Los humanos somos los únicos seres vivos con conciencia. La maldad, enemiga de la inteligencia que nos hace superiores, debería sernos ajena.

La conciencia es antagónica con el concepto de maldad. No existe una planta mala per se, es decir, que a propósito sea venenosa. Tampoco hay animales que conscientemente hagan daño. Los zancudos, las cucarachas, el león, el tiburón y hasta las ratas pueden hacer daño inconscientemente.

Un zancudo no dice: “Lo voy a picar por todas partes”. Los tiburones no tratan de hundir barcos para comerse a los pasajeros. Las ratas y las cucarachas son asquerosas, pero ellas no lo saben.

Qué ironía, quienes deberían tener conciencia del daño que causa la maldad, son precisamente quienes lo hacen. En contrapartida, existen los santos. Gente genuinamente buena. Tanto, que dedicaron su vida a ayudar incluso después de muertos.

Ser bueno no depende de la apreciación que cada uno tenga de sí mismo. Eres buena persona en la medida en que los demás lo perciben. Seguramente, si le preguntáramos a los destructores de la humanidad si ellos son buenos, dirían que sí.

Nacemos con un yo bueno y un yo malo. Por eso es importante la familia en la que tengamos la buena o mala suerte de nacer. De eso depende el yo que prevalezca sobre el otro.

Entre cero y hasta los siete años se fijan comportamientos y normas que nos acompañarán toda la vida. Un niño no querido, con una familia disfuncional, es en potencia un malo en el futuro.

La maldad hay que atajarla temprano. A nadie le interesa ahora si Hitler, Stalin, Pinochet, Chávez, Castro y otros, fueron o no queridos por sus familias cuando estaban chiquitos.

Los malos son manipuladores y ya sabemos el peligro que corre la humanidad cuando un malvado llega al poder, pues por medio del fanatismo político o religioso sectario logra activar ese lado maluco que tenemos reprimido. Es como si algo diabólico se apoderara de esos seres que podrían haber sido buenos.

En la Alemania de 1945, un malo enajenado, con una doctrina supuestamente nacional y socialista, asesinó a millones de personas y destruyó la mitad de Europa. Al día siguiente de terminada la guerra, los alemanes, bañados en sangre, humillados y derrotados, despertaron. Se preguntaban por qué siguieron a un líder demente que los convirtió en seres tan malvados, si hasta hace pocos años atrás eran un pueblo bueno, culto y bondadoso.

En Venezuela, a partir del año 1992, cuando… ¡Ay!, se me acabó la página.


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