Se dice, pienso que con toda razón, que haber nacido es en sí mismo una victoria. Para los del género masculino será siempre haber nacido un mayor misterio que para la mujer, quien, sin duda, es el ser más excelso del universo. Ella tiene la condición biológica para albergar la vida de otro ser ¡u otros! dentro de sí. Ella comparte su vida, nutre de su alimento material y también espiritual a la criatura durante su gestación. La transporta consigo, la conduce hasta el nacer. Ella será desde entonces ¡madre para siempre!

La humanidad, el mundo, la historia, seguirán su curso y encontrarán soluciones y otras complicaciones a cada paso. En algún momento del futuro surgirán mayores y aún más profundas revelaciones científicas sobre los géneros, el genoma humano, etc. 

Lo que nunca requerirá más debates es aquello que nos han enseñado los poetas de ayer, los de hoy y los que se expresarán seguramente en el futuro, sobre el papel de amor infinito de la madres. La inmortal condición trascendente de las madres: “Si el mismo Dios se dio una”, nos dice Néstor González del Castillo (Poemario Vorágine y remanso, Caracas, 1974).

Este segundo domingo de mayo se nos convierte en ocasión para la reflexión y preguntarnos: ¿qué estamos haciendo con nuestras madres, con nuestras mujeres, con nuestra madre patria? Continúa el poeta respondiéndonos: 

Del puro corazón de Venezuela, brotan raudales de amorosa cuita, angustia de la madre generosa, que la quietud para su prole anhela, si de todos sus hijos necesita. ¿Por qué hacerla madre dolorosa?

¡Reciban todas las madres de nuestra patria nuestro abrazo y compromiso con y por ustedes!    

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