Como estudioso de las ciencias políticas intentaré analizar el caso desde una posición neutral.

El gobierno ha sido percibido como un reivindicador social. A pesar de haber contado con extraordinarios ingresos petroleros que le hubieran permitido propiciar una mayor equidad, se inclinó por la lucha revolucionaria y optó por mecanismos impuestos mediante una marcada ideología marxista.

En lo internacional favoreció un modelo multipolar contra Estados Unidos, intentando revivir el sistema que imperó en los países de la órbita socialista hasta 1989 cuando cae el Muro de Berlín, se desmorona el comunismo en el “otoño de las naciones” y se derrumba la URSS en 1991. Fukuyama lo llamó “el fin de la historia”.

A partir del año 2000 se desata un aumento extraordinario en el precio de todas las materias primas, dotando de ingresos excepcionales a los gobiernos de la región.

Se multiplican los gobernantes de izquierda como Chávez, Lula y Dilma, Lugo en Paraguay, Fernando y Cristina Kirchner, Evo Morales, Correa, Zelaya en Honduras y Ortega en Nicaragua.

Concluido el fenómeno, esos gobiernos se vienen a pique. Quedan algunos como Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, inmersos en acusaciones de corrupción, como los que ya se fueron.

El gobierno venezolano cuenta con el apoyo cubano y el respaldo verbal de Rusia y China. Rusia, con una economía más pequeña que la de Italia y severos problemas geopolíticos en sus fronteras, no tiene la fuerza para ir más allá. El comercio bilateral (sin incluir servicios) entre Estados Unidos y China es del orden de los 650.000 millones de dólares al año. En un análisis costo-beneficio cabe preguntarse, ¿va a arriesgar China eso por defender a Maduro? También organizaciones como Hezbolá y ELN apoyan a Maduro.

Venezuela enfrenta un colapso económico con la destrucción del aparato productivo y la industria petrolera, con la más alta inflación del mundo, severa escasez de alimentos y medicinas y una crisis humanitaria que desató la migración masiva de su población hundida en un empobrecimiento sin precedentes. También una difícil contingencia política. A partir del 23 de enero se han lanzado a las calles centenares de miles de ciudadanos que apoyan como presidente (e) de la República a Juan Guaidó.

La reelección de Nicolás Maduro se produjo el 20 de mayo de 2018 en elecciones no reconocidas por numerosas naciones por no cumplir con estándares democráticos.

Al llamado moralizador de nuestros obispos y la impopularidad del régimen se agrega un vecindario particularmente adverso, en el que destacan los presidentes Duque de Colombia y Bolsonaro de Brasil, además de Macri en Argentina, Piñera en Chile, Vizcarra en Perú, Benítez en Paraguay, Moreno en Ecuador, Alvarado en Costa Rica y los 14 países del Grupo de Lima (excepto México).

Estados Unidos, Canadá, Suiza, Dinamarca, Australia y otros ya han reconocido la presidencia interina de Guaidó. Los 28 miembros de la Unión Europea han dado un ultimátum de 8 días para que se anuncie la convocatoria de nuevas elecciones “justas, libres, transparentes y democráticas”. De lo contrario reconocerán la presidencia interina de Guaidó.

En una medida decisiva, Estados Unidos prohibió la compra de petróleo a Venezuela privando a Maduro de unos 11.000 millones de dólares en ingresos y congelando activos de Pdvsa por unos 7.000 millones de dólares. Las consecuencias serán devastadoras.

La ruptura de relaciones diplomáticas y consulares con Estados Unidos agravó la situación.

La posición del gobierno de Estados Unidos ha sido particularmente fuerte. El presidente Trump manifiesta su intención de mantener sobre la mesa “todas las opciones”, al igual que el vicepresidente Pence y el secretario de Estado Pompeo que viene de encabezar la CIA. Forman parte de ese equipo John Bolton, consejero de Seguridad Nacional; William Brownfield, Elliott Abrams, uno de los “halcones” de la era Reagan-Bush que tuvo a su cargo el caso Noriega en Panamá, además de senadores como Marcos Rubio, Bob Meléndez, Ileana Ros-Lehtinen y otros.

No son enemigos pequeños los que enfrenta Nicolás Maduro. Un análisis objetivo de su situación conduce a la conclusión de que sus debilidades prevalecen marcadamente frente a sus fortalezas.

@josetorohardy


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