En pocas ocasiones se tiene la posibilidad de preparar un escrito que, curiosamente, coincida con una fecha que de alguna forma u otra marcará la historia de Venezuela. Y la marcará porque el 10 de enero de 2019 Nicolás Maduro se enfrentará a una disyuntiva: o continúa detentando el poder por la vía de los hechos, de facto; o, por el contrario, se abre una rendija para que otros actores detenten la Presidencia de la República y, si así lo permite el tablero político, se pueda finalmente transitar hacia un régimen más cercano a la democracia liberal.

En el pasado nos hemos manifestado escépticos en cuanto a la posibilidad de una salida cercana de Maduro del poder. Hemos sostenido que el chavismo, deliberadamente, plantea un proyecto premoderno de sociedad y que por razones harto complejas esa noción de premodernidad ha calado de forma muy profunda en el alma de nuestros pobladores. Si a ello le agregamos el hecho de que –hasta ahora– el poder coactivo del Estado permanece apegado a Maduro y al proyecto chavista, pues la transición hacia un nuevo estadio de cosas luce bastante compleja.

Ahora bien, dilemas de premodernidad aparte, ¿puede producir el 10 de enero un quiebre dentro de los grupos de poder del chavismo? ¿Están dadas las condiciones para que pueda desarrollarse un cambio en los circuitos del poder? Pareciera que no, a primera vista. Pero, al mismo tiempo, debe reconocerse que el chavismo no está en su mejor hora y en su contra juega la propia sensación de hastío e inconformidad de sus seguidores. Porque el chavismo para existir requiere imperativamente del saqueo, la expoliación y la rapiña, y cuando los recursos se acaban las huestes se impacientan y claman. Es que no hay pernil, no hay gas, no hay gasolina. Tampoco hay pago a contratistas, nóminas públicas, red de formadores de opinión. Y la gente quiere que el Estado bien aceitado le provea. Pero ya no puede. El colapso.

Si a todo ello se le agrega algo de igual importancia pero más etéreo para el entendimiento del lego –derechos humanos, límites al poder, alternabilidad, Estado de Derecho–, las cosas se complican un poco más. Porque los factores empiezan a juntarse y, curiosamente, las amenazas más reales no vienen de la oposición. Ni de la oposición colaboracionista ni de la oposición principista –ninguna de las dos ha logrado galvanizar las fuerzas del cambio–, sino del propio chavismo que a los fines de garantizar su continuidad saqueadora se vea forzado a ajustar sus piezas de poder.

De allí que, en nuestra opinión, el mayor enemigo que enfrenta Maduro es el propio laberinto de su gente y de su causa. No creemos que la oposición tenga algún peso real en esta ecuación, más allá del poder simbólico de lo que aspiracionalmente merecemos y debemos ser como ciudadanos. En el mismo sentido se dirigen los esfuerzos de la comunidad internacional. Su presión es esencialmente diplomática y sancionatoria, nada más. Pero hasta ahora las incursiones a otra escala lucen poco probables.

Por ello, centrar el debate sobre el margen de maniobra de la Asamblea Nacional y otras instituciones públicas en medio de un Estado fallido nos parece inadecuado. La disolución de su funcionalidad simplemente no lo permite. Claro que puede cuestionarse la labor de diputados en medio de la debacle, su posible corrupción, podredumbre y, lo más fatídico de todo: el coqueteo con las ideas socialistas. En términos prácticos, sin embargo, la disfuncionalidad del Parlamento, la ausencia de poder real, no termina de aterrizar la transacción conducente al cambio del poder. Imperativo comunicar los símbolos correctos, pero no olvidar que los símbolos por sí solos no llevan a acciones.

De forma tal que el Leviatán solo podrá ser desafiado desde sus propias entrañas. Lo más probable es que Maduro continúe en el poder, prevaleciendo a través de la fuerza y el temor. Pero las inconformidades pesan. Cada vez más. Y no se quieren para siempre. El botín del poder es apetecido por todos, incluyendo los propios chavistas. Ante las circunstancias actuales, esta mano del juego y su definición parece ser suya.


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