Después de un silencio sepulcral, que encendió alarmas y envió señales contradictorias a la comunidad internacional que repudia la farsa electoral para convalidar la dictadura, la MUD no tuvo más remedio que escucharla y atender también el llamado de la sociedad civil, la Iglesia, las universidades, los empresarios, los sindicatos y los gremios para no ser partícipes de la pantomima electoral y aparecer ante el mundo como cómplices. De repente les cayó la locha y se percataron de que no había condiciones mínimas electorales, aunque nunca las hubo, con el mismo CNE, las mismas rectoras y el mismo siniestro personaje –Jorge Rodríguez– que ha manejado con total impunidad el tramposo tinglado electoral.

Reticentes, los partidos políticos –a excepción de VP, Causa R, Vente y ABP– han evitado llegar al matadero fijado para el 22 de abril, donde también serán descabezados los diputados a la Asamblea Nacional si se realizan conjuntamente elecciones presidenciales y parlamentarias, como propone inconstitucionalmente Diosdado Cabello.

Nicolás Maduro cerró el camino para una solución electoral a la tragedia que vivimos y no permitirá nunca elecciones en igualdad de condiciones para lograr el cambio que ponga fin a la trágica crisis humanitaria que ha llevado a un doloroso éxodo masivo con consecuencias gravísimas migratorias para los países vecinos, solo comparable con los innumerables balseros cubanos que se ahogaron en el estrecho de la Florida mientras intentaban huir de la sanguinaria dictadura castrista.

La comunidad internacional tiene puesto el foco en las fronteras venezolanas; solo en Colombia se contabilizan 550.000 personas que han huido de la barbarie, la hambruna y la devastación que representa la narcodictadura. El estado de Roraima, en Brasil, también colapsó ante el ingreso de refugiados venezolanos. La emigración calculada en más de 4 millones se incrementará después de abril, cuando se profundizará aún más la crisis económica y social debido a la fraudulenta reelección presidencial. La fractura de la sociedad, a través de la desestructuración de la familia, es uno de los crímenes más infames cometidos por este régimen.

A pesar del aterrador panorama hay quienes no tienen ningún escrúpulo y se prestan a la farsa electoral en un intento fallido de legitimar al régimen y disolver el Parlamento, cuyo período vence en 2021. Son los pastores, sargentos técnicos de tercera y otros impostores, siempre listos a pasar raqueta y recibir su mesada.

Lo peor que le podría pasar a Maduro es presentarse solo en la patraña adelantada; necesita que le hagan comparsa para no sentirse más aislado. Acorralado como está por las sanciones internacionales y por el repudio mundial, comienza a replegarse atacando con su peculiar estilo de matón de barrio y amenaza con ir a Perú, a la Cumbre de las Américas, quizás coleado en el avión de Evo, para hacer el mismo papelón cuando no lo dejaron aterrizar en Honduras para rescatar a la fuerza a Zelaya, o cuando intentó detener la destitución de Lugo en Paraguay y salió a patadas.

Maduro no deja espacio para una tregua informativa y anuncia sorpresas para incentivar la imaginación colectiva que sueña con su renuncia. Ante grandes expectativas se mostró el domingo pasado con un insulso mensaje en lenguaje de señas que significó una falta de respeto para la comunidad sordo-muda de Venezuela.

No habría que sorprenderse de que días antes de la convocatoria a las urnas salten expresiones que solo quedarán para la anécdota. Lo que sí es predecible es que terminará como el famoso penado catorce, pero en una Corte Penal: “Dicen que el pobre presidiario murió haciendo señas y nadie lo entendió”.


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