Nadie se sorprendería si decimos que los políticos han empleado de forma reiterada la manipulación de las masas para alcanzar el poder, esto ha sido así probablemente siempre. Es posible que la estrategia, a través del discurso, siga siendo la misma que se empleaba en el siglo pasado; lo que quizás han cambiado son los instrumentos y medios para vender una idea o una ideología que lleve al político al poder y lo mantenga allí el mayor tiempo posible.

En el trabajo publicado por Nelly Tincheva en la Universidad de Sofia se plantea que el discurso político tiene tres elementos: el estado inicial (conformado por el líder y la situación que hay que cambiar), el camino (lo que hay que hacer para lograr ese cambio, impulsado siempre por el líder) y el estado deseado (el objetivo, lo que queremos lograr a través de ese líder).

Es posible que veamos ese sencillo esquema en cualquier discurso político de la actualidad, da lo mismo si es de izquierda o derecha, todos los políticos suelen presentar un discurso en el que condenan la situación actual de su país, plantean un camino para acabar con esas circunstancias y finalmente presentan una ficción del país que supuestamente van a alcanzar. Todo eso es manifestado de la forma más genérica posible.

La manipulación termina canalizándose a través de la ley, como paliativo que supuestamente demuestra que el político está cumpliendo con su deber. Por ejemplo, el dictador Chávez Frías prometió nada más y nada menos que cambiar la Constitución, ya que, según él, ese texto era parte de todas las cosas malas que sufría Venezuela, y una vez en el poder, cada vez que se topaba con un problema social que resultaba incómodo a su proyecto político se apalancaba en la ley, así, cuando surgieron críticas durante su mandato con relación a inflación dictó decretos ley para atacar la especulación, la usura, el acaparamiento, etc. Cuando lo criticaron por la delincuencia dictó la Ley desarme, cuando la gente protestó por vivienda dictó el decreto ley de la Gran Misión Vivienda y cuando reclamaron por servicios reformó o derogó todas las leyes vinculadas a estos.

Pero ojo, no solo los dictadores socialistas hacen eso. Salvini en Italia, de la derecha, basó toda su campaña en 2018 en la necesidad de reformar las leyes en materia migratoria y replantear los acuerdos económicos con la Unión Europea, mientras que Di Maio, de la izquierda, prometía recortar las pensiones de la vieja clase política. En ambos casos se planteaba como algo realizado macabramente por gobiernos precedentes que estaba ocasionando daños terribles en la nación, pero todavía los italianos esperan saber cómo esos cambios van a traducirse en mayor empleo, mejores salarios, mejores servicios, etc.

No es que modificar leyes migratorias o recortar gasto público sea malo, ambas cosas podrían ser positivas, lo que se subraya es que eran promesas de contenido genérico que se valían de la metáfora, la comparación y el paralelismo[1], siempre intentando que todos –o un grupo– se sientan identificados y que se justifiquen los medios para alcanzar esos sueños presentados por el político.

En los años recientes las promesas abstractas no han faltado, desde el brexit, como otras amenazas de “exit” de diversos políticos de países de la UE, como los clásicos de la reivindicación obrera, democracia participativa y el desarrollo endógeno, son discursos que pretenden aludir a la soberanía popular pero que en realidad no te dicen nada concreto.

Es preocupante ver cómo el tema de los derechos humanos se manipula cada vez más en las contiendas políticas, la llamada “igualdad de género”, el acceso a la salud, los derechos de homosexuales y transexuales, así como el tema migratorio, son algunos de los tópicos que no faltan en un genérico debate entre izquierda y derecha. Por ejemplo, el actual presidente del gobierno de España insiste en que debe reformarse el código penal para evitar discriminación de mujeres, homosexuales y transexuales, cuando lo cierto es que ya está prohibida cualquier forma de discriminación a cualquier persona, debería ser irrelevante el género o tendencia sexual. El tema con los llamados casos de odio o violencia doméstica es sumamente delicado porque se tiende a asumir que un ataque de una persona blanca a una negra o de un hombre a una mujer, encierra automáticamente racismo o machismo, lo cual, no necesariamente es así. Esto termina llevando a una nueva forma de desigualdad, creada por la propia ley, tal como ocurre en los supuestos de la mal llamada “discriminación positiva” donde el acceso a ciertos cupos universitarios y empleos está condicionado por raza, sexo u origen socioeconómico de grupos considerados vulnerables.  

En Estados Unidos y en la UE las denuncias de la desigualdad son todavía más genéricas, se parte de números que no identifican variables y que no comprueban discriminación entre casos iguales. Si afirmamos que un género gana más que otro o que puede acceder a cargos de mayor jerarquía, tenemos que identificar si ello es ante casos idénticos, de lo contrario no habría, en principio, discriminación. Si afirmamos discriminación en matrícula universitaria, tenemos que verificar si el otro género obtuvo iguales o mejores calificaciones en la prueba de ingreso para poder sostener la desigualdad.

En síntesis, en el momento en el que una persona atenta contra la igualdad ante la ley está violando el orden jurídico; si además se demuestra que hubo dolo, racismo o machismo, pues para eso están los tipos penales con sus agravantes.

La promesa electoral en reformar leyes o hacer nuevas leyes dirigidas a un específico grupo de personas, además de ser una vil manipulación de las masas, lo que termina generando es más desigualdad, pues la ley, tal como lo indicaba el barón de Montesquieu, debe ser como la muerte: igual para todos.

 


[1] Maya Khemlani David: Language, Power and Manipulation: The Use of Rhetoric in Maintaining Political Influence


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