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A mis compañeros de armas

Las irresponsables arengas de Nicolás Maduro a nuestros oficiales y soldados me han causado una inmensa preocupación. Nuestros jóvenes soldados demuestran, por su altiva actitud, la decisión de entregar sus vidas por “defender a Venezuela”.

La historia nos enseña que al inicio de todos los conflictos internacionales los pueblos, imbuidos de un fuerte nacionalismo por los patrioteros discursos de sus líderes, se alistan voluntariamente en las fuerzas armadas para salir al combate. Lo doloroso es ver su regreso, derrotados por el obcecado egocentrismo de esos líderes, civiles y militares, que los engañaron ocultándoles la realidad de un poder relativo de combate extremadamente negativo en relación con el adversario. No creo que ningún profesional militar, con un mínimo conocimiento de lo que es un conflicto armado, pueda llegar a pensar que Venezuela está en capacidad de enfrentar, con alguna posibilidad de éxito, una alianza militar formada por Estados Unidos, Brasil, y Colombia, con el apoyo moral de la mayoría de los países de América y de Europa. Tampoco creo que ustedes puedan pensar que una guerra de cuarta generación podría iniciarse en corto tiempo en nuestra patria. En definitiva, Nicolás Maduro y los altos mandos de la Fuerza Armada quieren conducir a Venezuela a una desgarradora tragedia, para satisfacer sus desmedidas ambiciones. Los que ostentan posiciones de mando, en todos los niveles, deberían estudiar, analizar y discutir la invasión de Estados Unidos a Panamá en diciembre de 1989.

Ustedes, quizás, eran muy jóvenes o no habían nacido, cuando Manuel Noriega blandía un machete ante las cámaras de televisión amenazando y retando a Estados Unidos. Es importante que conozcan las causas con la cuales se justificó la invasión: proteger la vida de los estadounidenses, defender la democracia y los derechos humanos, detener a Noriega, acusado de cometer graves delitos y respaldar el cumplimiento del Tratado Torrijos-Carter. El objetivo del ataque era anular cualquier respuesta de la Guardia Nacional panameña mediante el bombardeo de los principales aeropuertos, del Cuartel General en el barrio El Chorrillo, del cuartel de Tinajitas, del cuartel de Panamá Viejo, del cuartel de Los Pumas, de la base militar de Río Hato y de la base naval de Coco Solo. La operación duró pocos días ante la abrumadora superioridad del ejército ocupante y la poca resistencia encontrada. Noriega logró escapar y buscó asilo en la Nunciatura Apostólica. El 31 de enero de 1990 se entregó a las fuerzas de ocupación y fue detenido. Las cifras, de bajas, han sido polémicas: el Comando Sur mantuvo que murieron 314 militares panameños, 202 civiles de la misma nacionalidad y 23 soldados estadounidenses; la cadena CBS informó que entre las bajas hubo un total de 450 panameños; fuentes nacionales panameñas dicen que el número de muertos alcanzó cerca de 3.000 víctimas fatales y una destrucción importante de la infraestructura de Panamá, consecuencia de los innumerables bombardeos.

De todas maneras ustedes deben conocer que una invasión tiene graves consecuencias en el devenir nacional de cualquier país por muchos años. Las razones sobran. Históricamente las intervenciones militares extranjeras han causado siempre un profundo daño moral en la sociedad que ocurre al dejar en el sentimiento nacional una huella de vergüenza difícil de borrar en el tiempo. Otro aspecto a considerar son las naturales dificultades que surgen al tratar de reconstruir el país invadido después del retiro de las tropas extranjeras. Creo que no es necesario que les explique, porque tienen que conocerlo, que si el teatro de la guerra ocurre en un país determinado las consecuencias para su pueblo son de tal magnitud que se requerirá un penoso esfuerzo de varias generaciones para superar esa tragedia. También, ustedes deben entender que en una intervención extranjera victoriosa se imponen, sin mayor discusión, los intereses de los países interventores, los cuales siempre prevalecen por encima de los del país intervenido. Recuerden la tragedia de Alemania al tener que aceptar las duras y exageradas condiciones del tratado de Versalles y la toma de Berlín por los rusos, después del suicidio del megalómano de Adolfo Hitler.

La Fuerza Armada realizará un ejercicio en el ámbito nacional, como corresponde, para entrenarse en la defensa de nuestra soberanía, pero creo que ustedes deben haber reflexionado que esa defensa solo conduciría a salvar el honor de Venezuela, ya que llevaría a la indefectible derrota de nuestra Fuerza Armada, en la cual morirían muchos de nuestros soldados, y la segura ocupación militar de nuestro territorio. Ustedes conocen la total imposibilidad que existe de poder vencer a una fuerza extremadamente superior. Una alianza constituida por Estados Unidos, Brasil y Colombia, con el respaldo de América y de Europa, rompe totalmente el equilibrio militar de la región. Además, imaginarse que Venezuela recibiría el respaldo militar de Rusia y de China es simplemente una ilusión. En el caso de Rusia, hay que entender que su capacidad militar y económica es mucho menor a la que tuvo la Unión Soviética en los tiempos de la crisis de los cohetes en Cuba. China tiene una política exterior de largo alcance y sus intereses económicos, en el mercado de Estados Unidos, son de tal magnitud que no apoyaría a Venezuela en ninguna circunstancia. Nicolás Maduro, en sus irresponsables arengas a nuestros soldados sostiene, sin sonrojarse, que una guerra de cuarta generación permitiría derrotar a Estados Unidos, igual como ocurrió en la guerra de Vietnam, pero sin aclarar que eso ocurrió después de casi 50 años de sacrificios para los vietnamitas.

En verdad no creo que esos “dos millones de milicianos, entrenados y equipados”, según mantiene Maduro, van a salir al combate y mucho menos que se transformarán en una “resistencia” eficiente y bien organizada para enfrentar al ejército ocupante. En nuestro pueblo no se dan las condiciones psicológicas, sociales y religiosas que se requieren para librar una guerra de cuarta generación. Por otra parte, si esa intervención ocurriera, como lo señalan todos los indicios, las tropas interventoras abandonarían el territorio en un tiempo relativamente corto dejando que los venezolanos enfrentemos, con algún respaldo internacional, la reconstrucción de Venezuela. En esa circunstancia, una Fuerza Armada, derrotada y totalmente disminuida, no estaría en capacidad militar para mantener la paz y el orden en un país arruinado por la ambición desbordada de Nicolás Maduro, que prefiere ver a Venezuela destruida antes que entregar el poder. Los sectores moderados del chavismo deben entender que, en esa circunstancia, la imposibilidad de su regreso a la vida política del país quedaría sellada definitivamente. En caso contrario, unas elecciones democráticas, justas y equitativas, con una real presencia de la comunidad internacional, les permitiría obtener un número importantes de votos, obteniendo un amplio espacio político que podría permitirles regresar al poder. Ojalá, si eso llegase a ocurrir, que entendieran que deben revisar totalmente su proyecto político para no repetir los errores de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

Nicolás Maduro, en su desenfreno, rechazó el ultimátum de la Unión Europea que dio un lapso de ocho días para que convocara a elecciones generales. Su respuesta, absurda en sí misma, fue la siguiente: “Si el imperialismo quiere nuevas elecciones presidenciales que espere hasta el año 2025”, planteando, de inmediato, una convocatoria al diálogo con la oposición, amenazándola, en cierta forma, con una elección de Asamblea Nacional. El general Vladimir Padrino terminó de complicar la situación al declarar que “las armas están listas para defender a Venezuela y a Nicolás Maduro”. Para colmo, Elías Jaua, en un reciente programa con Vladimir Villegas, expresó que la Fuerza Armada no podía reconocer a un presidente nombrado desde el exterior. Definitivamente el chavismo cree que por controlar los medios de comunicación pueden engañar a los venezolanos contando la historia a su manera. Esta delicada posición del gobierno de facto madurista puede conducir a Venezuela a una tragedia nacional. En ese caso, en el cual se encuentra en riesgo la soberanía nacional y el destino de nuestra patria, le corresponde a la Fuerza Armada Nacional contribuir al restablecimiento del hilo constitucional mediante, entre otros aspectos, el cese de la usurpación y el reconocimiento de la legitimidad de la Asamblea Nacional, a objeto que designe un gobierno de transición que nombre, según lo establecido en la Constitución, un nuevo Consejo Nacional Electoral y un nuevo Tribunal Supremo de Justicia, y convoque, a la brevedad posible, a una elección presidencial transparente, competitiva y equitativa.


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