La epopeya de Maduro no se refiere a un poema narrativo de hechos nobles y heroicos, como los que narró y cantó Homero, ni  a los del Conde de Lautréamont en Chants de Moldoror, , ni a Byron, Milton, Musset, Baudelairelos profetas judíos (Jeremías), ni al autor del Apocalipsis, con su literatura alabanciosa del Mal; más bien,  se trata de peroratas desconcertantes cuya orientación general es promover el odio, la exclusión, la división y fractura sociales, apología de la desesperanza por los miedos e incertidumbres que promueve al oprimir al venezolano, lo cual arroja que ahora se desee el bien como remedio a esta prédica del odio, del Mal. ¿Puede decirse que al fomentar el odio Maduro está indirectamente impulsando el deseo del Bien en el venezolano? Responder esta pregunta implicaría suponer que cuenta con un método filosófico menos naïve que el de sus oponentes de la MUD.

No le canta a la esperanza, solo a lo bestiario, que es una manera de oprimir, algo terrible que linda con un exasperado romanticismo imbuido de maldad, que políticamente es una innovación, puesto que muestra una obsesión por el misterio del Mal, incita a la rebeldía y a la meditación acerca del alcance de las blasfemias tiradas irresponsablemente como cuando se lanzan piedras al río de la vida política que no es el mismo después de cada instante de su transcurrir.

Pareciera Maduro un personaje de cierta inspiración nocturna, en una soledad creadora de nociones contra todos y contra sí mismo, a causa de la presencia inconsciente de grandes personajes como Satán, Caín. Por eso se afirma como una epopeya del odio; pareciera decir cada vez que se asoma a la puerta del balcón del pueblo: “quizá, sea el odio, encono, lo que tú deseas que yo invoque en mis peroratas”.

Epopeyas del odio, ojeriza,  como oposición a las epopeyas del amor, a las de la Biblia, a las del Dios del Antiguo Testamento que pareciera ser tomado con una violencia que no cesa de desparramarse en aquel lenguaje procaz y ordinario, parodiando frases del tal “galáctico”,iniciador de la prédica del rencor, torciendo significados, hechos políticos, para argumentar pobremente a su favor, y, extrañamente, se olvida muchas veces de su satanismo para identificarse fugitivamente, como un gran romántico, con el Cristo Redentor; profunda ambigüedad la de este personaje oscilando entre la crueldad y la compasión, la fobia incurable y la ternura cínica, un furor satánico contra el venezolano y una atracción incierta por la Divinidad cristiana.

Tal constatación permite entrever que, debajo de los diseños conscientes se pone de manifiesto, a pesar de sí mismo y a medida que avanza la peroración, un dinamismo inconsciente al que es preciso descubrir sus secretos macerados, tal vez, al son de la burla, de genuflexiones, de resentimiento, del desprecio a los libros, de la frustración por no haber podido realizar estudios universitarios cuando en el país habían condiciones inigualables para conseguir esa meta, por lo cual en sus alocuciones se juzga y se destruye a sí mismo a medida que desarrolla su algarabía de vocablos con muestras irracionales, insolentes,  que desacreditan el arte de discursear, el savoir fair de los grandes oradores y la expresión de los sentimientos nobles.

En cada transmisión televisiva se abre una puerta al mar proceloso de las tinieblas del alma, epítetos por doquier, ofensas, incluso fórmulas peyorativas, dantescas, aborrecibles, que en realidad no tienen un sentido definido, invitando a no permanecer en la superficie de esas aguas oscuras;  si se quiere derivar algo útil no se debería detener quien lo oye en lo que dice sino en lo que expresa detrás de las palabras, tratando de descifrar  aquel lenguaje plagado de identidad inculta, que invita a crear imágenes de lo que no debiera ser un presidente y de por qué algo malévolo inspira la acción destructora del que alega desear paz con su desgobierno.


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