No sabemos demasiado de lo que hablamos quienes vivimos en la periferia de ciencia cuando nos referimos a los avances digitales de nuestra era sin percatarnos de que nos encontramos ya en el epicentro de la IV revolución industrial. El que sí tuvo una visión aguda y acertada del futuro en este terreno fue el gobierno alemán cuando en 2011 puso en marcha, a través del Grupo de Hannover, todo un plan inteligente para promover la computarización de los procesos de manufacturas industriales. Su fin último era, en términos sencillos, la promoción y aceleración de la cadena de valor a través de la utilización masiva de las nuevas tecnologías.

Pues bien, lo que en su momento se denominó el Plan Industria 4.0 resulta hoy pálido cuando se pone al lado del programa “Made in China 2025”. De lo que trata, en esta ocasión, es de una iniciativa emprendida desde Pekín para optimizar los procesos industriales de ese país con un foco claro en las tecnologías de punta del campo digital. Aunque en su enunciado pareciera que el fin principal del mismo es el de incrementar, al interior del país la disponibilidad de conocimiento formal y de materias primas en el terreno de las nuevas tecnologías aplicadas a la industria, lo que este programa persigue no es otra cosa que arrancar el liderazgo tecnológico de la mano del que lo detenta hoy, que resulta ser Estados Unidos.

El hecho de que el plan chino singularice la industria farmacéutica como el corazón de su proyecto está llamado a confundir. El Consejo de Relaciones Externas norteamericano, principalísimo centro de pensamiento dedicado a examinar las materias de la inserción del gigante americano en la escena global, recientemente ha considerado que esta es una de las amenazas más contundentes que Washington debe enfrentar para su primacía industrial y su fortaleza tecnológica.

La estrategia fue hecha pública en el año 2015, pero su diseño llevaba ya muchos años de concebido. No es por azar que China cuenta hoy con el mayor número de doctores en estas disciplinas sobre la superficie planetaria. Los incentivos de todo tipo otorgados en el campo educativo a los cuasigenios con los que el país se ha armado han sido enormes, pero todo ello va en concordancia con los inmensos caudales de recursos que están siendo destinados a investigación y desarrollo dentro las universidades y las industrias.

Para nadie son un secreto las adquisiciones por parte de China de importantes participaciones en empresas altamente innovadoras y de importante calibre en lo tecnológico, como es el caso de Mercedes Benz, ni tampoco es desconocida la obligación reciente de asociación de capital foráneo con nacional en las inversiones hechas en suelo chino cuando el componente tecnológico es determinante.

Es en el campo de la informática donde los chinos se han vuelto más agresivos de acuerdo con una reciente investigación de la revista especializada americana Político. Esta enseña, por ejemplo, cómo detrás de grandes operaciones de fabricación de microchips inteligentes capaces de manejar desde teléfonos hasta sofisticadas armas se encuentran, subrepticiamente, capital e incentivos chinos.

Así, pues, es esta amenaza encubierta detrás del plan “Made in China 2025” lo que ha estado en el trasfondo de la supuesta guerra comercial entre las dos potencias que se ha suscitado desde Estados Unidos. Y a los americanos no les falta razón: China está determinada a ser el eje y el motor de la IV revolución industrial, pero la forma de conseguirlo no siempre resulta ser ortodoxa.


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