Abordar la observación del universo plástico que postula el artista plástico, escultor y poeta Manuel Ordaz (Miraflores, estado Monagas, 1955) comporta de suyo la exigencia por parte del observador de un esfuerzo intelectual para leer (en sentido hermenéutico estético) y decodificar una serie de claves sensibles que dan cuenta, con escandalosa discreción visual, de estrategias discursivas alusivas a una inobjetable originalidad temática formal aunado a evidentes elementos constitutivos referidos al color, la textura, dimensión volumétrica y manejo de la extensión de la tela como soporte de su propuesta artística.

Ordaz no se detiene en la profusión explorativa de su vasto universo plástico extraído de las enigmáticas honduras psíquicas de su estética ontológica y se adentra con asombroso dominio de la técnica propia de su humilde maestría y propone desde un paisaje marino delirantemente emparentado con resonancias dalinianas, por ejemplo. O el sugerente retrato del mismo artista emergiendo y elevándose por encima de brumas y abigarradas atmósferas ceñidas a la confluencia infinita del cielo y el mar como un dios griego de la mitología antigua.

Las expresivas propuestas plásticas de Ordaz hacen referencia directa a una cierta inoclastia donde destaca la crucifixión de Cristo cuyo rostro voltea Su mirada a la especie humana y pluge al cielo como en señal de una última súplica de perdón por haber incurrido en el error de la redención.

El artista transgrede de un modo irreverente y heterodoxo el canon clásico de la crucifixión histórica del hijo de Dios. El artista es un verdadero outsider de la creación artística tanto por su iconoclasta manejo de la coloratura sobre la tela como por su valiente actitud antinaif que vigoriza su estética visual sensitiva y concienciante.

El arte proteico de Ordaz recrea la tradición iconográfica del procerato regional monaguense y metamorfosea a la heroína Juana Ramírez “la Avanzadora” confiriéndole un estatus cuasimitológico rayano en lo legendario, lo cual produce en la psique del observador meticuloso y atento desencadenantes imaginativos que la sensibilidad del espectador de su obra agradece con especial beneplácito y gratitud sensible.


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