No se puede negociar con tiranos y terroristas. Es una vieja lección del cine de acción y de las películas bélicas sobre la Segunda Guerra Mundial. A propósito, vean la espléndida Las horas más oscuras para sacar conclusiones propias y alejadas de intereses particulares. 

Se trata, por supuesto, de una visión parcial del tema en cuestión, pero no menos legitimada por el poder de la historia y de una producción consagrada en el Oscar por el papel protagónico de Gary Oldman. 

Conviene traerla a colación en Venezuela, cuando un grupo reclama una solución demasiado pacífica y fuera de contexto, como si viviéramos en el país de los estadistas y de los pactos de caballeros. No señor, no seamos ingenuos. 

El poder despótico irrespeta las formas de la República y del consenso democrático. El chavismo se comporta como el villano de El último rey de Escocia, quien burlaba las peticiones del pueblo y aplicaba una política de persecución a los defensores de los derechos humanos, mientras algunos hippies hablaban de convocar a comicios arbitrados por la observación internacional. 

Votar inyecta esteroides a un régimen convaleciente, permitiéndole respirar y obtener un mayor margen de maniobra. 

El asunto depende del momento, del lugar y de la situación histórica. 

Juan Vicente Gómez y su época, el fantástico documental de Manuel de Pedro, debería proyectarse en las actuales circunstancias de la nación. Pero será en los circuitos clandestinos, pues la censura oficial impide la difusión de cualquier mensaje de crítica y resistencia.

Maduro, como el caudillo andino, se piensa inamovible y destinado a desgobernar hasta alcanzar el descanso eterno en su lecho de Miraflores. Así pasó, por igual, con Franco. 

Por ende, conviene tomarlo en consideración e ir evolucionando en el diseño de un discurso adaptado al entorno. 

Si usted convoca a otro sufragio arbitrado por Tibisay Lucena, puede contar con tres tendencias irreversibles: la abstención absoluta, el éxodo en estampida de nuevos miles de jóvenes por la frontera con Colombia y la victoria del candidato del PSUV. 

6 años más de agonía y depresión. Un suicidio lento. Un tormento. Una tortura prolongada en un estado cautivo y carcelario. Porque residimos en un calabozo, en una extensión de Ramo Verde y El Helicoide. Usted no se llame a engaños. Somos rehenes y secuestrados. Víctimas de un apagón judicial y legislativo. Con una cultura empobrecida y mendicante en lo audiovisual.

Como crítico y realizador de películas, como ciudadano y escritor, mi trabajo es orientar y emitir un juicio descarnado sin temor a la mordaza. 

Por tanto, le publico y le comento todos los spoilers por la columna de la semana, por el artículo del viernes. 

Al colaboracionismo inocente le gusta imaginar finales felices como el de Invictus, donde las disputas se dirimen de manera civilizada en la arena deportiva, en un juego de rugby con árbitros confiables. 

La verdad es la del caos, el desorden y la represión programada por los colectivos. 

El amigo civilizado, del salón académico y del tono neutro, olvida a Iris Varela, a Mario Silva, a los brutales y salvajes líderes de la secta roja. A ellos les favorece la condescendencia de los intelectuales y narradores de cuentos de reconciliación, de amor y de integración de las diferencias. 

Lastimosamente, los disidentes siguen llevando palo en las calles y en los penales. Visualicemos el desenlace de una cinta independiente y apartada de correcciones, de argumentos falsos y de propuestas inviables. 

Produzcamos un cambio de guion con una agenda realista. 


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