Hay una premisa que he escuchado mucho en los últimos días: “La energía eléctrica más costosa es la que no se tiene”. Y para validar esta afirmación solo bastaría preguntarles a los empresarios, industriales y comerciantes en cuánto cuantifican sus pérdidas cada vez que ocurre una interrupción brusca del servicio. Más allá de lo que se deja de producir, fabricar o vender, lo cierto es que el progreso de una nación también se mide en la cantidad de kilovatios/hora que se generan en las plantas; energía que debería ser suficiente, distribuida de manera estable, ininterrumpida y continua, como para cubrir eficientemente la demanda de los sectores que ponen en marcha un país.

Tampoco podemos olvidarnos del sector residencial, al que pertenecemos todos. Nosotros, los ciudadanos comunes no hemos estado exentos de las interrupciones inesperadas del servicio eléctrico; aunque, debo reconocer que en Caracas las horas en penumbras son significativamente inferiores, comparadas con las que padecen los habitantes del interior de Venezuela. El estado Zulia, por ejemplo, no ha dejado de ser noticia por los apagones de más de 15 horas al que lo someten; una situación inaudita para esa importante región del país que fue, además, hacia finales del siglo XIX, una de las primeras en tener energía eléctrica.

El asunto es que Venezuela retrocede en el túnel del tiempo, luego de haber disfrutado, en algún momento, los primeros lugares de todo lo que pudiese significar progreso. De hecho, nuestro país, también hacia finales del siglo XIX, fue el segundo en Latinoamérica, después de Estados Unidos, en instalar una planta hidroeléctrica. Éramos pioneros. Nos gustaba encabezar los rankings, esos que llenan de orgullo y no de vergüenza, como los que lideramos en la actualidad. Nuestra nación estaba bien encaminada en materia de energía porque teníamos –¿o tenemos?– los recursos primarios que se necesitan para producir electricidad. Y la electricidad, definitivamente, facilita el progreso y la calidad de vida.

El jueves 12 de julio tuve el privilegio de moderar el foro Hágase la luz: soluciones privadas al problema eléctrico, organizado por la Cámara de Comercio, Industria y Servicio de Caracas, en alianza con Consecomercio y Cedice Libertad. Y me satisfizo ver que, a pesar del empeño del régimen en conculcar todos nuestros derechos y destruir nuestra calidad de vida, existe un grupo de venezolanos dispuestos a revertirle los planes perversos. Empresarios y profesionales que se reinventan a diario para no bajar las santamarías y perder lo que les ha tomado décadas construir. Profesionales que, al igual que nosotros, sortean los obstáculos para ofrecernos alternativas que nos ayuden a paliar los problemas eléctricos; por cierto, problemas generados por la ineficiencia del Estado en mantener, planificar y prever la demanda energética del país, y no estar, como ahora, viviendo entre racionamientos porque agotaron y destruyeron la capacidad de las plantas.

Los ponentes del foro fueron el ingeniero Eduardo Páez Pumar, académico, de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat, quien fue el encargado de realizar el diagnóstico del sistema eléctrico nacional y exponer su estado actual. Le siguió el ingeniero Felipe Capozzolo, segundo vicepresidente y miembro del Comité Ejecutivo de Consecomercio, quien expuso la situación de los comerciantes ante las fallas del servicio eléctrico, y fue enfático al reconocer que “sin electricidad no hay riquezas”. Capozzolo también abordó el tema de las tarifas y señaló que luego de comparar el costo del kilovatio/hora en Venezuela con el de otras naciones en nuestro país ese monto se acerca a cero. Es decir, no se cobra como debería cobrarse para mantener la industria y realizar las inversiones que se necesitan para no quedarnos a oscuras.

El último expositor fue el ingeniero Juan Carlos Rodríguez, especializado en el tema de energía de respaldo, quien insistió en la necesidad de reinstitucionalizar y profesionalizar la empresa eléctrica; pero advirtió que, para que eso ocurra, se necesita la participación indispensable del sector privado. A su juicio, Venezuela es un país rico en recursos, y con los que se necesitan para la generación de electricidad; sin embargo, las políticas erradas, la falta de inversión y la ausencia de planificación nos han llevado a una megacrisis energética, para la que el Estado –a mi modo de ver, demostrando una vez más su incapacidad para resolver el problema– no tiene previstas soluciones inmediatas. Y este aspecto queda en evidencia cuando, ante las repetidas fallas del servicio eléctrico en el Zulia, la solución del régimen y sus adláteres, es “decretar” –obligar, preferiría llamarlo yo– que los comercios e industrias resuelvan sus problemas instalando plantas eléctricas, sin ofrecer el apoyo que se requiere para hacer esas inversiones que, en la mayoría de los casos, son en dólares o ameritan un financiamiento.

El interés del público que asistió al evento quedó evidenciado con cada una de las preguntas y comentarios que les hicieron a los ponentes. Pero lo que más me satisfizo fue ratificar que los venezolanos que seguimos en el país, no estamos de brazos cruzados esperando que las soluciones a nuestros problemas caigan del cielo. Dios ya lo hizo cuando creó el cielo y la tierra y, según describe el Génesis, todo estaba cubierto por las tinieblas. “Dijo Dios: Sea la luz. Y la luz se hizo”. Espero que el régimen entienda que, en materia de milagros, Dios tiene la última palabra y no será posible expropiarlo.

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