Las elecciones municipales fueron desatendidas por influencia de la conducta de las mayorías frente al anterior proceso electoral por la jefatura del Estado que condujo a la cuestionada victoria de Maduro. Los votantes se negaron entonces a participar en una contienda convocada por un poder espurio, manejada por un árbitro descaradamente parcial y acompañada por una candidatura de oposición capaz de levantar sospechas infinitas, para lograr que solo un entendimiento superficial de los hechos pudiera legitimar las menguadas cuentas que pueden permitir el continuismo del dictador. La estatura descomunal del alejamiento de la sociedad frente al llamado electoral para las presidenciales, una distancia en cuya base predominó una toma de conciencia en lugar de una postura de indiferencia, anunció las alternativas que podían desarrollarse para pasos más contundentes en el futuro inmediato. Sin embargo, la parálisis de los partidos políticos no fue capaz ni siquiera de explorar en puntillas el nuevo territorio. Quizá porque no podían atribuirse la paternidad de la clamorosa abstención frente a la nueva bendición de la autocracia, o porque no sabían despejar la incógnita de la multitud que se negaba a votar por disposición propia y sin que los líderes se empeñaran de veras en que no votara, prefirieron plantarse en una contemplación estéril que solo tuvo la ocurrencia de pedir la repetición de la conducta del pasado reciente, como si se pudieran obtener ganancias concretas sin mover un dedo.

El mapa municipal ofrecía oportunidades excepcionales para profundizar la lucha política, se si miraba con seriedad. O simplemente si se trabajaba sobre su topografía. Su heterogeneidad, sus vetas vírgenes o poco trajinadas, la ocasión de incomodar las modorras pueblerinas, el envite de encontrar la abundancia del oxígeno parroquial, de desnudar la medianía de los oficialistas lugareños y de fomentar liderazgos periféricos pudo conducir a situaciones de novedad en un paisaje de somnolencias, pero nadie lo observó para después ponerse a pensar con seriedad sobre lo que prometía. Un análisis medianamente serio hubiera significado ponerse a trabajar con tenacidad, a inventar maravillas y a sudar sobre la marcha, pero también a pelear con la antipolítica y a correr el riesgo de que los extremistas encontraran más fuelle para vociferar contra el supuesto colaboracionismo de la extinta MUD y contra la complicidad de los líderes con gentes como los inefables bolichicos y con otras faunas creadas por el chavismo, motivos suficientes para creer que, sin meterse con los temibles espantajos que merodean en las redes sociales y en el manayerismo de tribuna, bastaba con repetir la receta de la abstención, aunque ahora proclamada por el oportunismo y por una indecisión que prefiere seguir la corriente de la clientela en lugar de sacarla de cauce.

¿Qué tenemos, como consecuencia? La lección de que los pocos que votaron movidos por dirigencias locales y por la necesidad de cuidar sus casas lograron el triunfo en concejos municipales que no pasan de la media docena. Una invitación al voto de la oposición pudo significar la multiplicación de unas fortalezas necesarias para los combates del futuro, sin necesidad de plantearse gestas como la batalla de Ayacucho. Solo escaramuzas, pero sin duda acciones dignas de registro y capaces de dejar provecho. Tampoco el pueblo sale bien parado en el inventario, porque con el correr del tiempo ya refleja una lamentable inmovilidad. Pero también tenemos, por desdicha, el hecho indiscutible de que Maduro sigue en su lugar, instaladísimo, con el soporte de centenares de ramificaciones comarcales que tuvimos el gusto de obsequiarle para que diga que el pueblo lo necesita, lo ama y lo aclama, o que gobierna un espacio sin rivales de importancia, lo cual no se puede desmentir si consideramos la miopía de quienes promovieron, en la ocasión que nos ocupa, un imperio de apocamiento. Una participación más activa y decidida no lo hubiera destronado, seguramente, pero le hubiese complicado la vida, y la oposición se sentiría más preparada para lo que se le viene encima.

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