No es posible asegurar hoy cuál es la cifra real de venezolanos que han traspasado la frontera colombiana huyendo de las carencias de nuestro país. Una radiografía de la Oficina de Migración de Colombia aseveró, hace apenas 10 días, que el número de nuestros compatriotas en Colombia se acerca a 1.174.743 ciudadanos. Según el órgano oficial, de esa cifra 695.496 están regulares en el país y 479.247 irregulares.

Toda la geografía colombiana ha debido adecuarse a este elevado contingente de nuevos ciudadanos, pero es Bogotá, hasta ahora, la entidad que alberga al mayor número de los nuestros, es decir, a uno de cada tres. Norte de Santander, Antioquia, la Guajira y Atlántico siguen a la capital.

El gobierno vecino ha sido ágil en establecer normas migratorias ad hoc para esta sobrevenida situación y ha flexibilizado las medidas de control para hacer fácil los procesos de inserción, en particular los que tienen que ver con la afiliación al sistema de seguridad social. Un Permiso Especial de Permanencia (PEP) ha sido establecido además de la Tarjeta de Movilidad Fronteriza y con ello se establecen con claridad los derechos que otorgan uno y otro. Todo eso se encuentra en detalle en el sitio web del Ministerio de Relaciones Exteriores http://migracioncolombia.gov.co, donde el interesado en estos procesos es guiado de manera muy simple y eficiente.

Pero más allá de las tramitaciones formales propias de todo movimiento migratorio es bueno conocer cómo se han estado preparando las autoridades para este flujo inesperado, continuo y abultado de venezolanos que, sin duda, genera molestias y distorsiona la vida ciudadana en las ciudades receptoras.

Naciones Unidas ha publicado un estudio sobre el tema, en el que se señala que Colombia deberá hacer frente a un impacto de medio punto de su PIB por cuenta de la migración de los nacionales vecinos. Ello tiene que ver con una demanda incremental de servicios básicos como salud y educación, lo que provoca distorsiones financieras en el corto plazo y afecta a las poblaciones más vulnerables, como los indígenas y los niños, tanto entre los migrantes como en las comunidades locales.

Pero así como los requerimientos de parte de los recién llegados son costosos de proveer, de la misma manera existe conciencia en el país vecino de que este movimiento humano trae algunas ventajas igualmente a su economía. Se ha estimado que el crecimiento económico se aceleraría 0,2% a raíz de un aumento del consumo cercano a 0,3% y de la inversión en 1,2 puntos.

Pero no es solo a los fríos números a los que hay que prestar atención. La avalancha venezolana ha distorsionado la vida ciudadana en muchas ciudades y poblados. Algunos de nuestros compatriotas emigrantes por la fuerza han viajado cargados de enfermedades; se ofrecen a trabajar “en negro” aceptando remuneraciones más atractivas para los empleadores, con lo cual distorsionan el mercado de trabajo; demandan provisiones y servicios en cantidades significativas, lo que provoca desabastecimiento y desatención de los lugareños; incurren en delitos que provocan sentimientos de xenofobia; mantienen con frecuencia a los niños desocupados sin asistir a los colegios y permanecen fuera de los refugios causando caos difíciles de atender.  

Sin embargo, a todo ello le ha puesto el pecho el gobierno de Iván Duque apelando a lo que él mismo ha calificado del “concepto de la fraternidad”. Sin que nunca haya habido una queja por el difícil reto que la migración venezolana le está ocasionando a su país desde el mismo día del inicio de su mandato, el presidente vecino no ha vacilado en destinar atención y recursos a los fines de crear un ambiente receptivo y ha apelado a la generosidad internacional para hacer de esta gesta de ayuda humanitaria un proyecto común a muchas naciones. Su solidaridad con el drama humano venezolano ha sido explicitada con pasión ante terceros países y en foros internacionales. Pero más que nada, ha apostado su concurso activo al cerco que se le ha armado al régimen de Nicolás Maduro a escala global, lo que aportará mucho a construir un final para la tiranía reinante. Hombre de pocas palabras, el presidente colombiano ha puesto de lado otras prioridades para abrazar la causa de sus vecinos con un empeño encomiable.


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