Tan lejos como se remonte en la genealogía de Carlos Marx, del lado de su padre como de su madre, uno encuentra rabinos. A comienzos del siglo XV, un tal Ha-Levi Minz se va de Alemania para evadir las persecuciones; de su ascendencia, algunos fueron rectores de universidades, pero también pasaron por mucha pobreza, pues no podían ejercer ninguna profesión, incluso la agricultura, bien que sí la de prestamistas, a la cual eran obligados. Su padre, Herschel Marx Levy, tuvo que escoger entre su religión y la profesión, lo cual hizo a la muerte de su madre, abrazando el luteranismo, se cambió el nombre, pero no rompe con la comunidad israelita, en particular con su hermano; ejerce la abogacía y toda su vida defendió a otros israelitas renanos y protestaba contra las injusticias, las cuales él mismo sufría. Su primer hijo nació el 5 de mayo de 1818, en Treves, pequeña ciudad, la más antigua de Alemania, fundada por el emperador Augusto, fue una de las cuatro capitales del imperio, y lleva –siguiendo la tradición israelita– el nombre de su padre y el de su abuelo, también antiguo rabino de la ciudad: Karl Heinrich Mordechai, esto es, Karl Marx.

Ningún autor ha tenido más lectores, ningún revolucionario ha sido la fuente de tanta esperanza, ningún ideólogo ha suscitado tantas exégesis, y aparte de algunos fundadores de religiones, ningún hombre ha ejercido sobre el mundo una influencia comparable a la de Carlos Marx en el siglo XX; sin embargo, justo al comienzo del siglo siguiente, donde estamos, sus teorías, su concepción del mundo han sido universalmente rechazadas; la práctica política construida en torno a su nombre ha sido enviada a los restos de la historia; hoy, casi nadie lo estudia y es de buen tono decir que se equivocó al creer en un capitalismo moribundo y en el socialismo al alcance de la mano. A los ojos de algunos, el pasa por el principal responsable de los grandes crímenes de la historia, y en particular de las peores perversiones que marcaron el fin del milenio precedente, del nazismo al estalinismo.

Al leer sus obras principales y meditar, uno descubre, sin embargo, que vio mucho antes que todo el mundo, que el capitalismo constituía una liberación de las alienaciones anteriores; uno descubre que jamás pensó en su agonía y que jamás creyó en el socialismo posible en un solo país, más bien hacía la apología del librecambio y de la globalización, y previó que la revolución no vendría, si advenía, sino como una superación de un capitalismo devenido universal.

Luego, porque su acción es la fuente de lo esencial de nuestro presente, fue en una de sus instituciones que fundó, la Internacional, donde nació la socialdemocracia; y es caricaturizando su ideal que se edificaron algunas de las peores dictaduras del siglo pasado y del presente; muchos países sufren todavía las secuelas, como Venezuela. Fue por las ciencias sociales, de las cuales fue uno de sus padres, que se modeló nuestra concepción del Estado y de la historia, fue por el periodismo, del cual fue un gran profesional, que el mundo no cesa de comprender y de transformarse.

La extraordinaria trayectoria de este proscrito, fundador de la única religión nueva de los últimos siglos, nos permite comprender cómo nuestro presente se edifica sobre los hombros de estos hombres raros, que escogieron vivir al margen, desprovistos, para preservar su derecho de soñar un mundo mejor. Lo digo sin énfasis ni nostalgia, pues jamás fui “marxista”, lo estudié en Economía, doctorado en Ciencias Políticas y maestría en Filosofía. No soy marxólogo como lo fue el ilustre profesor Eduardo Vázquez, y mucho menos como fue mi antiguo profesor Raymond Aron en el College de France. Es fascinante la precisión de su pensamiento, la fuerza de su dialéctica, el poder de su razonamiento, la claridad de sus análisis y de sus conceptos.

Marx heredó del judaísmo la idea de que la pobreza es intolerable y de que la vida solo vale si ella permite contribuir al mejoramiento de la suerte de la humanidad; heredó del cristianismo el sueño de un porvenir liberador en el que los seres humanos se amen los unos a los otros; del Renacimiento heredó la ambición de pensar el mundo racionalmente; de Prusia, que la Filosofía es la primera de las ciencias y que el Estado es el corazón, amenazante, de todo poder; de Francia, hereda que la Revolución es la condición de la emancipación de los pueblos; de Inglaterra hereda su pasión por la democracia, el empirismo y la economía política; en fin de Europa hereda la pasión por lo universal y la libertad, tan estropeada aquí por los falsarios chavistas. Indudablemente, las vicisitudes de su familia, ascendencia, el ambiente familiar, el entorno social de la época, fraguaron la conducta del joven Marx para llenar de esperanza el alma de la humanidad, como muchos otros israelitas en otras áreas del conocimiento científico.

[email protected]

@psconderegardiz


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!