I.

La economía es el centro de las preocupaciones del país. En tiempos de hiperinflación resulta casi imposible hablar de otra cosa. Nuestra economía no levanta cabeza, solo lo hace en el discurso del presidente Maduro, quien, sin que medie el más mínimo sonrojo, a partir de su programa de estabilización, redacta (de nuevo) la partida de defunción del modelo rentista, decreta (también una vez más) la Venezuela productiva y asoma el proyecto de inundar el mercado chino de productos venezolanos.

II.

Pero el país sufre de otras gravedades, a las que miramos menos. Lo digo porque termino de leer el informe El poder de decidirDerechos reproductivos y transición demográfica 2018 (accesible en la web), elaborado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, presentado hace pocos días a escala mundial, en el que se muestra una muy mala foto del caso venezolano en cuanto al número de embarazos no deseados, el acceso a los métodos anticonceptivos, la cifra de embarazos que terminan en abortos realizados en malas condicione y, por mencionar algo más, la falta de información sobre diversos aspectos relacionados con la salud sexual y reproductiva.

En sus páginas se indica, además de otros muchos datos y comparaciones entre todos los países, que Venezuela registra el primer lugar de embarazo adolescente a escala suramericana (100 por cada 1.000), que entre 20% y 25 % de los nacimientos son de una madre adolescente (en no pocas veces de una jovencita de apenas 12 años), y que de los 600.000 embarazos registrados anualmente, 120.000 son de adolescentes, provenientes en su inmensa mayoría de los sectores más desprotegidos y pobres de la sociedad. En fin, como dijo alguien, Venezuela está preñada de madres casi niñas, reflejo de una muy grave situación dibujada y diagnosticada en diversos estudios, sostenidos en datos que a lo largo del tiempo solo cambian para empeorar, dejando el testimonio estadístico de una dolorosa tragedia personal y familiar.

III.

Estas madres adolescentes son, así pues, parte de un paisaje social hecho de relaciones familiares frágiles, niños desatendidos, educaciones truncadas, destinos laborales dudosos, todo ello según un largo y angustioso rosario de consecuencias requetesabidas, que limitan las posibilidades y multiplican los obstáculos a lo largo de su vida. Arman la fisonomía de una sociedad que, aunque tiene un gobierno que anda de revolución desde hace dos décadas, ha dejado pasar aspectos que tocan su médula. De una sociedad en la que las chamas dan a luz cuando todavía no les toca y en la que la maternidad termina siendo una cuestión azarosa y desgraciada que les pone la vida cuesta arriba y chiquitica cuando apenas comienza.

El panorama descrito tiene otro lado que también se descuida: el del “chamito embarazado”, por nombrarlo de alguna manera. Según parece, no son muchos los estudios que reporten con referencia a los varones adolescentes que son padres ni que expliquen cómo encaran esa situación, pocos igualmente los programas de prevención pensados para ellos y las organizaciones que los orienten. No obstante, nada hace pensar que sea una cuestión muy distinta al de las madres precoces, y no cabe duda, por tanto, de que, con sus particularidades, aterriza en efectos equivalentes, todos apuntando a empañarles el futuro.

IV.

A todas estas el gobierno que actúa, según dice, en modo revolución, soslaya la situación y la deja pasar por debajo de la mesa, tal vez porque considera que no tiene cabida en la épica desde la que mira y atiende la realidad nacional. En fin, apenas repara en ella, a pesar de que es particularmente grave, compleja y, sobre todo, dolorosa, consecuencia de una sociedad estructuralmente desacomodada e injusta.


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