos, pero como esta población no consume suficiente, queda un remanente, un surplus, de bienes en la economía industrial metropolitana, el cual surplus tiene que ser colocado en el exterior, parcialmente mediante ventas, pero principalmente a través de la exportación de capitales, los cuales tiene que asegurarse militarmente al controlar política y militarmente los países receptores (antiguas colonias).

Como diferentes Estados tratarán de hacer lo mismo, surgirán conflictos inevitablemente que desembocarán en guerras. Estas consecuencias secundarias del imperialismo son perturbadoras y lo hacen a la larga poco conveniente. Los costos de mantener y defender en el exterior un imperio, dentro del cual se exporta capital desde la metrópoli, son superiores a las ganancias o beneficios económicos que se pueden extraer. Es más, el grupo que se beneficia del monopolio, subconsumo e imperialismo no es el sector privado empresarial totalmente, como argumentan los conservadores. De acuerdo con los clásicos argumentos liberales, ello sirve mayormente intereses especiales, que son, por lo demás, el objetivo de los críticos liberales y radicales para desenmascararlos y mostrar que son hostiles e ilusorios al interés general de la nación. En general, piensan los liberales que la conducta imperialista es innecesaria y perjudicial, aunque argumentaban que quizá no lo era para las colonias.

Los efectos del imperialismo, de acuerdo con los conservadores, acarrearía la vigorización de la economía metropolitana y la civilización de las colonias, lo cual significa que es beneficioso para ambas: la madre patria y las colonias. Y si ello conduce a una competición interminable entre naciones para conquistar el mundo, esta competición en sí es buena, puesto que ella contribuiría a la selección de la nación más fuerte y mejor para sobrevivir. Así pensaban en sus días Ferry y Rhodes. Al contrario, Hobson pensaba que el comportamiento imperial distorsionaba la economía metropolitana al promover los monopolios, incrementar el poder de las grandes empresas financieras y empujar la nación hacia aventuras que no eran del interés general del país.

Conviene decir que ahora contemporáneamente existe un organismo surgido después de la Segunda Guerra Mundial, esto es, el Fondo Monetario Internacional (FMI), controlado por las grandes potencias, donde estas se apoyan para lograr la apertura de las economías de los países en desarrollo a los productos de aquellas, como sucedió en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez y se acentuó con chavistas, es decir, facilita la conquista de mercados y entorpece el desarrollo nacionalista, independiente, aunque interdependiente y abierto, al dificultar que nuestros países puedan lograr una parcela del mercado internacional como soporte dinámico del desenvolvimiento económico. Las más de las veces, cuando un país cae en las “horcas caudinas”, como decía el ex presidente Luis Herrera, del FMI, es por errores de nuestras propias políticas económicas aunados a la demoledora corrupción y a una dirigencia inepta, mejor dicho, a la inmoralidad y pereza mental que predominan en la política y circuitos económicos oficiales. Grecia es el último ejemplo donde se observa lo perjudicial que es la influencia fondomonetarista.

En nuestro caso, desde el Viernes Negro de 1983, he disentido de las políticas económicas inspiradas por esta institución financiera internacional, pues, como se ha visto, han tenido resultados desastrosos, entre otros, el surgimiento de Chávez, que, en lugar de promover el desarrollo, entregó la soberanía a otro país (Cuba), ejecutó una política de destrucción industrial y agrícola, de empobrecimiento generalizado, creando mercados a la producción imperial, todo ello secundado por una presunta oposición cómplice, incompetente, perezosa (como lo demuestra el apoyo que dan al desastroso nuevo cono monetario), promotora de quienes proponen insensatamente acentuar la crisis nacional con un gobierno de transición que solicitaría un endeudamiento al FMI superior a los 100.000 millones de dólares, en otras palabras, continuarían el populismo vulgar y lanzarían al país a las catacumbas de las imposibilidades del desarrollo, pues no ha habido ninguno que haya logrado superar el subdesarrollo con el auspicio del FMI, más bien acentuaría el carácter apendicular, neocolonial, de nuestra economía. La lucha entre imperios por controlar a Venezuela la ganaría Estados Unidos en lugar de Rusia o China que hasta ahora han sacado ventajas.

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