Este régimen no tiene salvación. Lo señalan, mucho más que la oposición que hoy les hace frente, mucho más que las advertencias de la comunidad internacional, su propio discurso reincidente una y otra vez en los mismos argumentos, en sus gestos, gritos, amenazas y abusos de poder, en su enferma  reincidencia en los mismos errores y mentiras, que lo hacen ver como un tren que corre sin frenos hacia un desastroso final.

Después de veinte años de mentiras, de incumplimientos, de corrupción y perversos abusos de poder, que lo han convertido en régimen forajido, su fracaso no pudo ser más estruendoso. Todas las evidencias de sus desatinos están allí a la vista de todos, de venezolanos y extranjeros, de quienes lo adversaron desde que llegaron al poder sin esperar el beneficio de la duda, como de aquellos que magnificaron y alabaron su discurso. Y es que veinte años cabalgando en los lomos de la mentira castrocomunista, han dejado pruebas tan irrebatibles como abrumadoras de su paso y permanencia en el poder, sin que sus métodos y discursos para ocultarlas hayan surtido ningún efecto. Si hasta hace pocos días pudieron exhibir su impunidad y mostrarse arrogantes desde un poder, perversa y corruptamente ejercido, fue por los desaciertos de una a veces irresponsable oposición que insistió en estar dividida.

Hoy, gracias a la reacción de todo un país democrático que no se rinde y a la aparición de una conducción hasta ahora eficaz, están desnudos en su maldad, descubiertos plenamente en sus procederes e intenciones, en su mayoría siniestras, heridos malamente y con pronóstico nada auspicioso, y eso nos obliga a estar atentos, a no cantar victorias que seguramente vendrán, pero que están lejos todavía de consolidarse, a permanecer unidos y no ceder ante la impaciencia, y a vigilar los pasos de quienes, cada vez menos en la sombra, actúan a sabiendas que de darse la derrota final del régimen, corren el riesgo de entrar en la lista de los que políticamente desaparecerán. 

Toda precaución es poca ante una fiera herida que sabe moverse en la espesura de la tragedia, ya no para salvarse, porque no tiene salvación, pero sí para hacer el mayor daño que esté al alcance de sus posibilidades, que son muchas. Y en esas tareas anda ocupada la llamada inteligencia de control político, reforzada con la presencia de la nunca grata visita de los jefes del G-2 cubano.  

Si bien es cierto que sus movimientos se muestran torpes, sus incoherencias son cada día más antológicas. Su incapacidad para gobernar va dejando pruebas por todas partes, si aquel fervor popular que lo acompañó gracias a la bonanza petrolera ya no existe, si sus alianzas continentales se encuentran en vías de extinción,  si las sanciones y el aislamiento lo tienen atrapado, no es menos cierto que su maldad comienza a hacerse más grande y más temible, que su discurso destructor de todo cuanto atente contra su pretensión de permanecer en el poder, crece cada día más y pasa, con total desvergüenza, de la palabra a la acción.  

Si el ascenso de Guaidó logró desquiciar al régimen, si soltó la ferocidad de algunos miembros de la cúpula y despertó los temores de otros al punto de recomendarle a Maduro, Cabello y Padrino mucha prudencia, si con solo pensar un posible triunfo de la causa de Guaidó que es la misma del 90% de los venezolanos, la reacción del régimen fue seguir en la usurpación y soltar a la calle una violencia brutal, podríamos hacer un ejercicio de imaginación ante el hecho, para muchos inesperado, del informe de la señora Bachelet desde la altura de su cargo como Alta Comisionada para los Derechos Humanos, en el que está suficientemente expresado y sustanciado el señalamiento de graves delitos del régimen en esa materia que nunca prescribe denominada los derechos humanos y que pone a la cúpula toda en las puertas de la justicia internacional.

Lo que Maduro, Cabello, Padrino, solo para nombrar algunos, olvidaron es que la señora Bachelet es una verdadera socialista, una mujer que cree en la democracia, que fue dos veces presidente de su país gracias al voto popular, que es una mujer que fue torturada por la represión fascista, y que fiel a sus principios no podía, ante tanta evidencia, no denunciar tanto delito cometido con desfachatez y jactancia por un régimen que a la luz de todos los hechos es responsable único y directo del sufrimiento de un pueblo al que por ley y por moral está obligado a proteger.  Lo que la diplomacia castrocomunista no calculó desde su nefasta arrogancia totalitaria,  es que una cosa es hacerse la vista gorda y responder con excusas diplomáticas ante los pedidos de una oposición en busca de apoyo internacional y otra, muy distinta, la que podía tener como Alta Comisionada para los Derechos Humanos. La respuesta desde esa alta posición no podía sino ser, como lo fue, altamente  condenatoria.

Sin necesidad de acudir al ejercicio tropical del  llamado realismo mágico, hemos comenzado a ver los rostros con la mirada fuera de órbita de los principales responsables de los delitos cometidos, las amenazas de los jefes de los distintos grupos de poder, la ira manifiesta con insultos incluidos de los principalmente señalados en tan tenebrosas y brutales acciones, pero también el acoso criminal contra las principales cabezas del equipo de Juan Guaidó, como fue la caso del diputado Marrero, que tuvo una repercusión y un repudio de proporciones que nunca pudimos imaginar, la vengativa con cargado ensañamiento de la sentencia de la señora Afiuni, la desaparición y secuestro de dirigentes políticos, sobre todo vinculados a la tolda de López y Guaidó, el acoso, con toda la ira de la que es capaz un funcionariado psicópata afectado por una grave crisis de paranoia, que pone en peligro la vida misma de Guaidó. El peligro que corre su vida es proporcional a la reacción que el enorme reclamo internacional que con marcada contundencia le ha hecho al régimen la comunidad internacional, por la liberación inmediata  de Marrero. No hay que olvidar que el régimen se sabe derrotado y tiene poco o nada que perder creando un caos de destrucción o, como suelen decir, convirtiendo a Venezuela en un nuevo Vietnam.

Escribo este artículo el Día de la Poesía y como solo pude estar en espíritu con los poetas y actores que celebraron nuestro día en una plaza en Los Palos Grandes,  permítanme terminar con los dos poemas finales de mi libro Estado de Sitio.

40

Los verdugos sangrarán

cuando alguien aparte la piedra

y los sepulcros 

 dejen escapar el aroma de la rosa.

En fin de cuentas sus armas

fueron despedazadas  con la fuerza

de la palabra y de los sueños.

Ningún destello vendrá en su auxilio,

sus almas arderán en fuego vivo

como las estrellas fugaces antes de morir

y disolverse en alguna parte de la nada.

42

Rogar piedad, denigra.

Que cada quien

lleve su carga al hombro y sin llorar.

Es cuestión de dar el combate de los días,

abrir las puertas y ventanas

y hacer salir el maleficio.

Busca la brújula, oriéntala hacia el sol,

siempre hacia el sol, 

que así los prados se harán verdes a nuestro paso

y las flores del día recogerán nuestros aromas.

Que cada enemigo pida perdón

y cumpla penitencia,

que caiga el tiempo  hecho herrumbre,

que caiga la intolerancia,

 que sucumba todo lo marchito,

que matemos a lo abyecto

y apaguemos los infiernos

sembrados en nuestro espacio..

Que al final del combate

solo nos quede el amor para contarlo.

Así está escrito, así será.


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