Un cronista, que labura en una multinacional española, que en Colombia se encubre bajo el apodo de un gasterópodo, dueña de un diario que ha sustituido a Voz Proletaria, el valetudinario vocero del Partido Comunista, y publica notas en el diario del hombre más rico del país, se quejaba, el otro día, del calificativo que la población alfabeta les ha acomodado, por prohijar las actividades derelictas de una minoría armada, que durante más de medio siglo, ha asesinado, secuestrado, violado, explotado, destruido o acorralado a su población, y desde el primer año del gobierno de Juan Manuel Santos controla, con mano de hierro, la justicia y la corte suprema de la rama.

El periodista quejoso, célebre por las imitaciones que hace de un galo propietario de una agencia de viajes en los parques nacionales, y/o, los despiadados tribunales de la inquisición que monta en la radio contra las personas que no favorecen los intereses económicos y sociales de su patrono, afirma que, si él lamenta el cierre de las compuertas de una represa y mueren cincuenta mil peces, lo llaman Mamerto. Que, si alza la voz por el asesinato de “líderes sociales”, lo llaman Mamerto. Que si se horroriza porque balas perdidas dan muerte a ciudadanos y él lamenta que haya tenencia legal de armas en manos de unos pocos, lo llaman Mamerto. Que, si protesta porque el gobierno de Duque ha nombrado a uno de sus seguidores ideológicos en un puesto para recopilar historias sobre el conflicto armado, lo llaman Mamerto. Y entonces, se pregunta, el afrancesado: ¿Hasta dónde llegará esta iniciativa de estigmatizar a aquel que piensa distinto?

Si aceptamos que para comprender la anatomía del mono hemos de comprender primero la del hombre, debemos concluir que la vigencia del apelativo “mamertismo” y el adjetivo “mamerto” tuvieron origen en el momento en que, bajo la secretaría general del antioqueño Gilberto Viera White, el Partido Comunista de Colombia fue el más eficiente colaborador del liberalismo en su lucha contra la desconfianza en la noción de progreso, del conservatismo.

Guerrilleros de las FARC con sus aliados contra el gobierno de Iván Duque en un aquelarre el 20 de febrero de los corrientes: segunda fila de arriba hacia abajo, entre otros: Pablo Catatumbo, Clara Lopez Obregón, Juan Camilo Restrepo, Rodrigo Granda y Aida Abella. En la primera fila Timochenko, Humberto de la Calle, Cecilia Lopez Montaño, Angela Robledo, Guillermo Rivera, Antanas Mockus y Juan Fernando Cristo.

Viera White fue el comodín que la oligarquía opuso –fue secretario del partido comunista 44 y 22 representante a la Cámara– al colérico Luis Morantes, alias Jacobo Arenas, inventor de “todas las formas de lucha” para arrinconar el Estado, incluyendo, la más eficaz: el cultivo y venta de cocaína y marimba, que sus pupilos superaron con creces, hasta obligar a Juan Manuel Santos a entregarles el país en los llamados Pactos Santos-FARC de La Habana.

La lucha por la recuperación de la tierra, despojada durante la Colonia por encomenderos, terratenientes criollos y esclavistas a las comunidades indígenas, los negros esclavos y los mestizos, que confluyeron en las rebeliones Comuneras, continuadas por los artesanos y pequeños comerciantes durante los inaugurales decenios del siglo XX, que las reformas de López Pumarejo pretendían encauzar hacia la modernidad dejando atrás cuarenta y cinco años de gobiernos autoritarios controlados por la Iglesia Católica, fueron abortadas por las fracciones esquiroles del liberalismo que lideraba el ambicioso que sería el monarca nacional durante medio siglo.

Alberto Lleras entregó en dos ocasiones a revanchistas conservadores el poder, luego de haber socavado las propuestas de progreso de los dos gobiernos de López Pumarejo. Durante casi treinta años, entre la llegada de Olaya Herrera al poder y la caída de Rojas Pinilla, Colombia vivió el terror que fomentaron los vengativos liberales, que, alucinados con los triunfos del estalinismo, incitaron al campesinado a sucesivos levantamientos y combates guerrilleros, no para tomarse el poder, sino parte del botín del Estado. La frase de Darío Echandía, el poder para qué, resume el ideario mamerto. Una parte de la torta, no la torta misma. “El otro mundo” como llamó la universidad pública Carlos Lleras, que sabía que los intelectuales liberales y no pocos conservadores, no querían mudar el presente, sino vivir de mogollón, emitiendo anacolutos, para mortificar al gobernante de turno.

Los paradigmas de esta conducta política, que ha llegado al poder, son sin duda tres presidentes: Alfonso López Michelsen, Ernesto Samper y Juan Manuel Santos: los tres oligarcas, los tres mamertos.

ALM descendía de un español sastre de un virrey; su bisabuelo fue uno de los líderes que impuso presidente a José Hilario López; su abuelo fundó un banco que luego sería el Banco de la Republica, y su padre, presidente dos veces, desayunaba en vajillas de Bucolique Royal Limoges rodeado de grabados, de la batalla de Solferino de Jean-Louis-Meissonier, en su palacete del centro bogotano; almorzaba en el Jockey y cenaba en Gun Club. Su hijo predilecto fue el causante de la caída de su segundo gobierno, por negocios turbios para comprar una trilladora de café y despojar a unos alemanes de las acciones que tenía una compañía holandesa en la cervecería Bavaria. Para vengarse de sus pares, escribió una “novela”, hoy modelo de la que escribe, cada seis meses, el mamerto Silva Romero, titulada Los elegidos.

A mitad del segundo gobierno de Alberto Lleras, que se negaba a nombrarle embajador en México, fundó el MRL diciendo que se oponía al Frente Nacional porque cercenaba los derechos de las minorías al repartir, el presupuesto nacional, solo entre liberales y conservadores. Le acompañaron en la aventura numerosos liberales radicales, que según Jorge Child, se tornarían bandidos y mamertos: Fabio y Manuel Vásquez Castaño, Marco Palacio, Juan de la Cruz Varela, Luis Villar Borda, Indalecio Liévano Aguirre, Hernan Viecco, Bernardo Romero Lozano, Jorge Elías Triana, Diego Montaña Cuellar, Alfonso Barberena, Ramiro de la Espriella, María Elena de Crovo, Héctor Abad Gómez, Juan Lozano y Lozano o el poeta Jorge Gaitán Durán, que no pudo llegar a serlo porque murió en un accidente en l962.

El presidente Ernesto Samper comenta con el ministro Horacio Serpa que se les acusa del asesinato de Alvaro Gomez Hurtado

Traicionando a sus más fieles seguidores, que fundaron el Ejército de Liberación Nacional, en 1967 aceptó ser gobernador de un departamento de la costa y luego, Canciller, cuya mayor realización fue borrar, de los archivos de un juzgado mexicano, los expedientes que sirvieron para condenar, por soborno a varios de los 22 constituyentes “liberales lentejos” de 1953, al intrigante aventurero Álvaro Mutis, que servía a los intereses de la Standar Oil Company.

Durante su gobierno, otro más de espanto, Colombia partió en un antes y un después su historia. El período se conoce ahora como 1974/AC-1978/DC, antes y después de la Coca y la Marimba. La inflación fue del 40% y los paros obreros tuvieron la república al borde del colapso, para terminar con el paro cívico más grande de todos los tiempos, tanto, como que él mismo lo aclamó “pequeño 9 de abril”.

Las contribuciones posteriores a su biografía son también notables. Queriendo disputar a Belisario Betancur su cuarto intento por ser presidente, con la ayuda de su golem Ernesto Samper y el empresario del crimen Santiago Londoño White, obtuvo del Cartel de Medellín, de la propia mano de Pablo Escobar, Jorge Luis Ochoa y Carlos Lehder 25 millones de dólares. Asesinado el ministro de justicia de Betancur, Rodrigo Lara, la mafia se refugió en Panamá, hasta donde fue López Michelsen para escuchar, en el Hotel Marriot, la oferta de los bandidos, que pensaban entregar parte de sus bienes si el gobierno les amnistiaba. La gestión se supo por una felonía de Juan Manuel Santos, a quien su hermano Enrique le había contado el asunto.

Al final de sus días le dio la locura por buscar paz para las FARC y fue varias veces a hablar con Tirofijo y Jacobo Arenas y darles su apoyo en las continuas tretas con que engañaron a los sucesivos gobiernos. Su odio contra sí mismo le impidió ver que Álvaro Uribe estaba acabando con las FARC y por eso se opuso, virulentamente, a su reelección. Más mamerto, para dónde.

Ernesto Samper, un pobre oligarca, descendiente de un poeta modernista que miraba hacia la luna y de los condes de La Bisbal, de Lucena y un vizconde de Aliaga, es hermano del multimillonario Daniel Samper Pizano y tío del patán Daniel Samper Ospina, dos mamertos de pro. Muy joven fue presidente de ANIF, donde propuso la legalización de la droga y fue gerente de la campaña reeleccionista de López Michelsen cuando la historia de los millones de dólares de la mafia. Embajador en España, acostumbraba visitar El Café del Espejo, un restaurante bar art-nouveau del Paseo de Recoletos cercano al palacete de Martínez Campos, donde conoció a los hermanos Rodríguez Orejuela, que pagaron con más de 10 millones de dólares su elección como presidente y su absolución como imputado, según ha contado William Rodríguez, hijo de Miguel, en un famoso libro.

Durante su gobierno el Cartel de Cali se convirtió en el más grande exportador de coca del mundo y la corrupción política se tornó en el principal instrumento de gobierno. Desde el Ministerio del Interior, controlado por Horacio Serpa, admirador del ELN, se instaló un ordenador desde el cual se repartían enormes sumas de dinero para mantener a flote el presidente narco. También allí se fraguó la fragmentación de playas y enormes terrenos del Estado para donarlos, en apariencia, a los pobres de comunidades indígenas y afro, pero la verdad fue que, tras la entrega de las parcelas y los ladrillos, el cemento, los inodoros y las tejas de asbesto, venían los amigos del gobierno que compraban a menos precio los regalos.

Samper y su esposa crearon un ministerio para captar las conciencias de los artistas, escritores y estudiantes de periodismo. Desde entonces el Ministerio de Cultura ha sido una de las más perversas instituciones nacionales, dedicadas al tráfico de influencias y en general, a favorecer empresas editoras españolas, para las cuales se han creado más de 2.000 bibliotecas públicas en la era de los computadores y los teléfonos móviles.

A Samper y Serpa se les ha acusado, además, de la autoría intelectual de la muerte de Álvaro Gómez y Darío Reyes, chofer que era, del ministro de gobierno. Aparte de enredos con los narcos Elizabeth Montoya y Samuel Santander Lopesierra, el hombre Marlboro.

Según estudios recientes de analistas de la naturaleza humana, la codicia de Juan Manuel Santos solo se saciará el día que logre ser secretario de las Naciones Unidas, búsqueda por la cual ha pasado sobre todos los obstáculos posibles, traicionando y dañando a quienes ha usado para sus propósitos. Incluso ha puesto en circulación una genealogía familiar que ha convertido a varios campesinos en presidentes de Colombia. Remontándose a una seudo heroína de los levantamientos comuneros afirma que su tatarabuelo era hermano de un presidente de 1882 y que su tatarabuela era sobrina de otro del año 1814 y por tanto él desciende de un héroe, inventado por Bolívar para no deshonrarlo por su cobardía y a quien había encomendado un depósito de pólvora en su hacienda de San Mateo. Lo cierto es que es hijo de un recalcitrante franquista, a quien su tío desheredó, dejando a sus sobrinos nietos en la inopia, de no haber sido por el cambio que se hizo del testamento del doctor Eduardo Santos, el presidente que abortó la Revolución en Marcha de López Pumarejo.

Por causa de su resentimiento con su hermano mayor y el hermano mayor del presidente Samper, a quienes el tío rico Santos dejó varias acciones de su periódico, a uno por su izquierdismo, al otro por su belleza, Juan Manuel tuvo que ser enviado para terminar sus estudios de bachillerato a una escuela militar en la costa norte, de donde salió hacia Estados Unidos a estudiar en una pequeña universidad privada, y luego, gracias a las gestiones de su tío Hernando, fue a dar a Londres en un cargo burocrático donde estuvo más de diez años.

Subdirector de El Tiempo, ministro de Comercio Exterior y Defensa, designado a la Presidencia, durante el mandato de Ernesto Samper trató de derrocarle en compañía del jefe paramilitar Carlos Castaño y el esmeraldero mafioso Víctor Carranza, para a renglón seguido sugerirle que entregara a las FARC una zona de distensión de 42.000 kilómetros y una asamblea constituyente, para crear una suerte de Vietnam colombiano, como casi sucede bajo el gobierno de Pastrana, con Santos de ministro de hacienda.

Convertido en enemigo de las FARC por obra y gracia de su concupiscencia, tras hacerse nombrar ministro de defensa en cobro a Álvaro Uribe por haber creado un partido que le reeligiera, con la ayuda de Benjamin Netanyahu y el HaMosad israelí se dedicó a asesinar los cabecillas de las FARC, aplicando el BodyCount del general William Westmoreland, aumentando las ejecuciones de civiles por parte de miembros del ejército en 150%, hasta que denunciado por familiares de las víctimas, decidió curarse en salud destituyendo a 27 altos oficiales, con la ayuda de su futuro comisario de paz, el enigmático católico Sergio Jaramillo.

Luego vendría la historia conocida. Su engaño para hacerse elegir presidente en nombre de la doctrina de la seguridad democrática, que inmediatamente traicionó declarando a Hugo Chávez su nuevo mejor amigo y negociando la defunción del comandante supremo de las FARC Alfonso Cano, con Pablo Catatumbo, a quien salvó de la muerte segura a manos del ejército y sentó en La Habana durante cinco años y ahora es senador de la república.

Juan Manuel Santos comenta a Ernesto Samper como los dineros ilícitos para sus campañas entraron a sus espaldas

El más grande daño que sus ambiciones ha hecho a Colombia fue la invención de una Corte Suprema de Justicia exclusiva para enjuagar los delitos de sangre y narcotráfico de quienes le ayudaron a negociar con la empresaria y política noruega Kaci Kullmann Five, a cambio de enormes licencias petroleras y de gas en la Guajira, el Premio Nobel de la Paz, que le llevaría hasta la secretaria general de las Naciones Unidas, remplazando a Ban Ki-moon, a quien trajo en septiembre de 2016. El triunfo del No en el plebiscito un mes más tarde le terminó la fiesta.

Como arquetipo del mamertismo, Santos vive en un condominio bogotano de 7.000 millones de pesos, habiendo declarado el año anterior a su retiro, una fortuna de seis mil. Sus campañas presidenciales recibieron pagos ilegales del conglomerado brasileño Odebrecht. Y su nombre aparece como director de dos sociedades clandestinas en Barbados, creadas, según el ICIJ, por su escudero Gabriel Silva.

¿Hasta dónde llegará esta invectiva de deshonrar a todo aquel que piensa distinto?


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!