Una previsible y nueva mamarrachada aparece: las elecciones presidenciales en las cuales Maduro quiere recubrir de una legitimidad imposible su cuarteada, pícnica y mustia humanidad. No sería prudente asumir que los próceres del régimen no saben lo que todos sabemos. Ellos saben que nadie, dentro o fuera del país, cree en la validez de las decisiones de la asamblea constituyente; saben que los jefes rojos vienen de ordenar la ejecución con tiros en la cabeza de Oscar Pérez y sus compañeros; saben que nadie cree en esas elecciones presidenciales como mecanismo aproximadamente democrático o medianamente transparente como diría algún dialogante. Si saben todo lo referido, por qué insisten en la parodia y por qué llevan el simulacro de un falso gobierno democrático hasta el paroxismo.

Una posibilidad es que la gente hoy dueña de Venezuela piense que insistir en “la fiesta electoral” generará alguna barrera defensiva, como una especie de andamio maltrecho que soporta un discurso falazmente democrático de quienes hacen elecciones para que el mundo no crea que no hacen elecciones. Hacer elecciones, aunque los ciudadanos no elijan, es la prueba de Maduro como demócrata solo ante sí mismo. Este argumento puede ser un componente de las razones para el teatro que se monta; pero, no parece la razón principal.

Esta convocatoria es tan expedita como haber ordenado el asesinato de Oscar Pérez y su grupo. Es como un viraje sin regreso; como la despedida de un camino para abordar otro, distante del anterior. No porque antes no hubiese crímenes de Estado o no hubiese elecciones fraudulentas, sino porque Maduro – ¡también!– ha decidido romper con el pasado: al “ganar” las elecciones que ha ordenado a su constituyente busca asumir una posición de presidente que habría ganado por “méritos propios” y no a la sombra de Chávez; así como al reprimir con asesinatos como los referidos asume abiertamente su condición “cubana”; así como manda a la porra toda la mascarada dialogante que se había empeñado en mantener.

Con las elecciones de abril, con las muertes cuya culpa ni siquiera intentan evadir, con la defunción de un diálogo que no les servía sino a ellos, con el desafío a Estados Unidos y Canadá, a la Unión Europea y al Grupo de Lima, haciéndose los desentendidos sobre las sanciones, Maduro inaugura otra época. Es la época del terror oscuro, de las puertas golpeadas de madrugada por la Gestapo, bajo el delirio del Göering que regenta la defensa y de Adolfo y Eva Braun en palacio. Es el período más oscuro y triste si se les deja.


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