El anterior título lo he tomado de uno de los libros del filósofo y ensayista alemán Rüdiger Safranski. En el prólogo de la obra en cuestión el autor comienza por señalar lo siguiente: “No hace falta recurrir al diablo para entender el mal. El mal pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad”.

Tal afirmación tiene su origen en el Antiguo Testamento. Ahí se registra la gran molestia de Caín después de que él y su hermano Abel presentaron sus respectivas ofrendas al Señor, y este miró con agrado las del segundo, sin hacer caso de las que le ofreció Caín. La acción irritó en demasía a este último, razón por la cual Dios le dijo: “¿Por qué motivo andas enojado? ¿Y por qué está demudado tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien erguirás la cabeza; pero si obras mal, el pecado siempre estará a tu puerta? Él te hace sentir su atractivo, pero tú puedes dominarlo”. De nada sirvió el consejo. El grado de encono era tal que, al salir ambos al campo, Caín acometió a su hermano y le mató. Las consecuencias de la temeraria acción fueron inevitables.

Este es el mismo drama que está imbricado en el suceso jurídico y político que ha unido, en una especie de oxímoron singular, a dos figuras antagónicas y disímiles: María Lourdes Afiuni y Hugo Chávez Frías. La historia es conocida en sus aspectos generales, pero vale la pena recordarla en algunos de sus detalles más resaltantes, en beneficio de los revolucionarios olvidadizos que todavía circulan dentro y fuera del país.

El drama comenzó el 9 de diciembre de 2009. Ese día se llevó a cabo la audiencia del caso que involucraba al banquero Eligio Cedeño, accionista principal del Banco Canarias. Al estudiar el expediente, la juez concluyó que ahí no había elementos que permitieran demostrar la culpabilidad del imputado. Aunado a eso, pudo constatar que se había consignado un escrito de la Alta Comisión de los Derechos del Hombre, en el cual se señalaba: “La privación de libertad de Eligio Cedeño es arbitraria, ya que contraviene lo dispuesto en los artículos 9, 10 y 11 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el artículo 9, 10 y 14 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, por lo que piden al Gobierno de Venezuela la concesión de la libertad provisional hasta la terminación del juicio”.

Para ese momento, Cedeño llevaba casi tres años preso, sin que se hubiera realizado la audiencia preliminar, y eso no era culpa suya. A la juez Afiuni no le quedó más alternativa que otorgarle al acusado una medida cautelar de presentación cada 15 días, más la prohibición de salida del país. Lo que vino después fue digno del peor de los circos. Una actuación ajustada a derecho llevó a la juez a ser tratada como la delincuente más peligrosa. Adicionalmente, voceros del gobierno revolucionario proclamaron a los cuatro vientos que Afiuni había sido sobornada con una suma cuantiosa; pero nada de eso se llegó a demostrar.

Entonces aconteció algo insólito: el 11 de diciembre, por cadena de radio y televisión, sin que mediara proceso judicial alguno, y asumiendo la condición de Dictador Supremo, Chávez pronunció su sentencia: “Y yo exijo dureza contra esa juez (…) Entonces habrá que meterles pena máxima a esta jueza y a los que hagan eso (…) 30 años de prisión pido yo a nombre de la dignidad del país».

El aviso le llegó directamente a Cedeño. Si no salía del país, pasaría el resto de sus días en la peor de las cárceles venezolanas. No le quedó más alternativa que huir, irse a Estados Unidos y pedir asilo, convencido de que allá sus derechos serían respetados.

Diez días más tarde, Hugo volvió al ruedo. Nuevamente en cadena nacional enfiló sus baterías contra Afiuni y les mandó un mensaje muy claro a ella, al Poder Judicial y al país: “Entonces si a un homicida le salen 30 años, pena máxima en Venezuela, a un juez le saldrían (…) yo le pondría 35”. A partir de ese día, el Poder Judicial en pleno se convirtió en simple brazo ejecutor de los deseos del gobierno y la revolución.

Fue inevitable que pasara lo que tenía que pasar. María Lourdes Afiuni fue a dar a la cárcel de mujeres, el eufemístico Instituto Nacional de Orientación Femenina. En ese lugar estuvo hasta febrero de 2011, en las peores condiciones. Ahí fue violada y, producto de la agresión, quedó embarazada. Pero nada de lo que vivió perturbó al héroe de Sabaneta.

La fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz, debió condolerse en su condición de mujer y le otorgó el beneficio de casa por cárcel. Y el 21 de marzo del presente año, el juez de su caso, Antonio Bognanno, condenó a la juez Afiuni a cinco años de prisión por el insólito delito de “corrupción espiritual”; es decir: corrupción en la que no hubo ningún cobro de dinero.

Aunque hace poco se anunció su liberación, la medida no se ha ejecutado al momento de escribir este artículo. De mi parte no es necesario que diga a mis lectores cuál de los dos gladiadores de esta historia llevará siempre erguida su cabeza y se crecerá con el paso del tiempo


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